José Bermúdez Benítez (Barbate, 1946) se montó en un barco por primera vez cuando tenía siete años. Y no se bajó, podría decirse, hasta más de 50 años después. En su pueblo todos los conocen como José Mi Vida, un apodo que le viene de su abuelo.
Con diez años, empezó a adentrarse en el oficio de redero, que ejerció durante un tiempo. Ganaba 25 duros, con los que ayudaba a la economía familiar. También fue pescador. Y armador, propietario de barcos con los que salía a la mar y daba trabajo a gente de su pueblo. Una labor reconocida durante la reciente edición de los Premios de Periodismo y Trayectoria Profesional del Sector Pesquero Andaluz, por dedicar su vida a la mar. Con todo lo que conlleva.
"Crecí literalmente al filo del río. Nací y me crie pegado al agua, en un barrio donde casi todo el mundo vivía de la pesca", cuenta José Bermúdez a este periódico. Lo hace señalando hacia su barrio natal, conocido precisamente como el barrio de los pescadores. Un oficio que ejerció su abuelo, también su padre. Y otros miembros de su familia.
"Toda mi vida ha estado ligada a la pesca", rememora. Con siete años estuvo 40 días embarcado. "Mi madre estaba que no vivía, pero en aquella época era así", dice. Eran los años 50 del siglo pasado. Otros tiempos.

Ahora, Bermúdez echa la vista atrás y solo le salen lamentos. Por lo que fue Barbate y ahora no es. Por lo perdido por el camino. Por los numerosos cambios de un sector acostumbrado a los vaivenes, literales y metafóricos.
"Hubo un tiempo en el que había nueve conserveras, más el Consorcio Nacional Almadrabero. Podían trabajar fácilmente entre 4.000 y 5.000 personas. Venía gente de fuera a trabajar a las fábricas, y todo el entorno vivía de eso: del pescado, de la hueva, del atún. Barbate era un hervidero de actividad", dice Bermúdez.
Y otra más de nostalgia pesquera: "Barbate llegó a tener una flota de casi 300 barcos, solo de cerco. Había 1.500 pescadores, y el pueblo tenía unos 28.000 habitantes, más o menos como ahora, y de artes menores había también muchísimos más. Hoy creo que Barbate no llega ni a los 100 trabajadores activos en la mar, y eso sin contar la almadraba, que todavía mantiene su propio personal".
"Con los años, el puerto de Barbate se ha ido degradando. Y no porque la gente no quiera trabajar, sino porque las Administraciones lo han permitido o incluso lo han propiciado. A mí me da pena ir al puerto y verlo como está, después de haberlo conocido en su mejor momento, lleno de barcos, de gente y de vida", sostiene.
"Mandando" desde muy joven
José Mi Vida procede de una familia de pescadores y armadores, por lo que no tuvo muchas opciones de elegir otro oficio. "Tuve la opción de dedicarme a otras cosas, pero no la aproveché porque el mar era lo que conocía y lo que había visto desde niño", dice.
El armador barbateño dejó el colegio a los diez años, y empezó a tejer redes. "Como había tantos barcos, no faltaba faena", recuerda. A su vuelta de la mili, ya estaba "mandando" en un barco, con cerca de 40 tripulantes. Él rozaba la veintena.

"Era mucha responsabilidad para alguien tan joven, pero yo ya traía una trayectoria detrás. Empecé a mandar con 16 años, e igual que yo, había chavales con 16 o 17 años al frente de embarcaciones con 20 o 30 hombres. Éramos niños, pero veníamos de familias de mar y se daba por hecho que sabíamos lo que hacíamos", rememora.
Más de 40 años estuvo embarcado, hasta su jubilación. Por eso sabe bien de lo que habla cuando se refiere de épocas pasadas como las "mejores de Barbate", que sitúa entre los años 60 y 70 del siglo pasado.
"He sido pescador y armador de principio a fin. De noche era pescador y de día armador. En el armador recaía toda la responsabilidad: si había un accidente, si un trabajador se daba un golpe, si la semana había sido mala y el hombre no había ganado suficiente, el armador adelantaba dinero para que esa familia pudiera comer. Al menos, así lo entendíamos algunos", dice Bermúdez.
De pescador a policía
Durante los años 70, el armador regentaba un barco con 35 tripulantes, pero "se produjo un recorte brutal de la pesca en Marruecos". Por eso cambió el guion de su vida. Con 23 años, como quería casarse e iniciar una vida en familia, "y veía que la cosa se ponía muy difícil", se presentó a un examen de ingreso a la Policía.
Entonces, en los estertores del franquismo, era la Policía Armada, en la que entró a la primera. "Me fui a Sevilla y me presenté en el cuartel del Tardón. Hice las pruebas y salí aprobado. Me destinaron a una compañía antidisturbios, de las que se crearon en plena Transición. Entré en la academia de Canillas, en Madrid, en enero del 73", recuerda.

Porque después de su jornada laboral, se iba a estudiar, dos horas lectivas, "para adquirir algo de cultura, lo justo para sacarme los carnés y los títulos que me hicieran falta", dice Bermúdez. "En los pueblos, por entonces, solo estudiaban los pudientes. Los que no teníamos medios para una carrera intentábamos, al menos, conseguir las herramientas básicas para salir adelante", señala. En su caso, le sirvió para ingresar en la Policía.
Estuvo destinado en Tortosa, en Barcelona... hasta que consiguió Barbate, en una comisaría de reciente creación, que posteriormente cerró, y estuvo en San Fernando. "Pero siempre seguí ligado al mar: tenía un barquito en el club náutico, participé en la creación del club y llegué a ser su presidente. Siempre mantuve un pie en el mar", aclara.
Pero tuvo un accidente a principios de los años 90. Una lesión grave en la mano por la que el tribunal médico lo declaró incapacitado para ejercer como agente. Y, entonces, volvió al mar. Si es que se había ido alguna vez.
Mientras todo esto pasaba, la flota pesquera de Barbate fue menguando. A partir de los años 70 se empezaron a desguazar barcos. "De casi 300 barcos llegamos a quedarnos en unos 28 o 30", dice.
Las "guerras" entre pescadores y armadores
"Antes lo que existían eran las cofradías de pescadores, que lo dominaban prácticamente todo. Tenían su historia, su peso y su poder. Nosotros empezamos a cuestionar ciertas cosas, porque veíamos que no llegaban donde tenían que llegar", señala el armador, ya jubilado.
"El problema con las cofradías fue que, en un determinado momento, empezaron a funcionar más como un sindicato que como una organización de todos. Instigaban a los trabajadores en contra de los armadores, y aquello se convirtió en una guerra. Aquí llegaron a quemar barcos y viviendas de armadores. Muchos tuvieron que marcharse de Barbate. En ese contexto, algunos vimos claro que teníamos que organizarnos de otra forma", rememora.
José Bermúdez, junto a otros empresarios como Tomás Pacheco, estuvo detrás de la creación de la Asociación Barbateña de Empresarios Pesqueros (Abempe), integrada dentro de la Federación Andaluza de Asociaciones Pesqueras (FAAPE).
"La idea era defender los intereses de los armadores, pero también del pueblo, sin entrar en una guerra permanente con los trabajadores. Estuvimos dos décadas bregando, reuniéndonos y discutiendo con representantes de Isla Cristina, Punta Umbría, Sanlúcar, Almería… Al final, muchos de esos puertos también han caído en decadencia", reseña Bermúdez.
"En el fondo, todos compartimos la misma historia: una época de abundancia, seguida de recortes, acuerdos de pesca, desguaces y, finalmente, una flota muy mermada", resume. Una forma muy escueta de condensar las aventuras y desventuras de toda una vida en el mar.


