Vacas pastan en las marismas de Trebujena, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA
Vacas pastan en las marismas de Trebujena, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA

Una visita a Trebujena, donde hace ya tres años que está prohibido pescar la angula, de la que vivían unas 200 familias en la localidad, a causa de la moratoria de una década que decretó la Junta de Andalucía ante la cada vez mayor escasez de esta especie.

Luce el sol. La mañana, de un día entre semana de finales de septiembre, es agradable. 24 grados marca el termómetro del coche. A izquierda y derecha, el escenario que conforman las marismas y la ribera del Guadalquivir, a su paso por Trebujena, es espectacular. No nos extraña que Spielberg eligiera esta zona para rodar su Imperio del Sol, o que a pocos kilómetros de aquí hiciera lo propio Alberto Rodríguez para su Isla Mínima, uno de los pelotazos de la cartelera nacional en estos días.

Garzas, flamencos, gaviotas y vacas salpican el paisaje. Se nota que el Parque Nacional de Doñana está a dos pasos. La carretera que conecta Trebujena con el río es estrecha. En el gastado asfalto, marcas de kilometrajes, suponemos que por alguna antigua carrera disputada allí. Casi más ciclistas que coches y algún que otro valiente corriendo. Llegamos a un pantalán. No vemos ningún coche aparcado. Delante nuestra, el Guadalquivir, el río grande, como así lo bautizarían los árabes, viene tranquilo y con un oscuro color marrón. Puro lodo. Vemos siete embarcaciones, artesanales, fondeadas en un margen de 500 metros. Lo de embarcaciones lo decimos porque flotan, ya que por sus hechuras parecen cualquier cosa menos eso. Sin embargo, no vemos a nadie pescando. En la orilla, algunas barcas, gastadas por el uso y el sol. A pocos metros, un barco, que hace años que dejó de navegar.En el Guadalquivir hace ya tres años que entró en vigor la moratoria de diez años que decretó la Junta de Andalucía y que prohíbe la pesca de la angula. En Trebujena, hablar de esta especie es hacerlo del modo de vida que tenían unas 200 familias. En los tiempos de bonanza, un riachero podía ganar cerca de 6.000 euros en una semana si la pesca era buena, ya que la angula se pagaba entre 400 y 500 euros el kilo. Hoy día, la poca pesca que hay es furtiva ya que poca gente se arriesga a que lo pille el Seprona. Y es que en el río ya se prohíbe pescar no sólo angulas, también camarones. Es más, para muchos está prohibido hasta poner el pie en un barco, ya que prácticamente nadie tiene papeles ni para navegar. “Sale más rentable que te pillen con un alijo de cocaína que con medio kilo de angulas”, nos señalaría horas más tarde un antiguo riachero.

Pero, ¿cómo se llegó a esta situación? ¿Cómo se vive en el pueblo la parada biológica? ¿Qué hacen los antiguos riacheros? ¿Y los negocios de la zona? ¿Se sigue pescando? Sigan leyendo.

El origen del problema

La angula, tiempo atrás abundante, hasta 40 toneladas por año se capturaban en los primeros años de la década de los 80, fue desapareciendo poco a poco de las aguas del Guadalquivir. En 2009, último año que se permitía su pesca, apenas se alcanzaron los 300 kilos, al menos oficialmente, ya que, según nos cuentan varios riacheros, muchísimos kilos de angulas se vendieron de contrabando, sin declarar. Así y todo, ¿cuál ha sido el motivo de su desaparición?

De un lado parece que la desmedida pesca, que se hacía de manera poco controlada. Según datos de la Junta, hasta 100 embarcaciones que no cumplen la normativa vigente y que carecen de licencia salían a pescar en aguas del Guadalquivir. Buena parte de los riacheros, si bien reconocen este problema, también lo achacan a pesticidas usados en los arrozales cercanos y a una mina de cobre siguiendo el curso del río en dirección a Sevilla. Por su parte, la Junta de Andalucía, en diversas pruebas, detectó, entre otras cosas, mercurio y plomo en las angulas. De otro lado, el color marrón del río tampoco escapa al problema. Todo el mundo lo recuerda de un color verduzco, no el marrón de ahora producido por el lodo. Parece que la causa de esto, según estudios que la Junta publicó en su día, se debe a un microorganismo que, a su vez, afectaría al normal tránsito de la angula por el río.Así que una mezcla de todo esto ha hecho que la angula, que nace en el lejano mar de los Sargazos y que cruza todo el Atlántico para venir hasta aquí, engordar, convertirse en anguila y desandar de nuevo el camino para desovar otra vez en la costa de Las Bermudas, haya ido desapareciendo poco a poco. De ahí la moratoria de diez años, aplaudida por los ecologistas, que recuerdan que en 2008 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza clasificó a la angula “en peligro crítico”, fuera de los límites de seguridad biológica, además de señalar que, debido a las finísimas redes mosquiteras que se utilizan para su pesca, se capturan centenares de kilos de alevines de otras especies.

Los antiguos riacheros

Siguiendo el camino que marca la carretera, llegamos hasta unas compuertas donde se sitúan la cooperativa y la empresa Piscícola de Trebujena, donde se cría, sobre todo, lubina. La cooperativa parece que no tiene actividad, sin embargo en la piscifactoría sí vemos movimiento de vehículos y de personal. Preguntamos a uno de los trabajadores por la posibilidad de encontrar a algún riachero por allí. “A esta hora es difícil. Pregunten en el bar, ahí suelen parar, pero creo que es temprano, eh”. El bar, situado en la esquina, es pequeñito. Un fuerte olor a pescado lo inunda todo y la verdad, se hace un poco desagradable estar allí dentro. Poca clientela, sólo una mujer desayunando un mollete con café. En la barra, presumimos que el dueño, nos mira con cara de “a ver qué quieren estos”. Le comentamos sobre nuestro reportaje y sobre dónde podemos encontrar a riacheros. “Bueno, esto ahora está prohibido, ¿eh?”, nos espeta en relación a la pesca de la angula. “Iros a Trebujena. Nada más entrar os encontraréis con el bar Ángela. Allí paran muchos riacheros antiguos”. Nos despedimos dándole las gracias y preguntándole su opinión sobre la moratoria. “Hombre, para pescar hay primero que respetar al animal y que críe”.

Volvemos a Trebujena. De camino encontramos una patrullera de la Guardia Civil. Preguntamos a la benemérita por el tema de los riacheros ilegales. “Alguno hay, pero procuran no pescar delante nuestra, como es lógico”.

No es difícil encontrar el bar Ángela. En su terraza, jubilados juegan al dominó. Dentro, la barra está poblada de parroquianos tomando mosto y cerveza. No vemos ni una mujer. En las paredes, cuadros y pósteres de Miguel Indurain. Parece que el exciclista navarro tiene aquí a una legión de seguidores. Preguntamos al camarero por algún riachero mientras, con nuestra cerveza, nos invita a una tapita de jamón. Sólo dos lonchas, pero se agradece el detalle, tan poco visto en los bares de Jerez. “Aquí tenéis a uno”. Nuestro hombre es José Pazos, Joselón, que nos permite que le invitemos a una caña mientras nos cuenta su historia.

José tiene 67 años muy bien llevados. Lo de riachero le viene de familia. Su abuelo ya lo era, su padre lo fue y también él siguió la tradición, no así sus hijos. “Ellos tienen sus trabajos y les va bien, prefiero que sigan con lo suyo”. Él, el mayor de siete hermanos, recuerda cuando los riacheros vivían en chozas, cercanas al río. Con 15 años ya se iría para Trebujena. Esa época era muy dura. Así, reconoce que “si me dicen que por arte de magia me ponen otra vez con 7 años,  digo que me quedo como estoy, porque las embarcaciones de antes era para verlas. Las de hace 30 años para acá ya son otra cosa”.Joselón, jubilado por fuerza debido a la moratoria, alternó durante su vida el campo con el río, además de pasar mucho tiempo en el extranjero. “El río ha dado dinero de 30 años para acá”, explica, “sobre todo cuando vinieron los japoneses a llevarse las angulas para criarlas y convertirlas en anguilas. En la época buena el kilo se pagaba a 500 euros, y había noches que pescabas 20”.

Paradójicamente, lo que hoy es considerado un manjar que se paga a precio de oro, antes no se valoraba. “La angula hace 50 años se pescaba en el Guadalete y se le echaba a los cochinos, porque no se vendía. Aquí el propulsor de la angula fue Aguinaga, porque en el norte de España se está pescando la angula desde hace 100 años”.

Le preguntamos a Joselón el por qué se ha llegado a este punto de prohibirse la pesca por diez años. “A ver, para mí, la agricultura y la pesca desgraciadamente no pueden convivir. A los árboles, para sacarles rentabilidad, tienes que echarles todo tipo de pesticidas, y eso provoca que las aguas vengan muy contaminadas. La contaminación siempre es lo que acaba con todo.  Pero el problema es que aquí durante muchos años se hacía todo al estilo compadre, mucho no se declaraba. Claro, han dicho los técnicos que en el último año sólo cogimos 300 kilos de angula pero realmente se pudieron coger 2.000 o 3.000 kilos. Pero claro, nosotros no podíamos decir nada porque no estaba declarado, pero lo sabíamos”.

Y eso que para controlar un poco la situación entre ellos, se llegó a crear la cooperativa –“cuando se creó, en el 84 o el 85, es cuando realmente esto ha dado dinero”- recuerda el riachero, si bien explica que problemas entre ellos y deudas bancarias provocaron el cerrojazo de la misma.

"Los técnicos dijeron que antes del parón se pescaron 300 kilos, pero realmente se pudieron coger 2.000 o 3.000. Pero no podíamos decir nada, porque no estaba declarado"

“Aquí no se aplicaba ninguna lógica a la hora de pescar. Han pasado de dejarnos hacer todo lo que queríamos a no dejarnos hacer nada”, reflexiona. ¿Cómo vivieron el anuncio del decreto? “Hicimos de todo. Nos fuimos a la Junta a protestar, a Bruselas, nos encerramos en la ermita, cortamos carreteras, el río… Por cada riachero había 20 antidisturbios como armarios empotrados”, recuerda. “Hicimos también un borrador de mínimos en el que proponíamos 6 meses pescando y otros 6 sin pescar. En esos seis meses se habría hecho un daño mínimo, pero no hubo manera”.

¿Y ahora qué? “Ya cada uno se ha reciclado en lo que ha podido. Antes con el ladrillo la gente se iba a media España, pero ahora está la cosa parada. Muchos están en los hospitales. Si pegas una patada, te salen 40 celadores de Trebujena. Y luego están los que siguen intentando pescar. Desde luego, si yo tuviera 30 o 40 años y críos chicos, aunque me multaran seguiría yendo, porque de algo hay que comer”.

Tras despedirnos de José, salimos del pueblo en dirección otra vez al río. A 400 metros del Guadalquivir, en plena marisma, hemos quedado con uno de esos riacheros que, tras la prohibición, ha tenido que reconvertirse. Atrás quedaron el barco y las redes. La hostelería es ahora su profesión. Junto a un poblado de bungalows que años atrás fue una residencia vacacional, hoy en el abandono, encontramos un curioso cartel. “Manegador”.  “¿Te acuerdas de Marina D’or, ciudad de vacaciones? Pues esto es Manegador, ciudad de camarones”, bromea Juan Manuel, alias Maneguito, que es como lo conocen en el pueblo. Maneguito, el hijo del Manego, ha montado una taberna en plena marisma, que abrirá sus puertas en estos días tras una pequeña reforma. “El año pasado fue un éxito. Ahora estamos montando otra barra más pequeña para que haya más sitio”, explica a las puertas de su negocio, en plena naturaleza y en un paraje privilegiado.Maneguito es hijo y nieto de antiguos pescadores. Su abuelo, antiguo guarda del coto de Doñana, ya empezó con la angula. Su padre, Manego, siguió con la tradición que acabó heredando él también. Hoy, padre e hijo se dedican a la hostelería. “Otra cosa no hay, la cosa se ha puesto muy mala en el río por el parón. Y es una pena que un trabajo de tantos años haya desaparecido de la noche a la mañana”, lamenta.

Trebujena, Lebrija, Isla Mayor… muchas familias vivían de la pesca de la angula. Un trabajo duro pero muy bien pagado en su época. Hoy, todavía, los más valientes siguen saliendo al río a pescar. “Se pasan muchas angulas de contrabando a Marruecos, y de ahí las exportan a China y Japón. Pero es mejor que te pillen con droga que con angulas. En Lebrija le metieron 12.000 euros de multa a uno”, señala Maneguito, a la vez que incide en que, para él, los riacheros no han acabado con las angulas. “El río no es el mismo. Trae una gran contaminación y un lodo que no traía antes, porque hay sitios que en medio del río te quedas encallado. Todo viene de la parte de Sevilla. El río se está perdiendo en profundidad y eso afecta a la angula y a todo. Aquí antes se pescaba el langostino, porque hasta aquí había agua salada, y ahora fíjate, es tan dulce que hasta las vacas beben el agua del río. De verdad que nunca lo hemos visto como viene ahora. Yo creo que nosotros no tenemos culpa ninguna por mucha pesca furtiva que haya habido, porque eso siempre ha existido”.

Maneguito también cree que, por muchos estudios que se hagan, falta gente que conozca realmente el río. “Los estudios tendría que hacerlos alguien que fuera de aquí y que conociera esto, pero no una persona que venga de una universidad y no conozca lo que es el terreno día a día, porque hay años con más angulas y con menos. Angulas sigue habiendo. De hecho, este año ha sido un año grande, grande, de angulas”.

El Litri, el rey de la angula

Hablar de angulas es hacerlo también de su manera de cocinarlas. Y en ese aspecto, en Trebujena, El Litri es el número uno y toda una referencia. Si bien el famoso hostelero falleció ya hace unos años, es su hijo José María el que sigue con el negocio. Actualmente, entre sus platos sigue estando la angula, que se sirve a 38 euros la cazuela. ¿De dónde las traes?, le preguntamos. “¿Hace falta decirlo?”José María recuerda que su padre llegaba a pagar el kilo de angulas “entre 400 y 500 euros”, aunque había temporadas que se llegó a poner en 180 euros. Eso sí, señala que, a diferencia de la tradicional ley de la oferta y la demanda, que dice que cuanto menos producto hay, más caro es, en Trebujena pasaba al contrario con la angula. “Cuando más angulas había, más caras se ponían, y normalmente en Navidades era cuando se ponía por las nubes”. Así y todo, explica que el precio desorbitado de la angula lo pusieron los japoneses. “Vinieron aquí a por el atún de Barbate y a por la angula de Trebujena. Ellos no quieren la angula para nada, ellos quieren anguilas, así que imagínate de un kilo de angulas las anguilas que sacan”, indica el hostelero, que hace memoria y recuerda que, en aquel entonces, el kilo de angulas costaba 12.000 pesetas. Fue llegar los japoneses, y empezar a subir el precio. “En una semana se pusieron a 25.000, de 25.000 a 30.000 y de 30.000 hasta 50.000 pesetas. Ya la angula no bajó de 20.000 pesetas. La encarecieron ellos”.

Para José María, en el tema del parón “debe de haber muchos intereses de por medio”, aunque reconoce que “es verdad que aquí se tendría que haber regularizado como se ha hecho en tantos sitios, y pescar de tal fecha a tal fecha, porque aquí se pescaba todo el año entero”.

¿Y ahora qué?

En Trebujena y los pueblos ribereños, tocará seguir esperando. La Junta de Andalucía, a través de la Consejería de Medio Ambiente, señala que, a pesar de las pruebas que los técnicos están haciendo periódicamente en el río, estás no dan resultados claros, ya que se necesitará que transcurran los 10 años de parón para valorar realmente los resultados y para que se pueda recuperar la especie. De momento, se están llevando a cabo repoblaciones, como la que se hizo en 2011 en la laguna de Medina, donde se liberaron alrededor de 4.800 anguilas que, en 2018, se capturarán de nuevo para posteriormente liberarlas.Volvemos a Jerez no sin antes pasarnos de nuevo por el río. Desde el pantalán observamos una embarcación con las redes echadas y cuatro personas faenando. Es casi la hora de comer y el sol luce en lo alto. Por lo que vemos, algunos ya ni buscan el manto de la noche para salir a pescar a escondidas. Entonces recordamos a Maneguito. “Angulas hay”. Alguno podrá llevarse hoy, cuanto menos, 100 euros a casa. Buenos serán si hay que darle de comer a la familia.

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Jorge Miró

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