De un tiempo a esta parte, un atentado yihadista no sería nada sin la 'conseja' -como dicen los antiguos -de Don Arturo Pérez Reverte, algo así como una mezcla entre John Wayne y Hemingway, pero de andar por casa. Que mueren decenas de personas en un atentado terrorista en París, no pasa nada. Si el autor de La reina del sur llega a estar en la sala de fiestas de Bataclan, habría saltado contra los secuestradores con una granada de mano y dos AK47 al grito de "la cultura es grande". Y si llega a ser él y no el cantamañanas de Sean Penn el que entrevista al Chapo Guzmán, otro gallo habría cantado. Habría hasta narcocorridos en su honor, con Kate del Castillo de maestra de ceremonias.
Que la situación se repite en Bélgica, en el corazón de Europa, no se asusten. Si en Bataclan habría sido un Alatriste posmoderno, espada en mano, nuestro inefable e 'iluminati' escritor nos alumbra ahora con las doloridas quejas de un escéptico Quevedo del siglo XXI. "Deben de estar acojonados con las florecitas y nuestro je suis Bélgica. Y hasta la próxima". O algo parecido. Y se despachó a gusto el cartaginés.
¿Cuál se supone entonces qué es la solución?, le retaron muchos tuiteros. Porque si ésta pasa porque salgamos todos a la calle armados hasta los dientes o porque busquemos al candidato a Donald Trump entre nuestras fronteras, que hable claro. Lo mismo deja de vender algún libro, pero eso ya lo venía haciendo.
Parece que al único que se ha atrevido a contestar de momento es a un macarra que le amenaza con zurrarle la badana. Le ha informado hasta de dónde y cuándo va a la Academia. ¿Serán las puertas de la insigne institución el escenario de un duelo al más puro estilo OK Corral, de esos que tanto le gustan (en el cine, quiero decir) a nuestro Pepito Grillo nacional? Don Arturo, tenga cuidado, la bala que a veces te mata es la que no oyes, si me permite parafrasearle.
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