Bombilla de mate para un beso cualquiera

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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“Antes de empezar a vestirse, llena el mate y echa un poco de agua, para que la yerba se vaya hinchando. Recoge el diario que alguien deslizó por debajo de la puerta y lo arroja sobre la cama. Abre a medias una persiana. No hace mucho calor y en cambio hay viento, así que cierra la ventana. Aparta un poco el visillo y mira hacia afuera. Por la vereda de enfrente pasa un cura. Después, un tipo con portafolio. Ahora una muchachita con la cartera colgada del hombro. Pero la imagen es estorbada por la masa de un ómnibus. Seguramente un expreso. Por la calle Marmarajá no pasa ninguna línea. Después del ómnibus ya no hay más muchacha”.

Todos los días son domingo
Mario Benedetti

Al parecer, este sincero y enigmático artilugio viene de camino a mi ventana. Una bombilla de mate. Después de tantos años habiéndola soñado, con más plena ignorancia de su uso que cualquiera. Pero claro, después de leer a Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos y Ernesto Sábato, algo tenía que hacer al respecto. Tanta bombilla por aquí y por allá. Después de ver a unos cuántos emigrantes uruguayos, paraguayos o argentinos, de los cuáles no distingo el acento salvo que haga frío, sea invierno y ande con la oreja pendiente a ver qué escucho.

Recuerdo una anécdota, precisamente en algún otoño tardío, de vacaciones en Bilbao. Todo partió de la apuesta con un amigo colombiano. La dependienta de una panadería de barrio. Una paraguaya de muy buen ver. A que usted no se atreve. A que sí. A que no. Mandé lo que fuera escrito, en una servilleta de papel, a la panadería en cuestión. La dependienta, cómo no, después de casi una década es una gran amiga. Mujer natural de Asunción, salvo omisión de mi memoria. Toda una vida la que panaderías con la que prosiguió en Bilbao, una vez hubiera emigrado y dejado su tierra. Y claro que tenía la sempiterna costumbre de tomar mate, tanto como la devoción de los vascos por los fogones. El mate es consustancial a aquellas tierras por donde Horacio Quiroga puso un manto oscuro a la selva.

El caso es que una tarde más fría que la madre que parió al mar Cantábrico, nos fuimos en el coche a orillas del mar, a una playa a esas horas sembrada de viento baldío y horizonte negro. Y allá, protegidos del vendaval por la trinchera del parabrisas, nos refugiamos en el interior del coche. Abrió un termo con agua caliente en su interior. Preparó el artilugio forrado de cuero con el que antes había soñado y dispersó un breve chorro de agua del termo. Lo compartimos legendariamente. Un sabio sabor amargo. Un misterio de hierbas apelmazadas. Sorbo a sorbo, que es también como se nos va la vida. Una bombilla de mate que, ya ven, posee una historia bella y elocuente.

Por si fuera poco, una uruguaya dispone, sin el tan protocolario y estúpido “comedidamente” que cuela en los oficios burocráticos, enviarme una bombilla de mate con mi nombre, salvando nubes y aduanas, desde el vecino país de Uruguay hasta Ecuador.

Puede que, a partir de ahora, además de vasco, me adopte la conciencia uruguaya de sentarme frente a otro mar que por aquí encuentre, al otro lado de la azotea de mi edificio. Ante un mar de cordilleras donde los Andes sollozan ante la pesadez del hormigón urbano y de una generalidad de conciencias femeninas que velan por otros intereses ajenos a la palabra. Así que me siento, en paz y silencioso, con la fortuna de haber encontrado la luz de mi conciencia. Oteo lo poco que poseo, y lo tanto que me hace feliz tan pequeña posesión. En alguna parte existen los que sienten como nosotros. Las bombillas de mate los crean y ellos mismos se juntan.

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