Una persona navegando en internet.
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Vivimos tan concentrados en el presente que casi no nos damos cuenta. Hemos aceptado con tal grado de asunción lo que nos ha tocado vivir, que a menudo pasamos por alto lo que, de utopía negativa, tiene nuestra sociedad. O mejor aún, lo que de realidad distópica hay en esta manera nuestra de estar en el mundo. Pensé en todo esto el otro día, después de leer la entrevista que Manuel Ángel Méndez le hizo en El Confidencial a la abogada, auditora de sistemas y consultora en ciberseguridad, Paloma Llaneza. El propio titular elegido no ofrecía dudas de por dónde iban a ir los tiros: “Borra WhatsApp, es lo más parecido a tener a alguien al lado leyendo lo que piensas”. No se trata, por supuesto, de una voz en el desierto. El propio Jaron Lanier, que es una de las figuras más punteras en el campo de las modernas tecnologías, además de la persona que acuñó la acertada expresión de “realidad virtual”, viene desde hace años previniéndonos, sin que le hagamos caso, sobre las perversas maniobras de los imperios basados en redes sociales, que él prefiere llamar “imperios de modificación de la conducta”. Y al menos dos de sus libros, Contra el rebaño digital y Diez razones para borrar tus redes sociales, desarrollan por extenso el curioso fenómeno, solo vivido por nosotros a escala planetaria, según el cual, poco a poco, y casi sin darnos cuenta, vamos entregando voluntariamente nuestra libertad hasta convertirnos en “autómatas o muchedumbres aturdidas que ya no actúan como individuos”. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Puede que parezca el argumento de una novela de ciencia ficción, pero es el aquí y el ahora, nuestro día a día y este presente tan confuso que, aun con tantas dificultades, aún creemos poder controlar. Unos meses antes de morir, George Orwell dejó escrito lo siguiente sobre su novela 1984: “No creo que la sociedad que he descrito en 1984 necesariamente llegue a ser una realidad, pero sí creo que puede llegar a existir algo parecido”. Supongo que todo el que haya leído con el debido entusiasmo el conocidísimo libro de Orwell, estará de acuerdo conmigo si afirmo que 1984 (que fue escrita en 1948, al menos su última versión) es la mayor utopía negativa de todos los tiempos; y su autor, el sumo sacerdote del género distópico, que, por cierto, tan de moda está en nuestros días. Pues bien, a mí no me cabe la menor duda de que ese “algo parecido” al que se refería Orwell es esta sociedad nuestra que tan bien creemos conocer. O más bien es este “algo” en que vivimos y todo lo que nos queda por vivir. Cuánto hay, me pregunto, en la sátira social escrita por George Orwell, que no se haya cumplido con creces. Por supuesto, ni se me ocurre pensar que soy el primero en hacerme esta pregunta. Ya en su día, en 1949, que es el año en el que la novela fue publicada, sus lectores pudieron observar que Orwell no solo había escrito un libro de ciencia ficción recurriendo al género distópico, sino que, sobre todo, había hecho una lectura bastante acertada de los totalitarismos que asolaron el mundo durante dos décadas y que aún amenazaban con dejar su impronta en la sociedad, quizá de forma permanente. De hecho, en su día resultó inevitable no ver en las figuras del Hermano Mayor y de su archienemigo Goldstein el trasunto ficticio del enfrentamiento entre Stalin y Trotski, al igual que, con anterioridad, había hecho con los dos cerdos enfrentados de Rebelión en la Granja, Napoleón y Snowball. En este sentido, todo parece indicar que lo que hizo Orwell en 1984 es imaginar un posible mundo futuro construido con todas las herramientas totalitarias que ya habían sido utilizadas en un pasado muy reconocible. Quizá por ese motivo la novela de Orwell nunca pasará de moda, porque, aunque proyectada hacia un futuro que ya superamos, fue escrita con elementos del pasado que nunca han desaparecido del todo. Hace treinta y cinco años, cuando al fin llegó la fecha que anunciaba la obra (que volvió a reeditarse de manera compulsiva, e incluso a leerse y estudiarse como libro mítico y visionario) fueron muchos los que dictaminaron que el 1984 de Orwell ya había llegado, y no solo al calendario. Lo notable del caso, sin embargo, es que, treinta y cinco años más tarde, todas y cada una de las visiones de Orwell siguen estando de actualidad, y puede que con más vigencia que nunca. ¿Qué es hoy el Hermano Mayor? ¿Qué es la habitación 101? ¿Cómo se practica en nuestros días la corrección continua de la historia que aparece descrita en la novela? ¿Qué es ahora la neolengua y que uso se le da? ¿Continúa habiendo una policía del pensamiento? ¿Siguen existiendo el crimental y el paracrimen? ¿Hemos dejado atrás, acaso, los intentos de adoctrinamiento masivo? ¿Y los instrumentos de propaganda y de control ideológico? ¿Hemos superado la práctica perversa del doblepensar? ¿Y la pedagogía del odio? Quizá merezca la pena reflexionar, en una segunda parte de este artículo, sobre la plena vigencia que todos estos conceptos tienen aún en nuestra época. Lo cierto, en todo caso, es que, setenta años después de haber publicado su novela en 1949, George Orwell continúa previniéndonos de los peligros que ocultan las ideas totalitarias. Volvamos a leerla. Que no se diga que no fuimos advertidos.

(continuará)

Agustín Celis.

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