El animal más estúpido de la galaxia

Cristóbal Orellana.

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

Un niño ucraniano sujeta un cartel en contra de la guerra en su país
Un niño ucraniano sujeta un cartel en contra de la guerra en su país

No es que el mundo animal me parezca un conjunto de seres estúpidos. Todo lo contrario. El reino animal, vegetal… me parece un mundo fruto de la inteligencia sublime de la Vida, un jardín de variedad, color, ingenio y belleza sin límites. Lo que quiero decir con “el animal más estúpido de la galaxia” es que los seres humanos tienen demasiado activa la neurona más absurda, la que les podría llevar al holocausto del planeta entero, destruyendo toda la biosfera, incluída la vida humana misma. En este sentido, ¿se puede ser más estúpido?.

La guerra de Rusia contra Ucrania, es decir, la guerra que ha sido fraguada por décadas de colisión entre la OTAN y Rusia, es otro signo más de que la capacidad autodestructiva de los seres humanos está desatada. El biocida discurso de Putin (“estamos preparados para todos los escenarios” y aquel que se oponga a nuestra acción militar en Ucrania sufrirá consecuencias nunca antes vistas…) demuestran que los arsenales atómicos están listos para ser usados. Pero Putin es, no lo olvidemos, una pieza más de ese sistema, de esa lógica de la destrucción total en la que participan muchos estados. España misma se niega a firmar el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares. España misma tiene como aliado militar directo a Estados Unidos, una potencia nuclear que despliega su poder en toda Europa y Mediterráneo y que participa en numerosas guerras.

El panorama de las guerras y de las luchas entre bloques de países es desolador. Ese panorama, en el contexto de una degradación medioambiental mundial sin precedentes, es muy alarmante. Solamente habría que mirar lo que el estado de Israel continúa haciendo al pueblo palestino desde hace décadas, con la anuencia de algunos países occidentales, para comprender. Solamente habría que observar lo que está ocurriendo (un rearme sin freno, infernal) en toda la región del Golfo Pérsico para comprender que las relaciones internacionales están basadas no en ninguna norma racional, no en ningún criterio de convivencia y cooperación, sino en la ley del más fuerte, en la ley de la violencia.

En realidad, vivimos en una especie de caos donde la peor de las amenazas, si cabe una amenaza mayor que el cambio climático efecto de degradación medioambiental de origen antrópico, es sin duda la posibilidad de destrucción acelerada vía conflicto internacional atómico. Las consecuencias serían devastadoras y rápidas.

De hecho, ya tres cuartas partes de la población mundial viven en unas condiciones difíciles (valga este difuso adjetivo). Es decir, ya la situación mundial es insostenible haya o no haya una conflagración mundial nuclear.

Este inmenso escenario de estupidez humana profunda y generalizada no debe prosperar más. Debemos ser capaces de cambiarlo por difícil que sea hacerlo, por imposible que en principio parezca el empeño. Ojo: no es un sueño utópico, es una necesidad, una necesidad urgente. Si no lo logramos, si no obligamos a nuestros gobernantes a que desanden el camino de la contaminación, el de los abismos de desigualdad entre países, el del despilfarro energético o el de los gastos militares multimillonarios, es evidente (Putin o Trump son las pruebas) que nos sobrevendrá lo peor.

He observado, particularmente, la posición, teatralmente compungida y aparentemente responsable, del presidente del gobierno de España hablando de nuestro compromiso con la democracia, los derechos humanos, el restablecimiento de la Paz… pero él ha enviado al este de Europa varios centenares de militares, aviones de combate, buques de guerra, tanques… El crecimiento anual del gasto militar de España y su sumisa política pro OTAN revelan, igualmente, la incoherencia de ese discurso edulcorado de Pedro Sánchez al pie del palacio de la Moncloa. Utiliza bellas palabras para hablar de la Paz, pero participa de todos los engranajes de la guerra. Y no le importa exportar gran cantidad de armas de guerra a otros escenarios como el citado del Golfo Pérsico.

Entonces, toca a la ciudadanía defendernos de estas muy peligrosas políticas de las élites que no conectan para nada con los intereses de la mayoría. Es decir, estamos en la obligación de denunciar y oponernos con la máxima energía a todas estas decisiones belicistas de nuestros gobiernos, y aquellas otras que no consiguen frenar para nada el cambio climático, que nos conducen por el camino de las guerras permanentes y la devastación general.

Cuando los gobiernos operan no solamente al margen de los intereses de la ciudadanía, sino exactamente contra esos intereses (la vida digna, los derechos humanos, la convivencia pacífica y la cooperación internacional), entonces estamos en una situación de dictadura. El problema no se reduce, por tanto, a que Putin ataque militarmente a Ucrania. El problema es que nuestros gobernantes tienen decidido que los conflictos internacionales han de resolverse a base de guerras y amenazas de mutua destrucción. El mundo exige la Paz, nuestras élites la Guerra.

Para todos aquellos que concluyan que este es un bienintencionado escrito más fruto de la coyuntura, un bondadoso canto al sol cuajado de corrección política, de inocencia, de sensibilidad humanitaria, etc., que recuerde Auschwitz y, olvidándose de lo aquí expuesto, trate de responder a esta pregunta: ¿no fue suficiente aquella infinita carnicería?.

Posdata: no me refiero a la estupidez humana así en general, ni a la estupidez de nuestros muy irresponsables gobernantes, sino a la estupidez de cada uno de nosotros que, viendo lo que hay, se cruza de brazos.

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