Armarios

Es el lugar donde disimulamos nuestra homofobia, el rechazo a nuestro lado afectivo-emocional, el femenino

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

María del Monte, tras salir del armario en el pregón del Orgullo de Sevilla.
María del Monte, tras salir del armario en el pregón del Orgullo de Sevilla.

La expresión “salir del armario” hace alusión normalmente a la declaración o demostración pública realizada por una persona, en torno a su identidad u orientación sexual, condición que hasta entonces había mantenido oculta, por ser esta distinta a la normalizada de hombre y mujer cis, heterosexual, y por cuanto que estar dentro del armario supone ocultar esa identidad, orientación, o condición, y en definitiva ser quienes somos, para mostrarnos ante los demás como las normas nos dicen, y de esa forma no ser condenados a la discriminación, la humillación, y la expulsión.

Me pregunto hasta que punto no somos los hombres, esos que nos consideramos “normales”, los que seguimos el camino que todos andan, el que no complica la vida, quienes más estemos en el armario de una masculinidad hegemónica, por no tener el coraje y la valentía que otros colectivos LGTBIQ+ tienen.

Porque nuestro armario es en el que todas las noches colgamos nuestro traje de hombre, ese que nunca nos terminó de convencer, el que unos días nos quedaba pequeño y otros demasiado grande, el de la corbata, los calcetines negros, las camisas de rayas y cuadros, los chalecos de pico, los pantalones vaqueros, los chinos, o la ropa “de vestir”. Es el armario en el que guardamos la mochila de deseos, sentimientos, afectos, descontentos, frustraciones, ilusiones, esas que no queremos que nadie conozca, por miedo a que nos crean menos hombres. Es el lugar donde disimulamos nuestra homofobia, el rechazo a nuestro lado afectivo-emocional, el femenino. Quizás más que armario, el nuestro es un homófobo ropero, el de los hombres “protectores, proveedores, fuertes, controladores, y viriles”. 

Pero, por qué lo hacemos, por qué escondemos nuestra realidad para responder políticamente a otra que no siempre nos coincide, que nos impusieron sin posibilidad de opinión, y ante la que somos incapaces de rebelarnos. El miedo, el terror a no ser nada si dejamos de ser esos hombres masculinos que encontramos nuestra definición solo en el hecho de no ser mujer. 

Es la cultura donde todo se plantea para reafirmar esos valores de la masculinidad contrarios a la feminidad, es el mundo donde vivimos, los amigos, el trabajo, la familia, donde ser un hombre diferente que desafía y planta cara al actual sistema de injusticas y violencias, y al modelo de hombre y sociedad que lo que genera, no es fácil, y requiere de valentía y orgullo para salir, y decir alto y claro, aquí estoy un hombre patriarcal dispuesto a cuestionarme y cambiar.

Pero también, y a pesar de las frustraciones que nos provoca tener que esconder nuestra intimidad, la mayoría de los hombres no salimos del ropero, y no lo hacemos porque estamos cómodos en él, porque disfrutamos de la parte buena del reparto, de privilegios a los que no estamos dispuestos a renunciar, y porque aún en situaciones de precariedad y discriminación tenemos las mejores posiciones. Por eso no nos preocupa ni interesa asumir los costes de enfrentarnos a la normalidad. Así de sencillo y de complicado es. 

Pero es necesario seguir trabajando para que un día no sean necesarios armarios donde ninguna persona tenga que esconderse por temor a no ser considerada “normal”.

 

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