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Estos días se ha presentado una cara insólita y poco conocida de España.

Estos días se ha presentado una cara insólita y poco conocida de España. Parecía que el cambio climático iba a contribuir a que despareciera el invierno, pero este año esta estación gélida se está desarrollando con mayor fuerza, en este tiritante mes de febrero. El país está helado, y sus paisajes y carreteras se muestran cubiertos de un espectacular manto blanco de nieve que asemeja, en algunos lugares, al de Rusia. Circunstancia ésta que no nos debería extrañar demasiado, al recordar que hace más de 50 años se rodó en esos magníficos escenarios de los campos de Soria (la llamada Siberia española) El doctor Zhivago, película ganadora de cinco premios Óscar en 1965, entre ellos el de mejor fotografía.

No sé si ha sido por esté frío intenso que nos relaciona con ese país lejano y que nos impide pensar con claridad o por la fiebre independentista que ha brotado en España como una medusa que se reproduce, por lo que hemos conocido que los miembros de la Asamblea Nacional Andaluza han utilizado Crimea para su propaganda. Lo más extraño de todo es que allí, en ese rincón ruso, haya tenido mucho eco y una relevante cobertura informativa las sucesivas visitas de los representantes  de esta organización política marginal. Máxime cuando este grupúsculo tiene muy pocos militantes, es extraparlamentario y carece de apoyo social significativo. Estos dirigentes independentistas fueron  recibidos con honores de jefes de Estado, hasta el punto que a su presidente, Pedro Ignacio Altamirano, le fue otorgada una condecoración, La Golden Peacemaker Orden, impuesta por su presunta contribución a la paz y al entendimiento de los pueblos. Las acciones de patrocinio no acabaron ahí, ya que  estos políticos andaluces fueron protagonistas de diversos actos culturales, como conciertos y exposiciones  de pinturas, entre otros, apoyados abiertamente por la Asamblea Nacional de Crimea

La única explicación razonable a tal recibimiento ruso es el posible sostenimiento generalizado de este país a los grupos marginales europeos para utilizarlos conforme sus velados intereses. Es como si fuese un intercambio comercial encubierto. Se brinda apoyo a cambio de que estas entidades no cuestionen la política expansionista rusa en Europa para con ello, en cierto modo, legitimarla. Y, de camino,  se aprovecha también para poner freno a las voces críticas y a las sanciones europeas, ante una posible y creíble amenaza de desintegrar la Unión Europea desde dentro, con movimientos separatistas o antieuropeos. La prensa escrita española ya ha manifestado reiteradamente las probables injerencias rusas en el referéndum ilegal del 1 de octubre en Cataluña y la posterior campaña de desprestigio contra España, a base de noticias falsas lanzadas a través de servidores informáticos situados en territorio soviético.

La creciente amistad de las autoridades rusas con partidos antisistemas no distingue de ideologías, ya que favorece tanto a los de derecha como a los de izquierda, siempre que puedan servirse de éstos como una palanca de agitación contra los intereses europeos. Buena prueba de ello fue el recibimiento que dio Putin a Marine Le Pen en Moscú, en marzo del año pasado.  Lo importante para las autoridades del Kremlin es tener una buena  baza o un as en la manga,  empleando a estos grupos desestabilizantes, controlados en cierta manera por ellos, ya que, a través suyo, podrían consolidar sus posiciones en Ucrania, en ese tablero de juego de ajedrez estratégico europeo y,  de ese modo, podrían mover más fácilmente sus peones.

Reconozco sin ningún rubor que cuando llegó la democracia y oía el himno andaluz me emocionaba, sobre todo cuando escuchaba esa parte que decía: “Andalucía, por sí, por España y por la Humanidad”. Todavía siento lo mismo. El andalucismo y los andaluces no han sido tradicionalmente excluyentes, sino más bien integradores, al contrario que otros movimientos nacionalistas del territorio español. Una organización como la ANA que, según dice su presidente, se fundó tras comer con Junqueras, después de celebrar una Diada, y se diseñó a imagen y semejanza de la Asamblea Nacional Catalana, no puede reivindicar nada libremente, pues está atada, asociada y dependiente a otros movimientos ajenos al sentir social andaluz.

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