El paso de los días nos acerca inexorablemente al momento de la verdad, ese en el que los partidos políticos españoles tendrán que decantarse entre el desacuerdo acordado o aquello otro tan popular de probar si es verdad que a la tercera va la vencida.
El paso de los días nos acerca inexorablemente al momento de la verdad, ese en el que los partidos políticos españoles tendrán que decantarse entre el desacuerdo acordado o aquello otro tan popular de probar si es verdad que a la tercera va la vencida. Lo que sí ha debido quedar claro, sobre todo para quienes soñaban con asaltar los cielos desde la sonrisa, es que segundas partes nunca fueron buenas para la izquierda y que, como en aquella divertida película, el cielo puede esperar y parece que durante mucho tiempo.
Y conforme avanzamos hacia la constitución de las Cortes Generales el próximo martes, con una piedra de toque insalvable que no es otra que la elección de la Mesa del Congreso y de su presidente, lo que viene a ser como la prueba del algodón de la voluntad conciliadora del Partido Popular, el devenir de los acontecimientos empieza a desprender, al menos en superficie, un cierto tufillo surrealista, si nos atenemos a las declaraciones de relevantes líderes populares, incluido el propio presidente en funciones.
Para nada debe sorprendernos que el primer movimiento de la sinfonía de la orquesta de Génova 13, dirigida como siempre de manera magistral por Arriola, haya sido el de situar a los socialistas en la responsabilidad casi exclusiva del futuro político más inmediato de este país aun siendo cínicamente conscientes de que es a ellos y solamente a ellos a quienes corresponde la búsqueda de soluciones a este nuevo sudoku resultante del 26J y de la voluntad popular expresada ese día.
Hacen bien Pedro Sánchez y el Partido Socialista en no precipitar decisiones más allá de la formalidad del primer contacto con el presidente en funciones. El primer partido de la oposición tiene su parte alícuota de responsabilidad en la resolución del resultado electoral y ningún canto de sirena puede llevarle más allá de lo que su militancia y sus votantes puedan considerar razonable. Y parece que, “a día de hoy”, esos son los principios que inspiran el comportamiento de la dirección socialista. Ni los intentos de Soraya de sacarnos a bailar con la música inspirada en una resolución de nuestro comité federal, en un atrevido ejercicio de travestismo socialdemócrata de los populares, ni las apelaciones permanentes de Iglesias y sus acólitos a experimentar nuevos tránsitos por vías muertas, pueden ni deben nublar la seriedad y la sensatez de un Partido Socialista que contra viento y marea fue capaz el 26J no sólo de sobrevivir al sorpasso, sino también de conseguir convertirse de manera solvente en la alternativa real a las políticas de la derecha española.
Mientras tanto Iglesias sigue intentando apaciguar el “fuego valirio” que amenaza de manera muy seria la integridad de su liderazgo sobre los siete reinos de las confluencias. Ha pasado de ocupar el trono de hierro a sentirse prisionero de las veleidades de sus aliados electorales que no van a permitir por segunda vez el hecho de no contar con grupo parlamentario propio. La semilla del diablo parece haber encontrado tierra fértil en el conjunto de diputados y senadores de Podemos y sus confluencias. Mientras tanto de Garzón nunca más se supo desde aquel brindis con botellines en la previa electoral y muchos de sus compañeros de partido empiezan a alimentar la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor y que más vale solos que mal acompañados.
Y Rivera? Albert lleva desde la misma noche electoral subido en un tiovivo infernal alimentado por las dudas que han surgido tras su descenso electoral a los infiernos de las contradicciones ideológicas. Y mientras tanto, cada día con más fuerza, se extiende la especie de que “aunque Mariano se vista de seda, Mariano se queda...”, esperemos que no por mucho tiempo.
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