"El protofascismo deriva de la frustración individual o social. Es por eso que una de las características más típicas del fascismo histórico fue apelar a una clase media frustrada, una clase que sufre una crisis económica o sentimientos de humillación política, y asustada por la presión de los grupos sociales más bajos. En nuestro tiempo, cuando los viejos “proletarios” se están volviendo pequeñoburgueses (y los lumpen están en gran medida excluidos de la escena política), el fascismo del mañana encontrará su audiencia en esta nueva mayoría". Umberto Eco.
"El fascismo es una mentira contada por matones". Ernest Hemingway.
El crecimiento de la ultraderecha populista en todo el mundo llamado desarrollado es cada vez mayor, ocupa espacios cada vez más amplios y países tan poderosos como los EEUU, extendiéndose como una mancha de aceite por Europa, Sudamérica y Asia, poniendo en peligro avances sociales y derechos más o menos admitidos y asentados según el lugar. El cáncer del fascismo cabalga de nuevo.
En el Estado español el crecimiento de Vox es constante, las últimas encuestas le dan más del 17% del voto y la mayoría dentro del segmento de los votantes menores de 35 años con especial ascendencia en el sector más joven, los y las menores de 25.
La batalla cultural reaccionaria llega a todos los ámbitos: críticas al feminismo, al colectivo LGTBIQ+, al mal llamado extremismo climático, a la izquierda denominada woke y a la propia democracia.
Su filtración en los segmentos de población más jóvenes es especialmente preocupante. El cambio tecnológico de las redes sociales está marcando la existencia de la generación Z, fomentando su individualismo y mermando su sentido de comunidad. Si lo de ahora no les sirve buscan en el pasado sistemas que les puedan servir y vuelven la mirada hacia regímenes totalitarios que realmente no conocen. La manera de hacer siempre las cosas no les funciona (estado fallido) y buscan otras opciones en la ultraderecha populista que erróneamente relacionan con un voto antisistema y con la solución a todos sus problemas.
Tienen miedo e incertidumbre ante el futuro, no se ven representados, la impaciencia por la falta de resultados en la resolución de sus problemas les agobia porque se están criando en la cultura de lo inmediato, influencia del mundo digital. Todo ello les hace preguntarse para qué sirve la democracia.
Es por esto por lo que son objetivo preferente del mantra populista de la extrema derecha; su adicción a las redes sociales, fomentada interesadamente por las grandes corporaciones; su, en muchos casos, soledad autoinfligida producida precisamente por esas redes sociales, y la sensación de falta de futuro son caldo de cultivo predilecto de “influencers” parafascistas que amparados en los filtros burbuja y las cámaras de eco extienden su incidencia en personas que se encuentran desarrollando su personalidad y su visión del mundo. La Gran Recesión del 2008 y la pandemia no han hecho sino ahondar en todos estos elementos.
Evidentemente el ideario de la ultraderecha populista no llega sólo a los y las jóvenes sino a todo el arco electoral, un ideario que se basa en la triada de inmigración, identidad y seguridad, según nos explica el politólogo Eduardo Bayón, y que tiene como elementos de su discurso, entre otros, los siguientes:
- Las universidades son elitistas, adoctrinan.
- La irracionalidad al poder.
- Fomentar la polarización como eje de actuación.
- Cualquier idea progresista es radical.
- La incorrección política es de la ultraderecha.
- Habilitan el racismo, el sexismo y la intolerancia. Van subiendo cada vez más el listón y lo repiten constantemente para que el discurso suene “normalizado”.
- Rechazo total al feminismo que es percibido como una agresión al papel preponderante del hombre.
- Señalan a culpables que les permitan dar una explicación sencilla de los complejos problemas actuales.
La filósofa Martha Nussbaum en su libro “La monarquía del miedo” aduce que al nuevo fascismo les interesa expandir que no hay futuro mejor, infundir el miedo y la desesperanza, y fomentar la llamada teoría de la suma cero: lo que otros tienen me lo quitan a mí. El discurso de las elites nos roba ha cambiado de bando.
Como describe el ensayista Giuliano da Empoli la suma de ira, corrupción y algoritmos es la base de cultivo para la ultraderecha.
El discurso que más o menos encubierto, representan es machista, insolidario, egoísta, individualista, retrógrado y cada vez más antidemocrático. Todo ello embadurnado de un teórico barniz antisistema que precisamente lo que hace es salvaguardar los intereses del capitalismo más salvaje y de las élites más parasitarias. En el Estado español todo ello se adereza con una versión edulcorada del franquismo y con el renacer de un nacionalismo español que mira con nostalgia los tiempos del imperialismo español y de la gloriosa cruzada- reconquista que culminó con la expulsión de los “moros” del suelo patrio, hecho que presumen de querer volver a hacer en la actualidad
Ante este renacer del fascismo bajo nuevos parámetros del siglo XXI hay que anteponer una mirada diferente del mundo y de nuestros lazos comunitarios. Y aquí es precisamente donde el Andalucismo aparece como una poderosa herramienta para combatir las ideas reaccionarias de la extrema derecha ultramontana, por varias razones:
Primero, porque el andalucismo se basa en conceptos como solidaridad, internacionalismo y respeto al otro. Se trata de un tipo de nacionalismo no excluyente, integrador y abierto, que acoge y cuida, características que se resumen en una corta frase de Blas Infante: “mi nacionalismo antes que andaluz es humano”. El andalucismo contrapone ante el nacionalismo español, insolidario, intransigente, intolerante y excluyente. La fuerte identidad universalista de lo andaluz impugna totalmente la identidad españolista rancia y trasnochada de la extrema derecha.
Segundo, porque para el Andalucismo es parte de su esencia el feminismo y el ecologismo, desde sus inicios históricos pasando por su ideario infantiano y presente en las expresiones políticas más recientes y actuales.
Tercero, porque el andalucismo es mestizo, culturalmente diverso y bebe de sus reminiscencias de mezcla y convivencia entre culturas. Por mucho que algunos lo quieran negar Andalucía es, en sí misma, multicultural.
En cuarto lugar, porque ante la soledad y el individualismo de una sociedad multifragmentada —en palabras del sociólogo Françoise Dubet— o bien bajo los parámetros del nacionalismo excluyente, se opone el orgullo de pertenencia a Andalucía como una comunidad abierta que representa conceptos diametralmente contrarios. Contra la comunidad fascista, basada en el miedo, la desesperanza y la negatividad se erige la comunidad andaluza, un pueblo que acoge y arraiga en conceptos positivos y de futuro colectivo.
Y en quinto lugar porque ante el capitalismo salvaje, competitivo y centralista que representa el ideario del nuevo fascismo el andalucismo representa la aspiración de una sociedad cooperativa y soberana tanto políticamente como sobre sus propios medios de producción y energía.
En definitiva, el andalucismo enarbola una bandera blanquiverde de paz y esperanza frente a los que amenazan con la cruz de Borgoña y la bandera aguileña y rojigualda, estandartes de odio y guerra.


