Carnaval prohibido. FOTO: PABLO M. CALLEJA
Carnaval prohibido. FOTO: PABLO M. CALLEJA

Son dos porcentajes que parecerían intercambiables. Uno indica el número de muertos que produce el corona-virus, el otro es el número de los supervivientes. El Carnaval de Basilea ha sido prohibido por el Bundesrat de Suiza. Hay vigilancia policial. Hay multas previstas que pueden llegar a 5 mil francos suizos. En Liestal, a 25 minutos en tren de Basilea, se ha prohibido la venta de bebidas alcohólicas desde las 19h. de ayer hasta las 6 de esta mañana, porque la gente no respetó la prohibición y salieron en entierro por centenares si no miles.

Salgo de casa a las 3:08 de la mañana, cruzo Gundeli, en realidad Gundeldingen, atravieso la estación de ferrocarril, Basel SBB, por donde me topo a penas con los empleados de la limpieza. Aparece una persona con un gabán a la antigua. Toma la escalera de bajada y se encuentra en el vestíbulo principal con otra persona. Caminamos en la misma dirección. En el parquecito los adelanto y nos damos los buenos días. Sigo calle abajo: vacío. De pronto llegan por la derecha un padre y sus dos hijos. Tres jóvenes salen del portal de su casa, nos saludamos, me preguntan que si voy al Morgenstreich y digo que sí. Nos sonreímos. Llego a Barfüsserplatz. La gente va llegando desde diferentes lugares de la ciudad para dirigirse a la Markplatz, donde está el ayuntamiento. Algunas personas disfrazadas, por libre o con el tipo de su agrupación.

Por la tarde, y en presencia de la policía en número de 3, había salido de esta plaza, Barfüsserplatz, un grupo de hombres sin disfrazar y marchando como se marcha en Carnaval. Los tres últimos con sus tambores guardados en sus fundas y a la espalda. Durante la marcha iban cantado el ritmo que normalmente harían los tambores. Ayer, dos romanceros basilenses iban por la calle con todos su avíos a cantar a un local.

Llego al ayuntamiento, las 3:36 de la madrugada. A las 4, cuando sonara el reloj, se apagarían las luces de toda la ciudad vieja de Basilea la grande, se encenderían los faroles y forillos de los grupos de Carnaval y comenzaría el Morgenstreich, un pasacalles con música de tambores y piccolos durante el que las agrupaciones, Zünfte, muestran sus críticas políticas o sociales, y sus burlas y sátiras, a través de los forillos iluminados desde dentro, y que van cargando en andas o sobre ruedas.

En la plaza hay mucha gente, grupos de familias disfrazadas, grupos de amigos, grupos de miembros de agrupaciones. Salgo de la plaza hacia las callejas más antiguas. Una pareja se está disfrazando en un portal. Se están poniendo máscaras antivirus: este es su disfraz.

Quizá las autoridades se dejaron llevar por el número, el 99,6%, un número que fácilmente se puede asociar al pánico para prohibir el Carnaval. Solo que el 99,6% es el número de los que sobreviven en el peor de los casos de corona-virus, según información que publicaba el Basler Zeitung. En Weil am Rhein, Alemania, a escasos 7 km. de Basilea, donde se llega en el tranvía número 8 en unos 15 minutos, se había celebrado con naturalidad su Buurefasnacht, su Carnaval de los jartibles. El 0,4% de mortalidad no parecía ser motivo suficiente para suspenderlo.

El tranvía iba lleno de gente, todos muy cerca de todos. Gente que estornuda. Gente que se agarra a la barra, que toca el asiento. Un restaurante autoservicio en el centro de Basilea ha instalado un expendedor de desinfectante en la misma entrada. La comida está ante las bocas y narices de todos. Los cucharones para servirse pasan de mano en mano. Desinfectarse las manos no es obligatorio, y aunque lo fuera no tendría demasiada eficacia. Pero el número de supervivientes en el peor de los casos sería del 99,6%.

Andreasplatz, 4:41 suenan los primeros tambores. Esa plaza angosta contiene una fuente con un mono que mira al altar mayor de la iglesia que allí mismo existió y que hoy solo se puede ver por las líneas que marcan su planta sobre el suelo. Tambores y piccolos. Media hora antes habían sonado los piccolos de otra agrupación, pero los tambores permanecían mudos. Un vagante representando a la muerte tocaba su tambor cubierto por un trapo. Cuatro carnavaleros salen de la plaza. Dos tocan tambores; dos tocan piccolos. Marchan hacia la Barfüsserplatz. La gente los aplaude. Llegan corriendo el resto de colegas informadores. La gente se une al pasacalles. La policía, en número de 6, actúa con absoluta discreción. El entusiasmo aumenta. La gente acompaña con sus voces para suplir lo que hubieran sido varias docenas de tambores y de piccolos.

En una calleja angosta, Pfeffergässlein, dos mujeres de avanzada edad, dos amigas, se han hecho su mamarracho gaditano, su disfraz improvisado. “Que corra el aire entre la gente para que no llegue el virus a mi boca…”

El Carnaval da, una vez más, una lección inmensa y se burla contra decisiones y usos del poder que la gente comprende exagerados o abusivos o absurdos, aunque sean pocos los que salgan a decirlo; las multas son grandes. Y a pesar de todo, durante el tercer pasacalles de los tambores, al que se han ido uniendo más y más piccolos, unøs jóvenøs, a cara descubierta, han conseguido, ellos sabrán dónde, unas cintas de precinto de la policía y han rodeado el pasacalles para aumentar la satírica crítica.

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