Los recuerdos y sabores de la niñez gracias a las torrijas de Francisca Díaz Pozo.

En un arrebato de inspiración y originalidad pensaba escribir, coincidiendo con estos días santos, de las mejores torrijas. Este manjar hipercalórico que podemos encontrar, además de los roscos, los milindricos o las alpisteras, en pastelerías, obradores de conventos de clausura, confiterías, bares, mesones y restaurantes. Antes teníamos que conformarnos con las de vino o leche para cubrir con miel, azúcar o canela. Ahora es fácil encontrarlas en formatos tan distintos como las de chocolate y hasta rellenas de crema.

Decía que estaba escudriñando entre las más recomendables cuando he caído en la cuenta de que, sin desmerecer a las restantes, las que más me gustan no están de venta al público. Qué le vamos a hacer. Aparte de las de mi suegra, exquisitas, siempre dije que las de Pepita Bohórquez rozaban la perfección. Su elaboración es la clásica, siguiendo la receta de su madre, Pepita García de Villegas. Yo mismo tuve la suerte de probarlas accidentalmente una mañana que nunca olvidaré, ya que dejé sin desayuno a su hijo Ángel. Lele, su nieta, fue la responsable de la broma y desde entonces, y en señal de desagravio, me endulza las cuaresmas con una fiambrerita.

Pero en el punto más álgido están las de Francisca Díaz Pozo. Paca es de la familia. Si dijera que es como una tía, faltaría a la verdad porque es mucho más que eso. De la misma forma que su hermana, Ana, veinte años mayor que ella, fue muchísimo más que una abuela.

Los recuerdos y los sabores de mi niñez pasan todos por ella. Su gracia natural, su generosidad, su cariño y su mano maestra en la cocina que mantiene intactos rebasados de largo los ochenta. Fernando, mi compadre, y mi amiga Lele celebran aún los rosquitos que cocinaba como nadie. Pero no sólo trabaja la repostería, sino que borda la sopa de ajo, las tortillitas de carne, las asaduras, los huevos con tomate, la berza, las cabrillas y los guisos en general, pese a su afición inconfesable al Avecrem.

Lleva dos días diciéndome que ha hecho torrijas y que me ha preparado un buen surtido para que me duren toda la Semana Santa. Entre una cosa y otra, hasta este mediodía no he podido pasarme por su casa de la calle Palomar, un pequeño apartamento donde vive junto a Luis, su marido, al que se accede por un pintoresco y coqueto patio de vecinos típico en el barrio de San Pedro.

Carmen, su vecina, me abre la puerta de la finca, y tras saludarme tan encantadora como siempre, me dice que estoy un poco más gordito que la última vez que me vio. Mis intentos de encoger la barriga para disimular no han funcionado.

Una agradable sinfonía de canarios y jilgueros dan música a un mediodía de primavera excelso. El primero de calor después de muchos meses. Los geranios en flor y un buen surtido de marcos con fotos de cristos y vírgenes descoloridas por el sol llenan las paredes encaladas de la zona común.

A Paca me la encuentro metiendo las torrijas en una fiambrera. Me saluda cariñosa con dos besos sonados y muy sentíos. Es entonces cuando decido sobre la marcha que este artículo llevará su nombre y el de sus torrijas. Ella no pone el más mínimo inconveniente. Al contrario. Le propongo que explique en el vídeo adjunto cómo las hace, y acepta encantada. Grabamos en su minúscula cocina, de donde es capaz sin embargo de crear los platos más sabrosos.Aunque en mi veredicto hay un componente emocional importante, como suele sucedernos con las croquetas de nuestras madres, el secreto de sus torrijas lo situaría en el pan de molde, lo suficientemente basto y duro para que aguante los baños sucesivos en oloroso dulce, huevo, aceite de oliva virgen extra y miel de la comarca, y lo necesariamente esponjoso para que el resultado sea siempre igual de extraordinario.

Es ese dulce el responsable de tardes, noches y madrugadas enteras sin descanso viendo procesiones, así como de la prominente tripa en la que también repara Isabel, la dueña de la finca y tía de Carmen, cuando se asoma al patio para despedirse y me advierte de que me estoy poniendo “muy hermoso”. Le prometo que para la próxima visita, con permiso de este blog, habré hecho propósito de enmienda.

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Jorge Miró

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