Una sanitaria, con pruebas de coronavirus.
Una sanitaria, con pruebas de coronavirus.

¿Cuáles han sido sus lecciones,? maldito sea. Se está llevando a miles de personas. Se está llevando a nuestros hermanos, a nuestros amigos, a nuestra familia. Los virus son selectivos, dicen. Los virus no tienen intención de matar, porque al matar mueren. Pero matan. Porque, tan cobardes como oportunistas, atacan a los organismos más débiles; quienes sufren alguna dolencia son su blanco preferido. Ahí se meten, engordan, se reproducen. Y no les preocupa morir con tal de hacer daño. Hay más virus de los que parece. Hay muchos seres vivos que no dejan vivir, a quienes no les importa morir, ellos o sus hijos, con tal de hacer daño, de engordar. Ellos, sus posesiones y sus cuentas.

 Maldito virus ¿dónde están sus lecciones? ¿Quién las ha aprendido? Aprender de, no es aprovecharse de, a ver si lo tenemos claro. Aprender de algo es aprovechar de ese algo para hacerlo positivo. Y, cuando no se puede sacar nada positivo, no es para aprender, no está bien aprender a perjudicar, a matar subrepticiamente, como hace el virus. ¿Quién es el virus, entonces? ¿Quién es el peor virus? Aprender de él sería aprender a defenderse de él. Al menos eso debería ser. Pero ¿qué estamos aprendiendo? Ponernos mascarilla no es aprender, en todo caso será aprender a obedecer, pues se ponen más por el miedo a la multa que por el miedo a contagiar o contagiar-se. Mala forma de aprender. Mal precedente. Obedecer por miedo a la multa es acostumbrarse a obedecer sin pensar la justicia ó injusticia de la sanción. Cuando hay verdadera madurez, responsabilidad, no hay que esperar a la multa, ni siquiera hay necesidad de esperar al decreto. Pero el ser humano sólo sabe obedecer. Cada vez más porque cada vez piensa menos. Este es el mundo del miedo, la civilización del miedo, del «obedece y calla» o, más grave aún: del «calla, o será peor». Es la educación del tiempo de la autocracia y la autoridad paterna irrazonada.

Es la despersonalización final del ser humano.

Maldito virus. Nos separa, nos encierra, nos enfrenta. Ha roto la posibilidad de ser solidarios, de mirar unos por otros, forzados a mirar por cada cual, más enfrentados que independientes. Nos obliga a mirar con desconfianza a quien tose, ya ni se puede sacar el pañuelo en público aunque se dé la espalda; a quien anda de frente por la misma acera, a quien nos adelanta, a quien adelantamos. Ha deshecho la solidaridad con los enfermos, con los niños autistas, convertidos todos en sospechosos de divulgar el mal, objetos de críticas, de riñas, de denuncias. Chivatos, denunciantes, precavidos hasta la exageración y cuanto más se exagera más exagerado es el virus. El virus y quienes lo aprovechan. Porque ha cumplido las más impensables expectativas del «nuevo orden mundial» ese que persigue el adocenamiento, la automatización, la robotización de las personas para cumplir la profecía de Pink Floyd y «El Muro»; ha impulsado el uso de la despersonalizada comunicación virtual, para separarnos aún más. Para obligarnos a ser muy «modernos» sellando la separación. Quienes aprovechan para imponer ese su orden y quienes sólo saben meter miedo para hacernos más dóciles.

Esto es una guerra.

Eso nos han dicho. Como es una guerra nos ponen en Estado de sitio, pero faltan armas para la defensa. Y para la prevención. Nos echan a la calle "para evitar su propagación"… dentro. No podemos contagiar-nos dentro; fuera, no hay problema: contagiarnos y coger una pulmonía en invierno o un síncope por insolación en verano, Debe ser "lo más normal", parece.

Pues si en la guerra todo queda en segundo plano para dedicarse a la defensa, o al ataque, depende ¿por qué en esta no se hace lo mismo? Hasta de lo más sagrado: la enseñanza o las comunicaciones, por ejemplo, aunque no sean sagrados para estos aprovechados, quedaría justificado detraer recursos para aumentar los dedicados a la guerra. Mucho más de Defensa, viajes —que prueben también lo virtual— supersueldos, coches, protocolos y otros actos superfluos, se justifica más que de sobra su disminución presupuestaria para mejorar la sanidad, para contratar médicos, enfermeras, personal auxiliar, respiradores, medios de cura, medicinas. Menos ilusionar con la ilusión de una vacuna, muy rentable para una docena de empresas, pero dejen de manipular hasta que esté desarrollada, probada y lista para su uso.

Dejen de asustar e ilusionar a partes iguales, tanto autoridades como medios de comunicación. Y dedíquense a aplicar soluciones. Que mientras haya una definitiva, la circunstancial es mejor que el placebo.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído