Han pasado 72 años desde que Luis García Berlanga nos regalase una de las mayores joyas de nuestro cine. Un producto cinematográfico singular, diría que atemporal, en el que la eñe de España se remarca como una seña de identidad tan propia y genuina como la estampa rural y agreste del paisaje y los personajes que dan vida a la cinta.
Por más que haya pasado el tiempo, pocas cosas han cambiado. O al menos, a mí me lo parece.
Mi estancia en Málaga, que por el momento se prolonga por espacio de más de cuatro años, me ha granjeado la oportunidad de conocer de primerísima mano la agresividad de la turistificación y las jubilaciones doradas de muchos extranjeros que hoy se han convertido en residentes. Tanto es así, que lo que a priori parecía normal, ha terminado originando un efecto adverso que asola a todo el territorio nacional.
Excepto la turistificación, todo lo demás, me parece entendible y aceptable a partes iguales. Pero hay algo que, por mucho que se haga acopio de comprensión, jamás voy a entender, y no es otra cosa que la jeta y flojera que muestran los guiris a la hora de imponer el inglés como idioma preferente e imperante en Facinas, Paterna de Rivera o Benamocarra. Y es que, a fuerza de ser justos, algo de razón tienen, puesto que el habla de la Gran Bretaña es con justicia un lenguaje universal. Pero no menos cierto es que por empatía, causalidad y consecuencia, si vienes a residir o vivir aquí, tu obligación es la de preocuparte por conocer y aprender la lengua de la tierra que te acoge. ¿Raro? Para nada. Es de primero de adaptación.
Esa imposición, inherente en casi todo aquel que viene de fuera, tiene muchos componentes y casi ninguno de ellos es bueno.
Partimos de una premisa racial en la que, lo español sigue sonando a flamenco, toros, chacinas, señores con boinas y paredes encaladas. Seamos claros, a ojos del guiri, Españita destila pobreza e inferioridad. Y esa condición, injusta y desvirtuada, es la que lleva a muchos extranjeros que pisan nuestra tierra, a adquirir una condición de superioridad que a duras penas se sostiene.
Esto, por desgracia, no son casos aislados. Al contrario, ocurre y se ha instaurado con una normalidad que asusta.
Uno, que por circunstancias profesionales se ve obligado a participar en situaciones donde el estrés y la tensión adquieren papeles protagonistas, ha vivido en reiteradas ocasiones como este arquetipo de extranjeros, mayoritariamente británicos, han adoptado un modus operandi bastante reconocible: un “fucking idiots” mascullado entre dientes para referirse a nosotros y a lo nuestro. Porque es así, ellos nos ven ―y nos valoran― desde su atalaya de superioridad. Pobres ignorantes...
Por eso, querido paisano, no ceda. Manténgase férreo. Si quiere despachar una situación de “Do you speak english?” con la solvencia que merece, métase en el papel de un llanito de Gibraltar y responda con flema “I’m sorry, darling… descárgate el Duolingo y aprende castellano (español), que es gratis”.
Gracias por la lectura y buen lunes.


