En algún momento nos robaron el siglo XIX. Cualquiera podría pensar que es una tontería o simplemente algo menor, pero los referentes históricos son parte de nuestra identidad, de nuestra mochila política y social que de alguna forma construye lo que somos, lo que fuimos y sobre todo lo que queremos ser.
La izquierda del estado español siempre tuvo muy presente la II república, la revolución española del 36 y las luchas antifranquistas. Todo el imaginario, las historias, las leyendas, los referentes, los símbolos, las virtudes y defectos, los errores y aciertos, todo forma parte de un acervo colectivo que construye lo que culturalmente son las izquierdas patrias.
Somos lo que somos, en parte, también por los referentes que tenemos. En aquella clásica frase que hablaba de que caminamos a hombros de gigantes faltaba un elemento crucial: dependerá del gigante elegido para auparse.
Por eso, que sigamos huérfanos del siglo XIX como referente no es baladí. Porque fue justo ahí donde se fraguaron los grandes conflictos que siguen constituyendo Andalucía y nuestro pueblo, y fue ahí también durante ese corto siglo donde nacieron algunas de las aventuras revolucionarias más inspiradoras que ha conocido Andalucía.
Y de eso justo va nuestro libro. Y nuestro hombre en cuestión. Don José Paúl y Angulo fue muchas cosas. Un pequeño burgués jerezano, un vinatero venido a menos, un pendenciero, un duelista bullanguero, un diputado exaltado y descortés. Uno de los últimos románticos de Jerez. Pero, sobre todo, Don José fue un revolucionario.
Como bien explica el profesor Carlos Arenas, el jerezano comenzó siendo un convencido republicano del 68 para pronto pasar a ser un federalista y acabar siendo un socialista. Su evolución fue fruto de la lógica política más que de una exaltación nacional. Al revés, si el bueno de Paúl y Angulo tuvo un principio irrenunciable éste fue su lealtad a la clase trabajadora. A los de abajo, al pueblo, a las clases populares. Da igual la etiqueta, incluso el bueno de Paúl usaba otras expresiones, pero la lógica siempre fue la misma: con el pueblo todo, sin él, nada es posible.
Y es que este excepcional libro no es una biografía al uso. Es una excusa. Una maravillosa excusa para hablarnos de una época, de unas ideas y de un puñado de valientes dispuestos a hacerlas realidad.
Este libro nos permite adentrarnos en la Andalucía de la revolución de 1868 y los apasionantes años del sexenio. Y nos explica ese momento histórico en el que se constituye el Conflicto Andaluz, con mayúsculas, tras siglos de conquista, capitalismo señorial, extractivismo y subalternidad. Es justo en ese momento en el que Andalucía culmina su constitución como pueblo y nación.
Pero también nos explica ese momento en el que Andalucía fue el germen de la revolución. Así, sin paliativos, con esa crudeza. Si alguna vez en la península ibérica estuvimos cerca de cambiar el rumbo de la historia a la estela, o incluso antes, de lo que fue la Comuna de París fue justamente en ese momento.
La Comuna de París pudo ser la de Málaga, Jerez, Cádiz, Sevilla, Granada, Sanlucar de Barrameda o Loja. No es una exageración. Y la revolución federal no trataba de sentimientos e identidades nacionales, sino de poder político. El Cantón bien pudo llamarse Comuna.
Suponían el primer intento serio de construir una democracia real desde abajo, de la conquista popular del poder, de asumir las riendas del futuro desde cada pueblo y ciudad. La república desde abajo. Hoy hablaríamos de republicas, en plural.
Y ya en ese momento, el bueno de Don José Paúl y los suyos pudieron ver, y sufrir, que el nudo gordiano de la oposición a esta idea se encontraba no solo en las oligarquías locales y andaluzas, en los ricos, terratenientes y propietarios que siempre se opusieron a cualquier transformación democrática, sino también en el centralismo de quién pensaba que se podía democratizar desde arriba.
Ese desde arriba, simbolizado ayer y hoy en el Madriz de la corte y villa, fue siempre la oposición a una descentralización del poder que no habla solo de lo territorial. Que el poder no saliera de la Corte y Villa suponía, sobre todo, que no lo tuvieran las clases populares.
Este libro nos expone como pocos esa alianza natural entre centralismo y burguesía. Entre el conflicto de clase y el conflicto territorial. Porque no era una cuestión de poder político exclusivamente, sino de la distribución del poder económico.
Como ven, Paúl y Angulo es la excusa. Una maravillosa excusa para hablarnos de más nombres de valientes. Ramón de Cala, Fermín Salvoechea, Rafael Guillén, José Guisasola o Rafael Pérez del Álamo. Y tantos otros. Y tantas otras, porque las mujeres nunca salen en las biografías, y hay que reconocer que en esta tampoco, pero siempre estuvieron ahí.
Un puñado de valientes dispuestos a darlo todo por su pueblo. Sufrieron asesinatos, exilio, cárcel, calumnias, ostracismo y la peor de todas las penas: la derrota. No dejemos que sufran una más, el olvido.
No soy muy amante de hablar de esas supuestas olas del andalucismo. En todo caso, mejor hablemos de generaciones. Y si la nuestra es una de esas generaciones del andalucismo, la primera es aquella de Paúl y Angulo y su gente, aquellas y aquellos republicanos federales.
Puestos a caminar a hombros de gigantes, uno de los que yo personalmente elijo para auparme es a Don José Paúl y Angulo. Uno de los nuestros.
O mejor dicho, nosotros y nosotras somos de los suyos.



