Llevaba unos días con el gusanillo de escribir algo para la columna y no era capaz de aterrizar ninguna idea concreta. Imágenes de noticias, comentarios de mis hijos y otros temas de más o menos actualidad aparecían de uno en uno y a veces en tándem, pero era incapaz de sacar algo constructivo.
El momento eureka llegó en mitad una conversación con un amigo de esos que siempre tienen algo diferente y bonito que decir por muy banal que sea el tema. Me mandó una captura de El arte de la guerra, de Sun Tzu, con el siguiente texto: “Si conoce al enemigo y se conoce a sí mismo, no debe temerle al resultado de cientos de batallas. Si se conoce a sí mismo, pero no al enemigo, por cada victoria ganada también sufrirá una derrota. Si no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo, se rendirá en cada batalla”.
No sé si sabes que es un libro de estrategia militar chino del siglo V a.C. aproximadamente, y durante muchísimo tiempo ha influido no solo en el ámbito militar en Oriente y Occidente, también inspira estrategias de negocios y legales hoy en día. Y a mí. Y espero que a ti.
Hago un listado de posibles enemigos para comprobar si los conozco o no. Me río porque pongo caras de personas concretas a orcos del Señor de los Anillos y les queda ideal, e incluso personifico (u “orconifico”) situaciones concretas que me generan desagrado en distintos formatos emocionales: ansiedad, coraje, pereza…
En la ilusión de mi batalla personal yo soy Milla Jovovich en la película Juana de Arco, y estoy sola pero mido más de dos metros. Muchos orcos liliputienses merodean alrededor de mi imponente figura atacando mis tobillos mientras yo les piso, pateo y demás lindezas propias de una guerrera. Obviamente esta batalla, y la guerra, la gano yo que para eso me la estoy inventando. Y además, vestir con armadura me sienta bien en mis guerras inventadas.
Eso me hace divagar un poco más y darme cuenta de que puede que esa armadura la lleve puesta en más ocasiones de las que sería necesario. Aunque protegerse de la posible adversidad es la razón por la que el ser humano sigue su camino, muchas veces vestimos de orcos a quienes simplemente viven y sienten de forma distinta, teniendo alma de gatito adorable invisible a nuestros ojos. En realidad hablo de mí, pero supongo que como a ti también te pasará, debe ser algo común.
Es un hecho que en otras épocas, cuando el ser humano sobrevivía más que vivía (aplica a la historia post homínidos, pero no solo incluyo la prehistoria: ha habido épocas de guerras y desgracias sociales que han sido pura supervivencia), el que se confiaba tenía muchas papeletas de no llegar a viejo.
Hoy en día las desgracias históricas del primer mundo, o por lo menos del mundo en el que me muevo yo, son sobre todo problemas de actitud. Nos sobran medios y nos falta tiempo, y quizás constancia para invertir el poco tiempo que tenemos en ser más auténticos, pero esa es otra historia.
La que me ocupa hoy es enumerar orcos: nombres propios que aquí no procede especificar, resistencias a sentir, actitudes por adecuar… muchos liliputienses para erradicar con tres patadas.
Quizás el arma no sea la protección, sino como dice Sun Tzu, el conocimiento, a poder ser propio y del adversario. Conocerse es necesario, es el aire que permite vivir con plenitud cualquier situación a favor o adversa; conocer al otro también garantiza el éxito, porque si no te molestas en hacerlo, la batalla quedará en tablas relativa: ganas y pierdes, pero el caos habrá entrado en ti seguro.
Pero… ¿Me esfuerzo por conocer al otro? ¿Soy capaz de sacar el campo de visión de mi ombligo y mirar a la cara del que tengo en frente y supone una molestia? ¿Le dedico tiempo y energía al hecho de ponerme en sus zapatos? Supongo que el “porqueyolovalguismo” ha entrado de a pocos en todos los formatos posibles: político, económico, social, cultural, espiritual… y los que se me escapan.
Puede que esa armadura que me sienta bien en mi ensoñación esté compuesta de acero, rabia, orgullo y miedo. Miro a los orcos pequeñitos y en sus caras adivino también algo parecido; si me centro en sus ojos durante unos minutos podré ver que han mirado caras de niños, padres, amigos, familiares, compañeros…Esas manos que se parecen a las mías han tocado, sentido, sudado… Esas personitas en miniatura se van haciendo grandes mientras los observo hasta llegar a mi estatura. Sus cuerpos se parecen al mío, sus movimientos también. Decido ganar la batalla quitándome la armadura: quiero que me vean como soy, exactamente así. Hay algunos que también lo hacen, otros se las dejan puesta.
Las palabras de Sun Tzu suenan de fondo: “Si conoce al enemigo y se conoce a sí mismo, no debe temerle al resultado de cientos de batallas…”. Tal como estoy, expuesta, parece que siento menos miedo a no ganar. En esta frase no se habla de triunfar, sino de no temer y quizás eso sí que sea salir vencedora.
Vuelvo a la pantalla del ordenador con el sonido de los alumnos de primaria saliendo del colegio. Reyes-Milla ha desaparecido del campo de ensoñación y en su lugar está simplemente Reyes, consciente de la armadura por quitar y de orcos por mirar; y quién sabe, puede que admirar.
Suena la sirena que anuncia el fin de la jornada matinal y cierro el ordenador sabiendo que me queda tarea por hacer. La batalla parece más agradable aunque auguro arañazos. Me llevaré tiritas por si acaso.


