Albert Anker (Suiza, 183-1910)  Die Andacht des Grossvaters, 1893.
Albert Anker (Suiza, 183-1910) Die Andacht des Grossvaters, 1893.

"Quien no perciba lo más sencillo, tampoco sentirá lo más hondo. Paralelamente, una cultura alejada de la sencillez es también una cultura alejada de la profundidad". (La penúltima bondad, Josep María Esquirol).

La bondad tiene mala fama; en ocasiones, se la considera algo negativo. En una sociedad como la nuestra profundamente individualista y competitiva, ser bondadoso es hacer el idiota; cuando se dice de alguien que es buena persona, a veces, de inmediato se añade: “¡Un infeliz!” Un pardillo que “hace el primo”, que “hace el canelo”, que se deja engañar y manipular, que le toman el pelo. Lo que los argentinos llaman “un boludo”.

De pequeño era, por lo general, un niño “bueno”. No le gustaba meterse con nadie, ni que se metieran con él. “De tan bueno, eres tonto”, le decían una y otra vez su familia y algunos amigos. Y llegó a sentirse ingenuo, bobo, alguien de quien el mundo se iba a aprovechar si no espabilaba; no le salía ser de otra manera; estaba condenado a ser alguien débil; y tenía que hacer algo para que se notara poco y no le engañaran demasiado. Anhelaba un mundo en el que las personas pudieran ser vulnerables y se las respetara; no tener que estar siempre pensando “rápido” y siendo “fuerte”. Hizo un esfuerzo por cambiar y buscar la puerta de entrada al mundo de los triunfadores a base de empujones y exclamaciones de “yo, yo, yo…”.  Pero no le salió nada bien. Hasta que descubrió que no tenía ninguna tara: Que ser lento era lo que le sentaba bien; que ser tranquilo es lo que le permitía mirar sin prejuicios; que ser “bueno” era ser curioso, cuidadoso, respetuoso consigo mismo y con los demás, amoroso con el mundo que le rodeaba…; que la ingenuidad estaba por encima de ser competitivo, de ser el más listo, el número uno, el mejor, el más poderoso, el más rápido; que ser ingenuo era una forma bella de mirar el mundo, que la curiosidad le permitía ver, vivir sin ideas preconcebidas; que ser bondadoso es lo natural, lo espontáneo.

Antonio Machado en unos famosos versos de Retrato (Campos de Castilla), al autodefinirse refiere que es un hombre bueno, “en el buen sentido de la palabra”. Con esto el poeta insinuaba que hay un sentido falso de la bondad, el del hombre adoctrinado, dice él. El poema, les recuerdo, dice así: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, / pero mi verso brota de manantial sereno; / y, más que un hombre bueno al uso que sabe su doctrina, / soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Por otra parte, en Proverbios y cantares XIV hay dos versos que definen la bondad de una manera sencilla: “El bueno es el que guarda, cual venta del camino, / para el sediento el agua, para el borracho el vino”. Así pues, el bondadoso es el que complace las necesidades de los demás. Y en una carta-artículo sobre ¿Cómo veo la nueva juventud española?, dirigida a Ernesto Giménez Caballero afirma: “Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien”.

Así pues, veamos a continuación algunos rasgos de la bondad:

No vivimos en ningún paraíso; el paraíso es imposible, ni religioso, ni político; en las afueras del paraíso, donde vivimos, no existe ni la plenitud ni la perfección; el mal que provocan los hombres es un ciclo sin fin, en ningún lugar de la Tierra existe el paraíso y, con toda seguridad, nunca existirá; la mejor luz del mundo es claridad y penumbra; el mal es muy profundo, pero la bondad lo es todavía más.

La bondad es la natural inclinación a hacer el bien y tener un genio apacible (manso, tranquilo, dulce y agradable). El manso es dócil, suave, afable, tierno y benigno en el trato, estando libre de arrogancia o presunción. El manso posee una gran fuerza interior para enfrentarse a situaciones difíciles sin recurrir a la violencia o caer preso de sentimientos de cólera o rencor.

Ser bueno no quiere decir ser blando, sumiso, ingenuo o sin carácter; por el contrario, los buenos se distinguen por su fuerte personalidad, por su curiosidad, gratitud, energía, optimismo, sonrisa cálida y confianza.

El bondadoso, el justo, se guía por un principio: “No hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” Que dando un salto más sería: “Haz a los otros lo que quisieras que los otros te hiciesen a ti”. La generosidad es una de las principales manifestaciones de la bondad; lleva al amparo y a la protección de los demás. La bondad, sembradora del bien, no trabaja con el “¿tú o yo?”, sino con el “nosotros”.

Un hombre bueno ve el mejor lado de las personas, aplaude el éxito de otros, se siente incómodo por manipular a alguien para que haga algo, perdona fácilmente. El bondadoso siente un gran respeto por sus semejantes y se preocupa por su bienestar. El bondadoso no necesita demasiadas cosas para vivir: ni lujos, ni dinero, ni reconocimiento. La bondad disfruta de la bonanza íntima de las cosas sencillas (una manzana a media mañana, una copa de vino entre amigos, una sonrisa sencilla y hogareña, un paseo por el monte, mirar las estrellas…).

Otro de los rasgos de una buena persona es que suelen ser humildes. Es decir, nunca se sentirán superiores a los demás ni mirarán a nadie por encima del hombro. Saben que todo el mundo tiene su vida y sus propias metas. Hay bondad en el sentido del humor, en la ironía justa: Cuando alguien me hace sonreír o reír a carcajadas me ensancha el pecho, me amplía la mirada, pulveriza la angustia, dilata el tiempo, genera esperanza, ensancha el horizonte.

En el ámbito de las relaciones personales, saludarse con un apretón de manos, o chocarlas, o levantar el pulgar en sentido afirmativo son gestos que simbolizan: “¡Confío en ti, somos amigos, me alegro! El justo es capaz de convertirse en amigo de alguien desconocido; transforma en amigo a un extraño y lo toma a su cuidado. El bondadoso acompaña a los hombres cuando están desolados; cuando les falta suelo, firmeza de sentido, algo o alguien en quien apoyarse; cuando están tristes y se sienten vacíos. Y les da consuelo, acompañamiento, para que se reconstruyan; para que puedan rehacerse, reanimarse; para aliviarle de la pesadumbre del vivir.

Los bondadosos son aquellos que frente a la injusticia o la persecución de seres humanos, acuden en ayuda de los que sufren en un acto de responsabilidad. El justo no consigue eliminar el mal político, o cambiar el sistema económico, pero puede ayudar a limitar los daños en el ámbito en el que es soberano. Las acciones humanitarias alivian el dolor humano, atienden las necesidades básicas de la población y promueven sus derechos.

La “bandera blanca” es un símbolo internacional usado normalmente en período bélico o de conflicto, que posee varios significados: rendición, solicitud de parlamentar con el enemigo, alto el fuego o cese de las hostilidades. La “bandera blanca” está aceptada oficialmente desde la Convención de Ginebra. Su uso inapropiado o engañoso se considera un crimen de guerra según el derecho internacional. La “bandera blanca” se asocia también al movimiento pacifista.

Sería necesario e imprescindible levantar un monumento en agradecimiento a los hombres bondadosos, justos, que en la historia han sido.

Si hay un personaje de nuestra literatura clásica rico en valores y que rezuma bondad ese es Sancho Panza de El Quijote. Veamos algunos de sus rasgos:

Sabiduría tradicional y refranesca: Inmenso amor al terruño. Saviduría radical, de raíz; sabiduría no de sabio, sino de savio; sabe reflexionar sobre la pequeñez de los afanes que mueven a los habitantes de la tierra. ¡Qué honda sensatez en sus reflexiones! No era tonto Sancho, sino sencillo, crédulo.

Humanidad: Hecho de tolerancia, de amistad, de respeto socrático a las leyes, de lealtad a su nación. Es locuaz, curioso, llorón y propenso a enfadarse y encapricharse fácilmente. Apacible, vividor, empírico. Es el hombre-pueblo.

Arraigadas convicciones religiosas, preocupación por la salvación de su alma. Era un hombre vinculado a su contexto.

Es tentado por el dinero, por el poder, por la avaricia, y, sin embargo, siempre se mantiene fiel a su amo, aunque le peguen, le sacudan, pase hambre, sufra muchas incomodidades y, finalmente, pierda la ínsula que le prometió el Caballero de la Triste Figura.

Sancho admira a Don Quijote, reconoce la superioridad de su amo en conocimiento, valor, moral. Y este reconocimiento, lejos de acarrearle al escudero un resentimiento, le produce una limpia admiración y un sincero cariño.  

Responsabilidad contra los totalitarismos

La historia de nuestro planeta está jalonada de holocaustos, imperialismos, dictaduras, crímenes contra la humanidad, guerras civiles, desigualdad, violencia, consumos desaforados que destruyen la naturaleza… Habrá quien se pregunte si tiene sentido educar para la bondad cuando la Historia ha demostrado que la barbarie y la maldad están vinculadas al dominio y al poder. Gabrielle Nissim, en “La bondad insensata” (título tomado de Vasili Grossman) nos dice que "en los momentos más oscuros de la humanidad ha habido hombres que han tenido la valentía de asumir una responsabilidad personal respecto al mal y que se han prodigado en actos de bondad extrema". Todos los hombres de esta tierra tienen la obligación de no olvidarse de los responsables de los crímenes contra la humanidad.

'Eichmann en Jerusalén', Hannah Arendt

Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS nazis, fue uno de los principales encargados de ejecutar la llamada “solución final”, principalmente en Polonia. Su tarea consistió en la logística de los transportes de deportados a los campos de concentración. El holocausto nazi fue responsable de la muerte de entre cinco y seis millones de judíos. En 1960 fue detenido, clandestinamente, por el servicio secreto israelí en Argentina y trasladado a Jerusalén. De abril a junio de 1961, Hannah Arendt asistió como reportera de la revista The New Yorker al proceso contra Adolf Eichmann. De ahí surgió su libro más conocido:​ Eichmann en Jerusalén, con el subtítulo Un informe sobre la banalidad del mal. Finalmente, Eichmann fue ahorcado.

Durante el nacionalsocialismo, todos los niveles de la sociedad oficial estuvieron implicados en los crímenes. Como ejemplo Arendt señala la serie de medidas antisemitas que antecedieron a los crímenes en masa y que fueron consentidas en todos y cada uno de los casos. Los hechos no fueron realizados por “gánsteres, monstruos o sádicos furibundos”, sino por los miembros más respetables de la sociedad.

Arendt afirma que el mal proviene de la falta de reflexión, de la superficialidad; que habría construido las cámaras de gas. Somos capaces de hacer el mal, pero no es el pensamiento lo que nos lleva al mal, sino más bien el no usarlo plenamente lo que puede llevarnos a cometer crímenes horribles; el mal es causado por la libre decisión y actuación de los seres humanos. Eichmann ni era un demonio, ni un enfermo mental. Sus actos no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. Algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos.

Por eso Hannah Arendt propone comportamientos “que no son prerrogativa de intelectuales o de hombres cultos, sino que están al alcance de todos: el diálogo silencioso con el propio yo, la capacidad de juzgar poniéndose en el lugar del otro, la facultad de sentir vergüenza por las propias injusticias, el uso de la voluntad para iniciar un acto de resistencia, la confianza en que los otros puedan continuar la propia acción, la disposición a perdonar”.  Arendt habla de moral, pero también de política, porque es imposible hablar de moral sin hablar de política (y viceversa). Dice: "un individuo vive siempre en un campo de batalla: dejarse homologar y permanecer en silencio o, por el contrario, mostrar el valor de levantar cabeza".

En Vida y destino, un magnífico y durísimo libro de Vasili Grossman, éste considera que el bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los maestros religiosos ni de los profetas, no está en la ética de los filósofos. Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de un modo natural y espontáneo. Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío. Es la bondad del guardia de una prisión que, poniendo en peligro su propia libertad, entrega las cartas de prisioneros y reclusos, con cuyas ideas no congenia, a sus madres y mujeres. Es lo que afirma Grossman: “Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad. Es la bondad de un hombre para con otro hombre, una bondad sin testigos, pequeña, sin grandes teorías. La bondad insensata podríamos llamarla. La bondad de los hombres más allá del bien religioso y social". Es esa fuerza interior para llevar a cabo algunas pequeñas acciones que pueden impedir una injusticia, cuando parece absurdo y completamente imposible tratar de cambiar el curso de los acontecimientos que nos superan.

"Como ser humano soy una especie de antología de contradicciones, de errores, pero tengo sentido ético. Esto no quiere decir que yo obre mejor que otros, sino simplemente que trato de obrar bien y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir, indigno de dos cosas; el cielo y el infierno me quedan muy grandes" (Jorge Luis Borges). 

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Comentarios (2)

lasolidaridadunbuenremedio.com Hace 1 año
Muy cierto y muy completo. Enhorabuena.
Francisco Hace 2 años
Muy bueno y variado
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