La última habitante de La Señuela, el poblado que 'bebe' del Guadalquivir

Ana Maestre Sánchez, de 83 años, es la última vecina de este abandonado poblado de colonización de Lebrija, adonde llegó para servir a los ingenieros con doce años

Ana Maestre, la última habitante de La Señuela.
Ana Maestre, la última habitante de La Señuela. MAURI BUHIGAS

A Ana Maestre Sánchez, a punto de cumplir 84 años, le chisporrotean sus ojillos de niña rebelde cuando habla de “mi casa”. Administrativamente no lo es, porque ella vive en la casa del guarda o en aquellas oficinas con que contaban los ingenieros y peritos que trabajaron en este poblado lebrijano llamado La Señuela hace mucho más de medio siglo. Pero es como si lo fuera, porque nadie le dice lo contrario y ella siente que “es donde más a gusto estoy”. Es la última habitante de este poblado situado casi a orillas del Guadalquivir y en el que ya solo se sienten los perfiles de las sombras de quienes vivieron por aquí cuando, a mediados del pasado siglo, el Instituto de Colonización envió a un equipo de profesionales y obreros a drenar y nivelar toda esta tierra que constituyó con el tiempo el Sector B-XII que tan productivo iba a ser para las marismas de Lebrija

De La Señuela, que llegó a contar con más de 30 familias, un colegio y hasta una iglesia bajo el patronazgo de la Virgen del Rosario —hoy poblada de cigüeñas con sus nidos sobre los pretiles, los aleros y la espadaña principal—, se fueron marchando todos a finales del pasado siglo. Precisamente a mediados de la década de los 90 fue cuando la Junta de Andalucía, donde se había integrado hasta entonces el IARA (Instituto Andaluz de Reforma Agraria, heredero a su vez del Instituto de Colonización del Estado), cedió al Ayuntamiento de Lebrija estas 20 hectáreas en las que sobrevive con cierta dignidad la iglesia, el chalé y otras cuantas construcciones anexas, como la casa de Ana Maestre.

ULTIMA HABITANTE LA SEÑUELA ANA MAESTRE SÁNCHEZ
ULTIMA HABITANTE LA SEÑUELA ANA MAESTRE SÁNCHEZ MAURI BUHIGAS

“De aquí no me echa nadie”, asegura ella con cierto orgullo malherido, nostálgica de cuando llegó con doce años y la ingenuidad intacta para que los señoritos le hicieran una prueba antes de comenzar a trabajar con una tía suya, que la reclamó, y otras dos sirvientas que se ocupaban del servicio doméstico en aquella casona de tres plantas y aire regionalista en las que vivían los ingenieros de lunes a jueves.

La casona y el resto de construcciones siguen al lado de una nave agrícola propiedad de la Comunidad de Regantes de las Marismas de Lebrija, y por estos alrededores se ven tubos, arados y otros enseres agrícolas en medio de un silencio que solo rompen con su crotorar las cigüeñas que también sienten que, a estas alturas de la historia, nadie las va a echar. Desde la vivienda que ocupa Ana se atisba la brisa del río, cuya marea sube o baja sin que se la note, y solo de vez en cuando se oye pasar algún vehículo agrícola que nunca lleva prisa. “Yo me entretengo aquí haciendo mi ganchillo”, dice ella mientras enseña, satisfecha, el último pañito que ha hecho en una sola tarde.

ULTIMA HABITANTE LA SEÑUELA ANA MAESTRE SÁNCHEZ
Ana Maestre, con su hijo Francisco López, en la puerta de la última casa habitada de La Señuela.   MAURI BUHIGAS

La casa da muestras de haberse entretenido con la misma tarea primorosa muchas otras tardes. Solamente al oscurecer llega su hijo, Francisco López (56 años), porque “no me gusta dejarla aquí sola y me la llevo a casa”, en Lebrija. “Si fuera por mí me quedaría aquí siempre, como hasta que se murió mi Juan”. Hasta el año 2015, el matrimonio —que contaba con varias parcelas de cultivo— seguía viviendo aquí, y desde entonces Ana se viene a diario, sin que le importe la soledad. Le hace compaña el pequeño televisor encendido e ignorado, testigo del mundo exterior, pero sobre todo una colección de santos en forma de cerámicas, pinturas o estampas que pueblan el saloncito donde hace vida Ana. “Yo nací en Los Palacios y me vine aquí con 12 años”, cuenta ella. “Apenas fui al colegio allí, y cuando llegué aquí yo ya era una mujercita que sabía hacerlo todo en la casa”. 

Locus amoenus

A orillas del Guadalquivir, y tapado por sauces y eucaliptos americanos de los que se sembraron por estos lares hace un siglo para la producción de madera, se encuentra el fantasmal poblado de La Señuela. “El Ayuntamiento tuvo la iniciativa de recuperar el chalé de los ingenieros y algunas otras construcciones hace más de veinte años”, recuerda el alcalde de Lebrija, Pepe Barroso (PSOE), “pero luego se fue quedando ahí la cosa, porque hace falta mucha inversión, y tampoco la iniciativa privada ha levantado mucho la mano”.

ULTIMA HABITANTE LA SEÑUELA ANA MAESTRE SÁNCHEZ
El poblado de La Señuela, casi abandonado.   MAURI BUHIGAS

En el chalé, totalmente ruinoso y lleno de excrementos de pájaros, habitan palomos y roedores, y todo cruje al pisar, aunque aún se nota, por el perfil de los detalles de la construcción y algunos muebles fosilizados, la grandeza de otro tiempo que no volverá. “La casa está dejada, pero es muy bonita”, dice Ana, que mira con otros ojos, los nostálgicos del alma, el chalé donde ella, a pesar de la dureza de la época, fue feliz. “Mi madre tenía antes sus gallinas”, recuerda su hijo. “Pero ya ni eso puede una tener aquí, porque vienen los perros”, se queja Ana, asomada a la puerta, y parece que estuviera hablando de los lobos…   

Sobre el autor:

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

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