Andalucía, más allá de Urkullu

Si alguna vez se defendió que el Estado de las Autonomías es cuasi federal, convendría ahora caminar en su expresión más avanzada

El Lehendakari Íñigo Urkullu, en rueda de prensa. FOTO: GOBIERNO VASCO
El Lehendakari Íñigo Urkullu, en rueda de prensa. FOTO: GOBIERNO VASCO

El lehendakari vasco en los momentos de pre investidura que vivimos ha puesto el dedo en la llaga: el modelo territorial del Estado está en crisis. La herida no es nueva y sangra cada vez que se necesitan pactos. Más allá del caso vasco, al que se refiere en su artículo el citado político euskaldún, la propuesta de convención constitucional que plantea afecta a la línea de flotación del Título VIII de la Carta Magna del 78. Si hace 45 años aquel articulado vertebrador pudo valer al marcar vías de acceso al autogobierno y ámbitos competenciales entre Estado y Comunidades, sería una insensatez defender hoy que no necesita revisión.

Si bien la vertebración territorial del Estado no puede depender solo de pactos bilaterales, la experiencia demuestra en el tránsito de las legislaturas que asistimos a un proceso de mutación constitucional donde la recentralización del Estado es una realidad objetiva. Si al principio fueron los Acuerdos entre el bipartidismo de entonces (UCD y PSOE) y más tarde su LOAPA; ahora, se orilla invisible en las sentencias fiscalizadoras del Tribunal Constitucional o tras la gestión del poder central ante la UE. Verdad es que el texto de Urkullu confronta con Bildu en el espacio del nacionalismo vasco, y ante el horizonte de sus comicios autonómicos para la mitad del año que viene; pero no es menos cierto que este debate no es nuevo.

Se prorroga recurrente, aun sin ser exclusivo de Euskadi. Lo percibo como la necesidad de un inminente escenario constituyente que vengo defendiendo, porque si bien existió una descentralización administrativa y política en su día, aún siguen esperando reformas, es aspectos tales como el ámbito fiscal, judicial, senatorial… y últimamente hasta en términos deportivos. Si alguna vez se defendió que el Estado de las Autonomías es cuasi federal, convendría ahora caminar en su expresión más avanzada: los Estados Unidos de España que llamaba Blas Infante, en términos más recientes, la confederación de repúblicas ibéricas.

Defiendo con esto la oportunidad de dicha convención más allá de la bilateralidad que algunos llaman subasta, la cual aun siendo legítima podría solucionar un problema pero no el de todos. Un pacto entre partes no resuelve la reordenación territorial pendiente de un Estado en el que, claro que sí, los andaluces y andaluzas tenemos mucho que decir en atención a nuestra historia reciente. Si bien la propuesta del lendakari es tan oportuna como justificada, por parcial, eclipsa encarar el agotamiento constitucional en dicha materia y deja en el banquillo la complicidad de Andalucía. Incluso, me pregunto si, como señala, puede llegar a tener éxito alguno sin modificar la Constitución o por la simple buena voluntad de las partes.

Ahora bien, si Andalucía, por razones de todos conocidas, forzó la superación de un borrador constitucional que solo consideraba autonomías para Cataluña y País Vasco; y si más tarde, conquistamos a pulso un autogobierno que nos igualaba mediante el procedimiento del artículo 151 a las nacionalidades históricas que restituían su rango histórico… tengo serias dudas de que Andalucía sea apartada de un importante foro que parece justificarse con logros de los años treinta y, por el contrario, parece dar la razón a los rebeldes del 18 de julio cuando cortaron de raíz nuestro proceso a la autonomía por mor de la guerra de los tres años que provocaron. Dudas tengo además de que la mejor defensa de Andalucía en estos momentos venga de la mano de quienes pusieron su énfasis en elaborar una Ley de Referéndums que condicionó un 28F fracasado con el tenor literal de la exigente norma; los mismos que vinieron a sembrar demagogia y mentira cuando el andalucismo político forzó el acuerdo en Cortes para desbloquear el 151, primero con UCD, más tarde de la mano de un amplio pacto de fuerzas parlamentarias para sustituir la consulta en Almería por mor del interés nacional.

El bipartidismo de entonces y de hoy es, pues, el menos adecuado para envolverse en la arbonaida y gritar que no nos vengan con milongas. Por ello, el andalucismo de izquierda no debe caer en la trampa de igualarse a un discurso verdiblanquista que, por vacío y propagandístico, se dice defensor de la igualdad, pero en realidad es un freno a los avances necesarios. Como sucediera en el tópico “café para todos” no se trata de igualarse por abajo para recortar por arriba, sino de igualarse por arriba como nacionalidad histórica que somos. Ahora bien, de la misma forma que no podemos continuar diseñando el futuro sobre lo sucedido en 1978 o, en el ejemplo andaluz, invocando los espíritus del 4D o 28F, en nuestra incapacidad para construir nuevos hitos que no representen respaldo al centralismo; creo, una vez más, aunque sea políticamente incorrecto, que es necesario superar el agravio comparativo en este pueblo al que tanto aprecio como nacionalista e incidir también en las propias limitaciones a las que se somete de forma sumisa.

Las mismas que nos hicieron estar ausentes en Galeuska y hoy de las Cortes. Quedarnos en un recurrente agravio comparativo, no aporta conciencia de pueblo o de clase, y es más, como palmeros del poder, ni siquiera saldríamos en las fotos de unos medios que gustan poner el foco en formaciones con mayor representación. Tragedia sería para nuestro pueblo que rechace un horizonte constituyente, sin entender que por nuestro 151 somos nacionalidad histórica. Hay que decirle al lehendakari que Andalucía existe, tanto alto como a Madrid y tan claro como a nuestro propio pueblo: Hace falta más y mejor andalucismo ideológico. Como pueblo colonizado siempre estamos pendiente de los demás más que de nuestros propios retos; somos los andaluces más tendentes a oponernos que a proponernos. No me valen las simplificaciones a un problema que considero estructural y mucho menos el rechazo por ser una propuesta vasco o peneuvista. Nuestra realidad es la que es: carecemos de representación andalucista en Cortes y la que existe, o calla o bien, arremete contra lo superficial como algo propio de la derechona. En algún ejemplo, vergonzante por cualificado, se limita a protestar y la queja la realiza escribiendo Urkullu con c. Muy lamentable señor Escuredo.

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