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Viene uno dispuesto a echar la tarde, con motivación y rutina impuesta. De pronto se encuentra con que es imposible acomodarse en las salas de estudios habilitadas para los alumnos por la aglomeración de sujetos que puede verse en las mismas.

Viene uno dispuesto a echar la tarde, con motivación y rutina impuesta. De pronto se encuentra con que es imposible acomodarse en las salas de estudios habilitadas para los alumnos por la aglomeración de sujetos que puede verse en las mismas. Como ya saben, en la facultad hay personas que tienen asignaturas pendientes y muchas de ellas encuentran en la UCA el sitio idóneo para canalizar y asentar conceptos. Total, que una vez comprobada la disponibilidad de las salas de estudios y viendo inviable el poder colocarme en un sitio cómodo para poder ejercer ese derecho a poder estudiar dignamente, me dirijo a una trabajadora encargada de la administración de la seguridad y de la contabilidad de personas en las aulas. 

Seguidamente le pido, casi suplicándole, que si por favor no le importaría abrir otra clase porque es insoportable la cantidad de personas que hay dentro de ellas y le explico que no encuentro un sitio cómodo donde situarme. Ella me responde, con su lección aprendida, que lleva un control de las personas que se alojan dentro de cada aula y que hasta que no cumplan el cupo estipulado por clase no pueden abrirse otras aulas porque, según ella, es lo que me estipula su jefe. Jefe, al que por cierto y por supuesto, no puede desobedecer. Jefe que parece que no sabe lo que es estudiar con otros muchos estudiantes apilados al viejo modelo del campo de concentración de Auschwitz.

Bueno, continúo. Una vez que me dice que no puede abrir el aula por mandato oficial de un superior, en un tono sereno, le invito a que mire el pasillo y a que contemple la cantidad de personas que llevan mochilas a sus espaldas y que, desde hace unos minutos, andan entrado y saliendo de las aulas en busca de un hueco para poder ejercer su derecho a estudiar dignamente. Le invito a que llegue a la conclusión de que no soy yo el único que tiene ese problema y ella nuevamente insiste en que por ahora no puede abrir otra aula. Así que, concluyendo dicha charla con esta empleada de seguridad con la que no merece la pena ni hablar, decido irme a los banquitos e instalarme allí, que es el aula que la UCA ha establecido para mi.

¡Sorpresa! Una vez en el banco me doy cuenta de que tengo que enchufar mi portátil y como la UCA tiene medios de sobra y vela por mí, puedo hacer uso de dicha red eléctrica conectando mi portantil a la red de 220 voltios que ofrece el banco de hormigón en el que estoy sentado. Obviamente no puedo conectar mi portátil (estoy haciendo una crítica en tono irónico), así que improviso y adapto el horario que previamente había definido. Si me tocaba mirar unas diapositivas de convenios marítimos, pues estudio una asignatura prevista para mañana. ¡Es todo magnífico!

Por último, señalar que también en la UCA existen alumnos de primera y de segunda, algo así como lo que pasa con los ciudadanos de Europa y los refugiados. Existen fronteras en cada aula que son vigiladas por dicha seguridad que hace las veces de carcelero. Los alumnos de la UCA tenemos cuatro clases habilitadas y los refugiados sólo tienen derecho a usar una. De tal manera que el alumnado de la UCA puede ocupar la sala que desee como aquel turista de un país rico que puede visitar sin dudarlo un país pobre. Pero el forastero de otra universidad no, al igual que un ciudadano de un país pobre no puede cruzar la frontera de un país rico sin nacionalidad o visado de ese país más desarrollado. Con todo lo que conlleva. Forastero, si no hay sitio en la primera, no puedes entrar en ninguna de las demás, aunque estén vacías. Lo siento por ti, pero estas son las políticas de una universidad pública…

Esto que narro ha sucedido un 31 de agosto de 2016 y ha hecho que pierda una hora y media de estudio por que me he rebotado tanto que he decidido escribir una queja en un periódico. Dos cosas: señores, aprendan a desobedecer a sus jefes cuando la realidad habla por sí sola; y habiliten más aulas para todos los estudiantes: para los de primera y para los de segunda clase.

Hugo Manuel Lozano Romero

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