A propósito de Pilar González: senadora social

¡Adelante, Pilar! Eres la primavera rotunda de esta Andalucía que vuelve a ser lo que fue, matria de mujeres y hombres de luz que da alma de dignidad a todas las gentes del mundo.

Pilar González en un mitin celebrado en Jerez hace unos años. FOTO: MANU GARCÍA.
Pilar González en un mitin celebrado en Jerez hace unos años. FOTO: MANU GARCÍA.

Cada vez que oigo hablar del Senado me pongo a salivar igual que el perro del experimento de Pavlov. La razón no se debe al atractivo culinario de sus señorías de la Cámara Alta. Es herencia aprendida durante la época universitaria. Periodo fecundo. Éramos asiduos al Círculo Cultural Juan XXIII, lugar histórico del movimiento social y cultural de la ciudad de Córdoba (calle la Palma, 8). Allí, en un ambiente de solidaria fraternidad, se organiza cada jueves lo que se conoce como "Cenador Social".

Es decir, la inmensa labor de voluntarios/as que florece en forma de cenas riquísimas servidas en vajillas irrepetibles, ya que nunca hay un plato que se parezca a otro. La fórmula es sencilla: coges tu plato, te sirves una ración y haces una aportación económica voluntaria en función de tus posibilidades. Comes rico, charlas con gente maja y terminas lavando lo que has usado. En ese ambiente, ocurrió durante una velada de tantas que regala El Juan, entre humo y risas, que alguien dijo un pego comparando "Cenador" con "senador". Cenar y Senatus Populus Est, extraña combinación. Ese juego de palabras, que en Córdoba no es ningún alarde de creatividad porque ambas palabras se pronuncian exactamente igual, fue la excusa para desternillarse un buen rato.

Y para que, desde ese momento, ambos términos se asociaran para siempre en mi cerebro. Y de rebote en mi estómago y glándulas salivales. No falla, cada vez que oígo hablar de la Cámara Alta, me encuentro con alguna noticia en el periódico o aprueban una ley "que tiene que ser ratificada en el Senado", me pongo a salivar de manera inmediata y mi imaginación se recrea con un apetitoso plato de comida. Y no cualquier plato, sino uno de los que colmaban la escasez nutricional de la época universitaria. Aderezado, por supuesto, con la alegría de los días de vino y rosas y salpimentado del amor y la autenticidad de aquella etapa y ese lugar mágico. Un manjar, vaya.

Si se analiza el fenómeno desde una perspectiva culinaria, se trata de una alteración sensorial de vanguardia digna de los mejores chef de la actualidad. Fisiológicamente, asombra la eficacia de tal simpleza y ratifica los postulados de Pavlov. Y, desde un punto de vista lingüístico, se puede catalogar como un fenómeno de "ennobleciento semántico". Esto es: senador, una palabra tan gastada por la cantidad de ejemplos reprobables que encontramos entre sus señorias, y muy denostada por el discurso del "todos son iguales", adquiere en ese trance una connotación apetitosa y se eleva a la altura de recuerdo inmejorable de juventud. Sublime.

Viene al caso todo lo anterior por el reciente nombramiento como senadora por Andalucía de Pilar González Modino. Una noticia de gran calado para nuestra tierra que no ha trascendido como merece, y de la que debemos congratularnos por lo que supone de garantía para la defensa de los intereses de nuestras ocho provincias y de dignificación de la vida política. Para quién no conozca a Pilar González, baste con saber que elegir un nombre más apropiado hubiera sido imposible para su padre y su madre. Y que su apellido, que la emparenta con el poeta asturiano Ángel González, es un condimento importante. Estamos hablando de un pilar esencial del andalucismo luminoso de las últimas tres décadas que ha trabajado y trabaja incansable desde una perspectiva zambraniana, pues su discurso está siempre cargado de un gran rigor histórico (de casta le viene al galgo) y de una gran firmeza y belleza poéticas.

No es una joven Pilar González, no es una recién llegada. Muy al contrario, ha ido fraguando su carrera y su CV a golpe de dignidad y criterio. Ha hecho de todo en el mundo de la política, desde ser portavoz en Parlamento de Andalucía hace una década; concejala en el Ayuntamiento de Dos Hermanas en la actualidad; o hasta sufrir el hedor proveniente de la traición que emanan los borrachos de ambición por el poder. Portando con orgullo su origen emeritense, su biografía es fácilmente rastreable por internet. De ella sería relevante destacar que, como hilo conductor y en todo momento, su prioridad ha sido no resquebrajar los cimientos de la pureza ideológica personal, cueste lo que cueste. Que ha ido tejiendo futuro con memoria y sagacidad desde los ámbitos más diversos. Y asumiendo la responsabilidad que las circunstancias y los momentos políticos de Andalucía le han ido deparando, presa en muchas ocasiones de los avatares de esta partitocracia que premia la mediocridad, la subordinación y el codazo.

Si se hace un repaso histórico de nuestra joven política democrática encontramos numerosos ejemplos que explican muy gráficamente la perversión de un sistema que, en estos días, vive una de sus horas más bajas: senadores que no han pisado jamás el territorio al que representan y cuyo único mérito es la fidelidad a unas siglas. La sabia profesora universitaria que las urnas le negaron la posibilidad de fajarse por su tierra, y que comprueba cómo alguno de sus alumnos menos aventajados es elegido diputado a Cortes a una edad obscena y sin más experiencia que la adscripción a las categorías inferiores de su marca política. Igual ocurre con sindicalistas históricos, incansables luchadores de causas sociales, al ver al hijo del señorito legislar desde la cámara que le tiene cerradas las puertas por no doblegarse a la disciplina "ordeno y mando" de los partidos.

No es el caso de Pilar González, que tras un sinfín de sinsabores alberga trinitaria la identidad mestiza de la Andalucía que la ha elegido, la inteligencia de una mujer forjada en mil batallas de la universidad académica y de la vida. Y la experiencia de años de lucha y compromiso social. Es fácil analizar la figura de Pilar González con la perspectiva del tiempo. Pertenece a esa estirpe de mujeres que enarbolaba la bandera del feminismo muchos años antes de que, afortunadamente, el movimiento feminista inundase las amplias avenidas de nuestra libertad y nuestro porvenir. Se cultivó en el ecologismo y, como mujer sabia, lo asumió como un eje de raíz en su discurso. Y el tiempo y la experiencia la han reafirmado en sus convicciones incómodas, de la calle y contestatarias. O, dicho de la manera maniqueísta que es fácil escuchar de su propios labios, como una persona profundamente de izquierdas.

Con su llegada a ese cementerio de dinosaurios o pista de aterrizaje de paracaidistas de la política que en ocasiones es el Senado, Pilar González se erige en un faro de luz que ayudará a señalar la indolencia de una clase política que ni siente ni padece. En una Cámara donde la mayoría alza la mano como autómatas con sueldos de marajás, Pilar González alzará el puño con la Arbonaida bien enlazada entre sus manos tendidas al consenso, como hace un majestuoso Lorca en la Plaza Santa Ana. Y sin duda, cuando sus señorías aprieten el botón siguiendo la inercia de su partido, Pilar González apretará los dientes, alzará la voz y pondrá el coraje del que están huérfanas las reivindicaciones del pueblo andaluz. Una voz rasgada, sensible y firme que conoce las carreteras comarcales de toda Andalucía y los entresijos del hambre y la injusticia de nuestra tierra, pero también los salones engalonados del boato parlamentario y las presentaciones oficiales.

Así lo hará, podemos estar convencidos de ello. Y lo hará no contra nada ni contra nadie, la cámara territorial no debe ser un manto uniforme de levantadores de manos a servicio del centralismo, ni tampoco una guerra sin cuartel de una comunidad de vecinos mal avenidos. Muy al contrario. Es, y debe ser, un espacio de debate desde el que confrontar los intereses de cada territorio, trazar planes de desarrollo y buscar soluciones desde la justicia social, la solidaridad territorial y la equidad económica.

Por todo ello, y aunque la excepción sirva para confirmar la regla que reina en una Cámara sin alma, celebremos por todo lo alto la elección de Pilar González como senadora. Pero no como cualquier tipo de senadora. Porque, al igual que los jueves universitarios del Juan XXIII, Pilar es "Senadora Social". O senadora social andaluza, valga la redundancia. Una fórmula fácil y brillante. Y si el Cenador Social ennoblece el significado del Senado, la presencia de una figura como Pilar en la Cámara Alta no sólo aumenta el prestigio del conjunto, sino que le aporta los componentes de rebeldía y arraigo social del que habitualmente adolece. Saber que Pilar González se convierte en senadora es una noticia extraordinaria para todos los andaluces y las andaluzas de conciencia.

¡Adelante, Pilar! Eres la primavera rotunda de esta Andalucía que vuelve a ser lo que fue, matria de mujeres y hombres de luz que da alma de dignidad a todas las gentes del mundo. Sea por Andalucía libre, viva y soberana. Y larga vida al Juan XXIII.

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