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Ha pasado un año y su promesa electoral principal durante su campaña no se ha llevado a cabo: no hay muro de separación con sus vecinos del Sur.

Reconozco que yo era uno más dentro de la legión de agoreros que pronosticaron que la presidencia de Donald Trump en los EEUU no llegaría al año. Pensaba que la propia CIA se encargaría de quitarlo de en medio de alguna forma poco ortodoxa (como es habitual en ellos a lo largo de la historia), porque Trump es un peligro para los propios americanos y el “establishment” patrio. Y si no eran los agentes de inteligencia, sería el propio presidente quien, en uno de sus arrebatos ególatras, pulsaría el dichoso botoncito rojo que tiene en el despacho oval para repartir estopa nuclear a tutiplén, dejando medio planeta hecho unos zorros, y abocando al otro medio a un nuevo periodo de las cavernas.

Pues bien, nada de eso ha sucedido. A pesar de ello, no se puede decir que este primer año en la Casa Blanca del señor Trump haya sido una balsa de aceite: ha abandonado los acuerdos internacionales más importantes que afectan a temas medioambientales, principalmente; ha intensificado el conflicto con países como Corea del Norte, Irán, Venezuela y hasta la propia Cuba, con la que Obama había conseguido desencallar medio siglo de desencuentros. Ha provocado un clima prebélico que tiene en constante alerta roja a todo el Océano Pacífico: las dos Coreas, Japón, Filipinas, China, Rusia y los propios EEUU. Ya ningún analista político duda de que si estalla una tercera guerra mundial no será en Europa como sus dos predecesoras, sino en esa alejada zona de Asia.

Por si fuera poco, el “Huracán Trump” ha potenciado las trabas de residencia y estancia para los extranjeros en su pretendida lucha contra el terrorismo internacional, enviando de vuelta a casa a miles de científicos y técnicos que ya hacían vida en EEUU, formaron su familia e incluso se sentían más americanos que Mickey Mouse. No contento con esta medida, Trump se ha cepillado el “Obama Care”, ese programa de atención sanitaria para todos (incluidos los que no tenían seguro) que protegía a millones de ciudadanos americanos de clase baja o próximos a la indigencia. 

Y a pesar de todo esto, al igual que ha crecido el odio hacia su persona, no es menos cierto que también ha cosechado ciertas simpatías. Quiero pensar que es algo habitual en el ser humano. Porque a todos terminaba cayéndonos simpáticos los “monstruos”: Jason de Viernes 13, Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street, Leatherface de La Matanza de Texas … igual con Donald Trump está pasando lo mismo, ¿no creen? Eso sí… al menos ha pasado un año y su promesa electoral principal y más vehemente durante su campaña no se ha llevado a cabo y dudo que le dé tiempo a cumplirla: no hay muro de separación con sus vecinos del Sur. ¡Viva México, carajo!

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