A la Feria ni loco

La sevillanía la llevamos dentro, como en secreto pecado. Todos los sevillanos tenemos un Cristo grabado en el pecho o una Dolorosa bajo la melena en la cerviz o en el muslo

Personas, en la Feria de Abril de Sevilla.
Personas, en la Feria de Abril de Sevilla.

Siempre estuvimos aquí. Somos Remo y ellos Rómulo. El asunto del Betis y el Sevilla no tiene nada que ver en esto. Nosotros somos los sevillanos malajes, esos que no cuentan chistes, no salen de nazarenos ni van a la Feria. Los que ejercen de sevillanos son los otros. Pero sin nosotros tampoco hay Sevilla.

Ahora Espada hace de sevillano malaje y Santos de sevillana profesional en ese podcast que tan buenos paseos nos está dando, Yira yira, que parece que dice Tira tira… Se les nota que se han metido hace poco en el traje de feria, pero nosotros llevamos aquí toda la vida, padeciéndonos y la cosa no tiene apenas trascendencia. La cuestión forma parte de la dialéctica sevillana. Desde hace unos sesenta años, cada vez que llegan estas fechas, decimos que yo a la Feria no voy ni loco. Aquí no se dice el real, como tampoco velada. La Feria o su versión de barrio, la velá, son lugares hechos para borrachos y niños: calles todas iguales cargadas de luces de colores. Los sevillanos malajes preferimos pasear contentos por la Sevilla de cada día.

Yo diría que incluso somos mayoría. Lo que pasa es que no hacemos ruido. Les dejamos la ciudad a los otros, para que muevan sus cosas de un lado a otro, para que llenen los autobuses y hagan colas absurdas, que nosotros nos refugiamos en casa o nos vamos a la playa. A veces uno de fuera te conoce y dice: ¡No pareces sevillano! Eso duele, aunque lo digan como un piropo. No se confundan: somos tan sevillanos como los otros, solo que no ejercemos profesionalmente. Nadie podrá decir de nosotros que somos antisevillanos o antipatriotas.

Esos términos están fuera de lugar. La sevillanía la llevamos dentro, como en secreto pecado. Todos los sevillanos tenemos un Cristo grabado en el pecho o una Dolorosa bajo la melena en la cerviz o en el muslo. Porque todo sevillano sufre la luz cegadora de la ciudad como un castigo de nacimiento, ese absolutismo tan pesado que confiere una seguridad fatalista, una imagen familiar de patio, de un huerto con limonero. Todo sevillano sabe lo que es una cerveza, de pie, antes de llegar a casa a comer. Todo sevillano sabe andar por la sombra y perderse por las calles del centro. Sevillanos rancios lo somos todos, a fin de cuentas. Pero el malaje es rancio y además, frío, como decía Unamuno de uno de nuestros ilustres malajes: Romero Murube.  

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