El tablero y sus correspondientes fichas están sobre la mesa. Parece que la partida nunca va a acabar, y eso que cada uno de los jugadores se ha adjudicado por sí mismo la victoria. ¿Pesa más la suerte de los dados u otra cansina y turbia estrategia a las que no tienen acostumbrados? Da la impresión de que los jugadores aún no han tomado conciencia sobre lo que se están jugando.
Es de sobra conocida la cita de nuestro carismático y admirado Julio Anguita: “programa, programa y programa”. El que fuera fundador y coordinador de Izquierda Unida así como secretario general del PCE sólo contemplaba esta vía ante las preguntas, especialmente en época electoral, que los medios le lanzaban. Para nuestro ‘Califa’ el único camino posible era el acuerdo programático, una fórmula que parece alejarse de los pareceres a los que se acerca en estos momentos la nueva política. Es incuestionable que tras cuatro años de recortes sociales y retrocesos en derechos civiles cualquier giro, por nimio que sea, es necesario. Pero, ¿el fin justifica los medios? ¿Debemos considerar el ‘todo vale’ como axioma para el cambio político?
Hace unas semanas titulé Su gran coalición, gracias a una de mis columnas de opinión porque, como sigo asegurando a día de hoy, dudo de la voluntad política del ahora segundo gran partido del régimen del 78 de dar un paso adelante para que cambie la situación política de nuestro país. Esa duda la amplió a la fuerza que se hace llamar del cambio. Y lo hago porque para cambiar las cosas es necesario plantear una hoja de ruta más allá de cerrar un pacto de carteras ministeriales. Aunque todos pongan en estos momentos la pelota en el tejado del partido más antiguo de nuestro país –y tengan razón, al estar este entre la espada y la pared- vendría bien hacer un poco de autocrítica para que nadie permita entregar un cheque en blanco a este, máxime cuando de cara a la galería se nos vende esta nueva era como una época de regeneración política. Poner, de esta manera, en una encrucijada al PSOE sin establecer líneas de negociación especialmente en políticas sociales, tiende a entrever que la política nunca dejó ser de vieja porque simplemente siempre fue política, lógico si los que la ejercen la profesionalizan a conciencia.
Por su parte, los liberales de nuevo cuño, tras haber estado dando bandazos de un lado a otro en plena campaña electoral, vuelven a asegurar que no investirán ni a Mariano Rajoy ni a Pedro Sánchez en una situación que, una vez más, nos venden como muy complicada. Hecho que hizo que el ‘muy español y mucho español’ Presidente del Gobierno en funciones renuncie a su investidura al no conseguir, en este primer intento, los apoyos necesarios para repetir como líder del ejecutivo. En esta tesitura, Pedro Sánchez, que en estos días se ha ganado el privilegio de ser visto con el candidato con mayor número de papeletas para ser el próximo Presidente del Gobierno, tiene que mediar entre los barones de su partido –a los que aún llaman socialistas- y su promesa de no ceder ante un nuevo gobierno conservador. A esa vía, por la que dice decantarse, la llaman “a la portuguesa”. ¿Están tratándonos de decir que tendremos un ejecutivo “a la portuguesa” en un país que lleva varios años cediendo “a la griega”?
Desde mi punto de vista, cualquier coalición o pacto de cara a conformar gobierno para esta próxima legislatura debe girar en torno a unos acuerdos estratégicos en los que la especulación y la demagogia no pueden tener cabida. Dicho de otra forma, que se dejen de conjeturas, se reúnan de inmediato y se pongan a trabajar. La tarea que tienen por delante tanto PSOE como Podemos como, por supuesto, Izquierda Unida – Unidad Popular y la fuerza política que se sume –parece ser que PNV-, es reunirse para plantear una serie de puntos en común que sean verdaderos compromisos una vez conformado el ejecutivo. Una negociación en la que no se renuncie ni a una reforma constitucional, ni al referéndum para solventar la cuestión catalana ni a un pacto de Estado en torno a recuperar y mejorar las garantías sociales y las libertades civiles, tan deterioradas en estos últimos años. Cualquier cosa que no sea eso, como se viene haciendo hasta ahora, es jugar al parchís, tanto con unos como con otros. Un tanto monta, monta tanto, en el que la ciudadanía ni pincha ni corta. Ante esta circunstancia, como un buen camarada mío dice, es preferible quedarse en casa. Bueno, en casa no, mejor dicho, apaguen el televisor y vuelvan a las calles, que buena falta nos hace.
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