Una madre con su hijo el campo de desplazados de Haji, en Kandahar, Afganistán.
Una madre con su hijo el campo de desplazados de Haji, en Kandahar, Afganistán.

Decía Margarita Robles, la ministra con más coraje y valentía del gobierno, que “Afganistán supone un fracaso de Occidente”.

Le ha faltado un poco más de sinceridad para añadir que también supone una vergüenza, una humillación, especialmente para un EE.UU. erigido en guardián del mundo, que ha mordido el polvo por el empuje de unos miles de canallas con turbante y barba, equipados con armamento de rebajas, una parte comprado con el negocio del opio que se cultiva allí.

Tampoco se podrá decir que la UE ha dado la talla, con su dependencia vergonzante de su amo y señor.

Que países tan potentes militarmente como Francia, Alemania y Reino Unido, hayan reconocido sin ningún pudor que si los americanos abandonan el aeropuerto de Kabul ellos deberán hacerlo con anterioridad, supone una vergüenza y una demostración de extrema debilidad.

Nada en este mundo será igual después de lo que está ocurriendo en Kabul. Seremos mucho más pobres moralmente.

¿Cómo es posible que un ejército tan poderoso como el americano, sea incapaz de proteger, ni siquiera unos días, a miles y miles de ciudadanos afganos, muchos que han colaborado con ellos durante los últimos 20 años, la mayoría mujeres y niños?

¿Cómo es posible que los todopoderosos ejércitos europeos tampoco lo sean?

¿No lo son, no lo quieren ser, o es simplemente por cobardía?

El ultimátum de los talibanes para que abandonen Kabul antes del 31 de Agosto, abandonando a su suerte a quienes saben con certeza van a ser represaliados y asesinados, les han hecho huir con el rabo entre las piernas.

Se convierten así, todos, en cobardes, canallas, cómplices de esos asesinatos, porque conocen con certeza que eso va a suceder así.

A partir de que el último soldado, el último periodista, la última cámara fotográfica y de TV, abandone esa ciudad, los talibanes actuarán como saben hacerlo; salvajemente, cruelmente, especialmente sobre la mujer.

La próxima ocasión que los falsos salvadores de la humanidad vayamos a “salvar” algún lugar de este mundo, sus ciudadanos deberán tener en cuenta que si colaboran con nosotros, cuando vengan mal dadas huiremos como gallinas abandonándoles a su suerte.

Esa es una de las principales lecciones que nos deja lo que está ocurriendo en Kabul y el resto de Afganistán.

Eso sí, luego de manera hipócrita nos escandalizaremos al conocer las atrocidades que vendrán a continuación y llenaremos telediarios, páginas de periódico y horas de radio con nuestras falsas condenas.

Es ahora y no después cuando podemos hacer algo por esa gente y no lo vamos a hacer.

Esta reflexión vale para nuestros gobiernos, pero tampoco nuestras sociedades están dando mejor ejemplo, entretenidas con mirarse en el ombligo de la pandemia, los baños en la playa o la subida de la luz.

De vez en cuando intentamos acallar nuestra conciencias, criticando las crueles imágenes que vemos en nuestras televisiones de plasma de 65 pulgadas, pero lo olvidaremos pronto y volveremos a la cómoda rutina occidental.

Eso los que nos decimos concienciados, porque el resto, la mayoría, cambiará de canal en busca de los “Sálvame” de turno.

Mientras tanto en Afganistán muchos hombres y niños sufrirán el azote (nunca mejor dicho) de la intolerancia, pero todas las mujeres pasarán a ser tratadas como ganado, eso sí con burka, en el mismo instante en que aquí debatimos sobre LGTBI.

Estremecía escuchar el alegato de la directora de cine afgana Sahraa Karimi señalando; “simplemente vienen y nos matan, cuando tenemos el mismo derecho que cualquier mujer, artista, o directora de cine del resto del mundo. Cometimos el error de nacer en Afganistán”.

Recomiendo que la escuchemos al igual que el visionado de una película que os emocionará; La piedra de la paciencia.

¿Volveremos algún día?

Probablemente, pero no será, como no lo ha sido esta vez, por razones humanitarias y de derechos de la mujer, sino porque cometan el error de volver a favorecer y potenciar el ataque contra nosotros, o porque ante la escasez de litio necesario para fabricar chips y semiconductores, nuestras fábricas se paralicen.

Malditos sean, malditos seáis, malditos seamos todos los occidentales, que acabamos siendo cómplices de esos crueles talibanes.

Veremos...

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