De pronto, o no tan de pronto, saltaron a la luz noticas como balas que nos informaban de que el Ministerio de Interior había adquirido al complejo militar industrial del estado de Israel 15,3 millones de balas por valor de 6,6 millones de euros, lo que (redondeando) supone que cada una de esas balas nos sale al módico precio de 2,5 euros cada bala. Considerando que cada una de esas balas tuviera por objetivo una persona, ese debe ser el escaso valor con el que las vidas humanas cotizamos en la bolsa central de las conciencias ausentes y las almas volátiles.
Finalmente, esa operación tan ilegítima como vergonzosa, no se llevó a cabo, pero nos ha dejado un rastro de amargura y fundadas sospechas sobre si cuando compramos armas con la terrible garantía de haber sido “probadas en combate” en realidad no estaremos vendiéndoles el alma a creadores de infiernos en la tierra y sus agentes comerciales.
Dicen los que saben de armamento que las armas de proyectil tienen un alma -quién lo dijera- y que su alma consiste en un espacio oscuro y vacío en el hueco del cañón, donde se aloja la bala con su potencial de muerte y destrucción.
Cuentan que hay almas lisas y rayadas, que es una cuestión de estabilidad, alcance y operatividad, por no decir letalidad. En realidad poco importan las texturas, si van con espoleta o revestidas con el clásico ojival.
Ignoramos si existe un purgatorio para las balas disparadas, y si una vez difuntas, sus cáscaras vacías harán la penitencia debida o si formarán “Santa Compaña” para seguir amenazando con la muerte a quienes queden con vida.
Esto sería muy de la devoción de Feijoo, ese prodigio de incompetencia que cada vez que se asoma como alma en pena desde su negra sombra lo hace para perpetrar una nueva denuncia al gobierno de España.
Poque Feijoo sí que sabe de qué parte está cuando defiende con fervor la seguridad jurídica de las empresas de armamento de Israel contra la prácticamente inexistente seguridad de las pobres vidas de los desposeídos. No sé si los misiles balísticos intercontinentales tienen un alma en sus silos, pero si la tuvieran sería tan insondable como el vacío moral del alma del PP.
Una vez desarticulada la parte balística de la operación de compraventa, que se asoma como la punta de un iceberg en la tempestad desatada por la orgía armamentística, quizá deberíamos hacernos algunas preguntas de interés vital. ¿Qué, porqué, para qué, cómo, cuándo, a quién y contra quién?
Resulta inevitable la sospecha de que todas esas prisas por el rearme acelerado estén más dedicadas a satisfacer y aumentar el complejo militar industrial de Estados Unidos e Israel que a cubrir nuestros sistemas defensivos.
Adquirir equipamientos bélicos no genera mayor seguridad para quien compra, sino mayor dependencia hacia quien nos los vende. Y cuanto más sofisticada es la tecnología que se requiere, tanto mayor es la soberanía que se pierde. Y así es como se va vendiendo el alma.
Pongamos por caso la no tan hipotética adquisición de 50 licencias para el programa Cellebrite para la extracción de datos móviles. Aunque los programas tecnológicos no son armas en sí, la industria de defensa y la tecnológica en el país hebreo tienen mucho de vaso comunicante y con frecuencia son veneno de la misma fuente.
Puede que esos aparatos sirvan a los propósitos del Ministerio de Interior o de Defensa, pero desde luego nos mantendrán atados a los designios y chantajes del país vendedor, y en este caso, nos mantienen dependientes de Israel. Así que no ganamos ni un gramo en autonomía sino que más bien nos convertimos en una terminal del país que nos vendió el producto, en rehenes y en víctimas propicias de eso que llaman guerra híbrida.
Incluso utilizando el lenguaje belicista, comprar el armamento “pret a porter” que se nos impone, ni desarrolla nuestra industria ni nuestros propios sistemas de ciberseguridad.
De esta manera, la única seguridad que se garantiza es la seguridad de las ganancias de las industrias de armamento y la impunidad de los imperialismos.
Dice Antonio Guterrez que “Las máquinas que puedan tener el poder y la capacidad de matar personas son políticamente inaceptables, son moralmente repugnantes, y tendrían que ser prohibidas por el derecho internacional”
¿Y si todo este despilfarro de investigación para la guerra lo pusiéramos al servicio de la vida de la gente? No se trata de una mirada beatífica sobre una realidad penosa, es que la paz siempre resulta más práctica y rentable. Hagamos el cálculo y pensemos cuantos paquetes de mantequilla harían falta para comprar un solo cañón.
Otra mirada existe y existen las almas de los pueblos que no son el alma vacía del cañón. Iniciativas como “Días Globales conta el Gasto Militar” nos abren a otras vías en las que la vida de la gente importa.