Interior del Berliner Ensemble, en una imagen reciente.
Interior del Berliner Ensemble, en una imagen reciente.

El escándalo del Teatro Real de ayer, durante la representación de Un ballo in maschera, en la inauguración de la temporada, ha vuelto a marcar la diferencia de cómo se hacen las cosas en Madrid y en el resto del mundo. Un diario monárquico de la capital llamaba a los que protestaban rebeldes y el propio Teatro Real publicaba un comunicado en el que descargaba su responsabilidad diciendo que solo había 905 localidades ocupadas y que eso representa el 51,5% del aforo completo de la sala.

A cualquiera que se le haya ocurrido ver las imágenes del teatro, y las hay desde diferentes perspectivas para que una determinada perspectiva no engañe al ojo humano, se le antoja que había un montón de gente amontonada en el paraíso del teatro, una pura normalidad a la antigua. Y que en el patio de butacas faltaba gente que quizá, en el último momento, no había podido asistir.

A la vista está que las cosas se pueden hacer de otra manera, tomemos el teatro de Berlín Berliner Ensemble, por ejemplo, donde se han desmontado las butacas que no se utilizarán y ha quedado un espacio en el que se respeta la distancia de 1,5 metros de seguridad y la imagen no permite dudarlo, además. El metro y medio de distancia debe serlo en círculo, como si lleváramos un miriñaque imaginario colgado en nuestro cuerpo.

El Berliner Ensemble, junto a otro teatro de Augsburg, experimentan estos días, además, con una máquina que produce h2o2 y unos ventiladores enormes para llenar la sala con esa niebla y desinfectar completamente la sala. Un experimento que va más allá, incluso, de la búsqueda de una solución para que los eventos culturales en directo y presenciales no mueran.

Necesitamos lo que la cultura nos ofrece para seguir cultivando nuestra alma como alma humana. Nos hace falta la literatura narrativa para vivir las vidas que nosotros solos no podríamos vivir ni en siete vidas. Nos hace falta la poesía para experimentar los sentimientos y percibir los colores y los tonos, las caricias y enfados nacidos del sentimiento humano y que no conocemos en nosotros mismos o no podemos explicarnos, pero gracias a la poesía podremos comprender. Necesitamos la música, pero la música en directo nos ofrece emociones que nuestro tocadiscos no sabe transmitirnos. Necesitamos el teatro para ver a esas figuras humanas como nosotros mismos representando papeles desconocidos o imposibles y que nos resulten creíbles. Nos hace falta, como decía Lessing, divertirnos en compañía: “Es muy triste alegrarse solo”.

Es cierto que para no tener que alegrarse solo podríamos organizar reuniones en casa alrededor de un altavoz o de una pantalla, y ver o escuchar juntos una buena película o un buen concierto. Sin embargo, en nuestra cultura ir a una casa de teatro es parte del concierto o de la obra que veremos representada. La arquitectura interior de esos lugares es parte del espectáculo, ver a otras personas, conocer a algún desconocido, saludar a alguien. Lo que se puede vivir en una sala de espectáculos no es posible vivirlo ni en el salón de casa ni en el de la Casa de Cultura. Actores que de pronto saltan del escenario rompiendo el cordón higiénico que es la corbata para mezclar ficción y realidad. Luces que circulan, que se apagan y se encienden de pronto. Nieblas que cubren nuestros ojos. Objetos o personas que vuelan. Hay muchas emociones que solo viviremos fuera de nuestras casas o en nuestra imaginación. Sin embargo, solo con nuestra imaginación podremos tener que alegrarnos solos, lo que a largo plazo puede llevar a resultar aburrido.

La pandemia nos conduce a aprender a vivir con la pandemia, aunque algunøs crean que vivir contra la pandemia sea la solución. Ejemplos como el del Teatro Real de ayer no contribuyen a que alcancemos el éxito que deseamos en los intentos de recuperar la vida cultural en sociedad. No se trata de cuál sea la suma de las personas que hay dentro de una sala, sino de cómo estén distribuidas esas personas en la sala. Llama la atención, igualmente, que no prestemos atención a lo que se está haciendo y experimentando en otros lugares de Europa, quizá con mejores experiencias.

Deberíamos, también, aprovechar la nueva situación de las salas e incorporarla, quizá, al desarrollo artístico de las funciones. Pensemos que la sala del teatro Berliner Ensemble, de Bertolt Brecht, la sala del Verfremdung, distanciamiento, es ahora la sala del Befremdung, lo extraño.

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