De 'Blítyri'

Francisco J. Fernández

Francisco J. Fernández (San Sebastián, 1967). Doctor en Filosofía. Ha sido profesor en la Universidad de Jaén e investigador en la Universidad del País Vasco. Actualmente es profesor de secundaria. Sus últimas publicaciones: Lycofrón. Diario de clase y El resto de la idea.

Primer número de 'Blítyri'.
Primer número de 'Blítyri'.

Allá por los años 90 se fundó en San Sebastián una revista filosófica que llevaba este nombre: Blityri (por cierto, años después unos italianos nos copiaron el nombre y ahí siguen descaradamente). Apenas fueron tres números (La escritura, 1993; El vino, 1994; La estupidez, 1995) antes de comenzar a extinguirse. A duras penas sobrevivió durantes unos cuantos números más, pero vinculada ya a la editorial Iralka (llevada por el indómito editor Manuel Muner), sacando a este respecto algunos monográficos sobre El saber, El terror, La posibilidad o El dolor, entre otros que por ahí andan en las librerías de viejo y algunas bibliotecas.

De vocación antiacadémica, el consejo de redacción era colectivo y nos negamos incluso a referenciarla para que no sirviera de vehículo curricular a becarios e investigadores más convencionales, siempre dispuestos a colarnos sus sesudas fruslerías. Con todo, conseguimos firmas reconocidas (Leopoldo María Panero, Concha Roldán, Fernando Savater o el recientemente fallecido Antonio Escohotado, por no hablar de Alex de la Iglesia o Luis García Jambrina), aunque también es verdad que el grueso de los volúmenes lo hacía un grupo de amigos (Jon Baltza, Juan Manuel Forte, Imanol Gómez...) y amigas (Isabel Balza, Carmen Pardo, María Jesús Maidagán, por ejemplo), frecuentemente adoptando pseudónimos para completar las distintas secciones. También otros a los que pido disculpas por no mencionar.

Que aquella revista surgiera en la mítica facultad de filosofía de San Sebastián, Zorroaga, no es de extrañar, pues era la más antiacadémica de las facultades de por aquel entonces. Por ahí pasaron filósofos como Ramón Valls, Víctor Gómez Pin, Javier Echeverría, Tomás Pollán, Francisco Jarauta o Pierre Aubenque, entre muchos otros, pero también Julio Caro Baroja, Agustín García Calvo, Jacques Derrida o Ulises Moulines. Quizá porque acababa de ser fundada, la norma de la filosofía se encontraba todavía in fieri, de tal manera que los estudiantes que por allí pululábamos fuimos muy receptivos a las distintas sensibilidades que se nos ofrecían (anarquismo epistemológico, conceptos lúdicos, categorías hegelianas, significantes lacanianos, todo ello compensado por algún escrúpulo filológico: en resumen, un cierto pero difuso postestructuralismo todavía no escolastizado).

Sin embargo, como todo lo bueno, y eso que eran tiempos terribles, aquello acabó relativamente pronto. El canto del cisne fue a mi juicio aquella revista cuyo primer número coincidió de manera precisa con el traslado de Zorroaga al flamante campus de Ibaeta. Como había que estar a la presunta altura de los tiempos, el concepto se resintió bajo la presión institucional, poco amigo de ser transplantado de lo alto de una colina a los llanos de un pantano, así que a partir de ese momento todo se volvió allí muy científico y positivo, muy antropológico y bioético, muy histórico y sociológico, ofreciendo desde entonces una modalidad no inferior a otras de refinado aburrimiento.

El nombre de la revista se las traía: la pista para este nos la proporcionó Leibniz al hablar en su Confessio philosophi de la clase de los nombres sin concepto. Blítyri era de hecho el ejemplo por antonomasia de los mismos, ya desde los tiempos de Clemente de Alejandría. Como éramos muy pedantes, lo escribíamos además en griego, para desconcierto de quienes nos subvencionaron durante un tiempo la revista. En efecto, la pasta la remitían a BAITYPI. Evidentemente, no protestábamos (en teniendo veinte reales, dale que dale), aun cuando nos pitorreáramos de ellos después y hasta ahora mismo. En cualquier caso, algo debímos de olernos cuando nos decidimos por aquella extravagante manera de darla a conocer; estaba en ciernes el tiempo de los conceptos que solo son nombres. Este.

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