Si supieras cuánto te he echado de menos, querido verano mío. Si te hubieran informado de la falta que nos hacías y de cómo te habíamos imaginado, quizás habrías aparecido más temprano y más benévolo. Ahora que casi estás presente con fuerza, creíamos que te llevarías contigo la zozobra. Cuando ya casi hemos normalizado el temor y el suelo de baldosas resbaladizas como modus vivendi, esperábamos tu calor redentor. Ya que el agua de mayo no nos trajo bonanza, deseábamos que los cuarenta grados derritieran los bichos dañinos como lo hacen con nuestras neuronas. Pero parece que no. No sé si es que no hemos aprendido lo suficiente o que quizás no hayamos aprendido casi nada. O tal vez es que el ser humano sigue con su particular y torpe estrategia de supervivencia diaria: creerse inmortal.
Cuando pensábamos en ti, casi podíamos oler la brisa del mar, sentir los rayos del sol sobre la piel y aspirar el aroma del bronceador y el bocata de tortilla. En nuestros sueños, la sempiterna pelota azul de Nivea —o de Bob Esponja, para el caso es lo mismo— volvía a rodar delante de nuestras narices y el viento de Levante soplaba más fuerte de lo deseado, arrastrando en cada uno de sus lances la angustia de la aciaga primavera. En nuestras fantasías, los pies desnudos volvían a arrastrarse por la arena, volvían a refugiarse en las orillas de nuestro mojado agosto, y a caminar por gusto a lo largo de kilómetros de interminables puestas de sol. Volvíamos a ser nuestra versión favorita: aquella que lee por placer y sin prisa, que cena muy tarde, que escucha música en la playa y hace el amor a la hora menos pensada. Volvíamos a ti.
Y ahora que has llegado no has llegado del todo. No has llegado como siempre. Te tenemos a medias, y eso, como al desgraciado que se ve obligado a compartir al ser amado con otra persona, nos horada el alma y nos roba las fuerzas. Hacemos lo que podemos por tenerte presente, y lo que debemos para que el próximo sea como siempre, como lo soñamos ayer. Eso de estar pensando ya en el siguiente cuando tú aún no te has ido no deja de ser raro, como todo lo que hemos vivido durante los últimos meses. Cuando lo extraño se convierte en cotidiano, cuesta encontrar una rutina que nos permita vivirte. Vivirte de verdad.
Mientras tanto, la gente enferma, algunos mueren y otros muchos no se enteran de nada. No saben que tú, aunque has llegado, no lo has hecho del todo. No están dispuestos a dejar de exprimirte como antes. No piensan en sus abuelos, ni en el otoño, ni en el mañana. A ciertas edades el mañana no existe, es solo un proyecto ignoto por cristalizar, un devenir furtivo pero asegurado en el que todo es posible. La juventud es irreverente, es el momento de los absolutos: se ama completamente y si se odia se odia a muerte. En medio de tanta impetuosidad no ha lugar para mesuras ni medias tintas, no hay espacio para un verano a sorbos. Así que, ahora que no estás, algunos no se resignan a vivirte distinto, a pensar más en otros que en uno mismo, a cerrar los ojos y volver a soñarte para poder disfrutarte de nuevo. Mientras te veo a medias, hasta pronto. Hasta siempre.


