Manifestación del 17 de febrero de 1919 de jornaleros y obreros en Córdoba, conocida por ser la primera vez donde se recoge el “Viva Andalucía Libre”.
Manifestación del 17 de febrero de 1919 de jornaleros y obreros en Córdoba, conocida por ser la primera vez donde se recoge el “Viva Andalucía Libre”.

No se puede analizar hechos de hace quinientos años con criterios de hoy”, dice el “progre”. Y el “regre”, también. Ese tácito acuerdo es gravemente grave. Por tácitos en justificar tropelías con una pobre muletilla excusatoria. Alejandro prohibió los sacrificios de niños y jóvenes y a su ejército prohibió la violación de mujeres, adolescentes y jóvenes varones. Los andaluces dejaron escapar a los castellanos, leoneses, navarros, catalanes, aragoneses, franceses, portugueses, vencidos en la batalla de Alarcos. Treinta y nueve años después, en las Navas de Tolosa, el rey de Castilla decretó exterminación de los vencidos, “quien traiga un prisionero muere con él”. Fray Bartolomé de las Casas se enfrentó a los empresarios sin escrúpulos (¿o habría que decir “con mentalidad de su época”?), y presentó al rey un Memorando a favor de los derechos de los indios, publicado hoy por varias editoriales.

Uno de estos dos grupos, siempre contemporáneos, debía tener “criterio del siglo XXI”, según la observación del principio. Sólo el otro, en cambio, actuaría según las normas “de su tiempo”. El otro es el castellano-español, el depredador, el torturador, el arrasador de territorios. Entonces, los que estaban fuera “de su tiempo” ¿eran los que rechazaban el asesinato, la violación, la esclavitud, la tortura…? Entonces, los siracusanos descontentos con Dionisio debían estar “fuera de su tiempo”. Y Dionisio ¿también estaba fuera de su tiempo, por repeler a los conquistadores cartagineses? El “derecho” de conquista fue un concepto -quizá ni eso-, una imposición de los conquistadores en función de su interés, pues ni siquiera pretendieron legitimarse. Les bastaba la fuerza bruta con algo de estrategia. La legislación es mucho más reciente, es cierto. Una legislación que viene a llenar un vacío, en cierta medida, a poner coto a los abusos, las tropelías, la tiranía. Pero pretender que abusadores, tiranos, déspotas, asesinos, han actuado “de acuerdo con su tiempo”, es poner fuera de su tiempo a los defensores de la Justicia, que siempre ha habido, y no pocos. Así, si la piratería estaba “acorde con su época” ¿es que aquella era una época pirata? Entonces ¿Por qué sigue habiéndolos?

El pretexto, mucho más que banal, persigue excusar, justificar el comportamiento “del otro grupo”: unas tribus salvajes y unos estados de vida doble, sólo a veces refinados en el interior, criminales en su trato con los de su entorno utilizados para su propio sostén económico laboral y guerrero; por eso necesitaba calificarlos como “de segunda”, calificación que, por sí sola, lejos de justificar, demuestra la doble moral, jamás considerable “normal”, ni siquiera en relación a su tiempo. En “su tiempo” también hubo pueblos pacíficos, civilizados, cultos, principales víctimas de los belicosos, precisamente por su dedicación a la cultura y su rechazo a la violencia. Ambos habitaban el mismo tiempo, la misma época y un espacio físico contiguo. Lo llamativo, extraño, sospechoso, es que a solo una de las dos formas de comportamiento se considere “propia de su tiempo”. Que sólo para una de ellas se reclame “no juzgar con criterios de hoy”.

En “su tiempo”, el obispo Osio, coetáneo de los godos, los calificó de pérfidos. Aquí puede estar el “quid”. No en la calificación hecha por Osio, sí en el burdo intento de justificar la invasión y conquista goda de la península. Pero aún, para remate: cuando buscan legitimación a sus conquistas, es Alfonso III quien cree encontrarla al emparentarse con los desaparecidos reyes godos. Es esa falsía usurpadora por partida doble y la actual justificación a los métodos depredadores y salvajes de esas conquistas, lo que con tan nulo acierto pretende justificar el aserto. Todas las barbaridades cometidas en la antigüedad, en la Edad Media, en la Moderna y hasta después de los acuerdos de Ginebra, quedarían justificados, legitimados porque “no se pueden analizar hechos de hace 500 años con criterios de hoy”.

De todas formas “con criterios de hoy” y de dónde quiera el crítico con permiso del crítico (o sin él), sí se podrán analizar hechos de hace setecientos años con criterio de hace setecientos años. Se podrá, por la doble calidad de las gentes de entonces. Porque si hubo depredadores es que hubo depredados. Si unos cometieron abusos, otros los sufrieron. Y si no todos tenían el mismo comportamiento criminal, es que el comportamiento criminal no es “propio de ningún tiempo”. O es tan propio de su tiempo como el comportamiento decente y humano. Y también se pueden -y como mínimo se deben- analizar aquellos hechos con criterio de ahora mismo, en la medida en que esos hechos y sus consecuencias perduren, setecientos años después. Así, la conquista de Andalucía -setecientos años en el caso del Valle del Guadalquivir, quinientos en el de la Penibética- sigue ofreciendo resultados, ya en marcha el siglo XXI: el de la contaminación y la lucha contra el planeta, esto último sí, “propio” de nuestro tiempo.

Si las condiciones actuales de Andalucía no fueran resultado de “aquel tiempo”, si la política imperante hubiera trabajado por integrar, en vez de por depredar y empobrecer una nación conquistada para apropiarse y utilizar sus recursos materiales, artísticos y espirituales, tal vez no merecería la pena plantearse cómo fue aquello o, si acaso, tendría sólo valor ilustrativo. Pero la actual dependencia de Andalucía, su postración económica, su negativa situación social, la negación de su cultura y de su historia, son consecuencias directas de aquella conquista depredadora y destructiva. Por explicarlo de forma gráfica, la conquista aún se mantiene, se renueva todos los días. Así que, aunque “los hechos de aquel tiempo” no pudieran analizarse con criterios de hoy, basta con analizar los de hoy, también con criterios de hoy. Andalucía sigue siendo una conquista, desde ese momento tratada como colonia. Y lo reconoció en 1975 el Ministerio de Comercio. Sí, en vida de Franco.

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