Anochece en Lisboa

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Alfama, barrio de Lisboa, en una imagen de archivo.
Alfama, barrio de Lisboa, en una imagen de archivo.

"Alfama es un animal mitológico. El viajero sigue por los callejones retorcidos, entre cuyas casas a uno y otro lado casi los hombros rozan, y allá arriba el cielo es una rendija entre los aleros apenas separados un palmo". En el año 1981, José Saramago escribió su único libro de viajes. Solo escribió uno, a pesar de que el Premio Nobel visitó muchos países del mundo a lo largo de su vida. Pero solo un viaje, que era más un retorno, un encuentro, un abrazo, lo impulsó a convertir en literatura su estancia. La obra fue precisamente Viaje a Portugal, y Alfama, el barrio más antiguo de la ciudad de Lisboa, una de sus obsesiones. Quien ha recorrido las intrincadas calles de Alfama entiende bien la debilidad de Saramago. Cuatrocientos años de dominio musulmán se hacen sentir en el intimismo que nos regala, y que contrasta con las inmensas avenidas da República o da Liberdade de la capital portuguesa.

"Cuando anochece en Lisboa, como un velero sin velas, Alfama todo parece una casa sin ventanas, donde la gente se enfría. Es en un pozo de agua, en el espacio robado a la pena, que Alfama está cerrada en cuatro paredes de agua, cuatro paredes de llanto". Estos versos del poeta Ary dos Santos los cantó en un fado Amália Rodrigues, un fado que lleva por título “Alfama”. Alfama es agua ya desde el origen, etimológicamente deriva de la palabra árabe al-hamma, que significa baños o fuentes. Agua, como la del portentoso estuario del Tajo, que nos inunda la retina desde el mirador de Portas do Sol y el de Santa Luzia. En Alfama, cuando cesa el traqueteo de los tranvías de madera, solo podemos oír el agua, a los músicos callejeros que acompasan las vistas, y las risas de la gente entre el silbar del viento. Siempre al caer la tarde.

"Después de haberse perdido algunas veces como había decidido, siente ganas de penetrar otra vez en las sombrías callejas, en los callejones inquietantes, en las escaleras resbaladizas, y quedarse allá hasta que haya aprendido al menos las primeras palabras de este discurso inmenso de casas, de personas, de historias, de risas y de inevitables llantos". Llantos que relata Saramago y a los que les canta Amália, también apresando la pena como procede al fado. Llanto en la ciudad de las siete colinas, llanto que se hace agua. Porque en Lisboa la vida pasa despacio, la luz inmensa se refleja en los azulejos de las fachadas, y los colores de la vida despiertan los celos del crepúsculo. Porque la ciudad con más librerías del mundo huele a libro antiguo, a vino dulce y a pastel de nata. A paleta infinita que emerge del asfalto, a navegar urbano en un mar de colores a varias alturas. Y dentro de ella y de su inolvidable pacto de agua dulce y cerámica, se yergue Alfama. "Animal mitológico por cuenta ajena, Alfama vive por su propia y difícil cuenta". Viaje a Portugal.

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