Tatuadoras: agujas y tinta en femenino

Trix, Almu, Ana Gil, Xaro Gutiérrez y Lady Shenone ejercen en Jerez. De distintas generaciones, analizan cómo ha sido su entrada en un mundo "tradicionalmente de hombres" en el que cada vez son más y mejores

Tatuadoras: agujas y tinta en femenino. Ana Gil, Almu, Trix, Lady Shenone y Xaro, tatuadoras de Jerez.
Tatuadoras: agujas y tinta en femenino. Ana Gil, Almu, Trix, Lady Shenone y Xaro, tatuadoras de Jerez. JUAN CARLOS TORO

Son mujeres, tatuadoras y todas ejercen el oficio en Jerez. Entre las cinco suman más de 50, puede que 60 o 70 tatuajes en sus cuerpos. Algunas hasta han perdido la cuenta. En un mundo tradicionalmente de hombres, se han abierto un hueco a base de esfuerzo y de horas, de muchas horas de estudio y de práctica.

En un alto bloque de oficinas de la avenida Voltaire, en el edificio empresarial Apex, esperan Xaro Gutiérrez y Lorena, más conocida en el mundillo como Lady Shenone. Además, Trix —“Trix es Trix, no hay otro nombre”, aclara—, Ana Gil y Almudena, Almu para las amigas, son las protagonistas de esta historia.

En España abrieron los primeros salones de tatuaje en los años 80 del siglo pasado, mucho después que en otros países, como en Reino Unido, donde desde un siglo antes ya existían. Un centenar de estudios había en el territorio español en 1996, una cifra que ha aumentado de forma notable, ya que ahora se calcula que existen entre 2.500 y 3.000. Entre un 12 y un 15% de los españoles se estima que están tatuados. Trix, Lady Shenone, Charo, Almu y Ana se encargan, aportando su granito de arena, de que cada vez sean más.

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Trix, tatuadora de Jerez. JUAN CARLOS TORO

Trix, la más veterana

A sus 33 años, Trix es la que lleva más tiempo en el oficio de las cinco compañeras que ha reunido lavozdelsur.es para el reportaje. “Empecé con 20 años”, aclara. Ella, que dibuja desde muy pequeña, siempre quiso dedicarse a algo relacionado con el dibujo. La revelación la tuvo con 14 años, cuando se compró una revista de tatuajes. “Lo flipé”, confiesa. Desde entonces tiene “clarísimo” lo que quería ser: tatuadora.

“Con 18 años tuve un intento fallido, porque no me quisieron enseñar, y me frustré”, rememora. Pero poco después volvió a la carga. En su 20º cumpleaños le regalaron un kit de tatuaje. Y desde entonces no ha parado. Empezó, “como todo el mundo”, en su casa, tatuando a familiares y conocidos, aunque el primero se lo hizo a ella misma. “Esta letra china del tobillo”, dice, señalándola.

"No tatuaba todos los días, practicaba cuando podía en personas, y si no en orejas de cerdo, en naranjas, en plátanos… Hasta que encontré en Sevilla un estudio en el que pude entrar como aprendiz”, cuenta Trix. “Es muy difícil que te den oportunidad”, añade. “Pero no sentí que no me quisieran enseñar por ser mujer”, aclara.

“En Jerez no había tatuadoras cuando empecé”, relata Trix, quien le ha abierto el camino a muchas que han venido detrás, como algunas de sus compañeras que la están escuchando mientras habla. Ella tuvo que buscarse la vida con revistas y con la poca información que había en internet por aquel entonces.

Trix, que se considera una tatuadora “polivalente”, recuerda que no conocía muchos estilos cuando empezó en el mundillo. “Tradicional, realismo, y poco más”. Con el paso del tiempo se dio cuenta de que “se me daba bien meter color y o dibujos del estilo new school —tipo cómic o caricatura—”. “Me gusta aprender y hacer de todo”, dice.

Ella se ve tatuando “hasta que me den las manos”, porque considera su trabajo como “una pasión”. “Es mi forma de vivir. Me desarrollo personalmente trabajando de esta manera. Me calma, me da tranquilidad, me da paz”, describe.

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Lorena, conocida como Lady Shenone. JUAN CARLOS TORO

Lady Shenone, del piercing al tatuaje

Lorena, conocida como Lady Shenone, empezó poniendo piercings en un estudio de Barcelona allá por 2008. “Siempre me ha gustado el diseño”, dice, y también el grafiti. “Empecé con el piercing y luego empecé a acosar a algunas compañeras para que me iniciaran en el tatuaje”, añade entre risas. Siempre le gustó el puntillismo, y por ahí empezó.

“Me esforcé mucho, mucho más que una persona que tiene un alto nivel de dibujo, porque yo tengo que estudiar cómo hacerlo, que esté bien…”, cuenta. Al llegar a Jerez le dieron la oportunidad de dedicarse al tatuaje. “Durante alguna etapa me vi desanimada porque algunas personas no querían que aprendiera”, señala, recordando su etapa barcelonesa. “Hasta me planteé dejarlo, pero ahora me siento super orgullosa. Mi aprendizaje ha sido bonito, aunque en algún momento también durillo”.

“En el mundo del tattoo hay una cosa muy fea y es que para alguna gente que haya nuevos tatuadores es una amenaza”, cuenta Lady Shenone. “Cuántos mas tatuadores haya, más demanda va a haber, y sube el nivel”, agrega. Para ella tatuar “es un sentimiento”, porque “hay que ponerle muchísimo cariño a lo que haces. La gente te está confiando su cuerpo para toda la vida”.

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Xaro Gutiérrez, en el estudio de tatuajes donde trabaja. JUAN CARLOS TORO

Xaro Gutiérrez, del restaurante al tattoo

Rosario Gutiérrez, Xaro, ha estado trabajando en hostelería “de toda la vida”. Durante una etapa, llegó a compatibilizar su trabajo en un restaurante con sus estudios en la Escuela de Arte y sus inicios en el tatuaje, de forma autodidacta. Hasta que su pareja le dio el “empujoncito” que le faltaba para decidirse.

Su padre siempre ha pintado cuadros en casa y ella, desde muy pequeña, se adicionó al dibujo. Él era más de paisajes y bodegones y ella de retratos. “Una vez le pregunté a Trix cómo veía mis dibujos, porque me quería iniciar, pero no era el momento”, relata. Más adelante retomó su idea de ser tatuadora, y no ha parado.

Xaro trabaja, desde hace unos años, estilos como el realismo, dotwork y fine line, aunque dice que está "por definir. Me gusta el realismo pero me queda mucho que aprender”. “Esto es un aprendizaje constante. Hay que tatuar, tatuar, tatuar… y robar con la mirada”, dice.

“Gracias a Lorena —Lady Shenone, que trabaja ahora en el mismo estudio— he aprendido a hacer bien las líneas finas, por ejemplo. Si no estás en continuo aprendizaje te estancas, y no te puedes estancar que te quedas atrás y te comen los lobos”, dice, provocando las risas de sus compañeras.

A otras tatuadoras, antes de dedicarse al oficio, “las veía muertas de cansancio”, recuerda Xaro, quien después de experimentar “el estrés y la presión que tienes cuando terminas de estar todo el día tatuando y te vas a casa a preparar lo de mañana”, asegura que ahora las entiende.

Para ella el tatuaje es “hacer arte en la piel”, y es algo a lo que se quiere dedicar toda su vida. Y recuerda unas palabras que le dijo Trix una vez: “Si me tocara una lotería seguiría tatuando”. El sentimiento es compartido.

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La tatuadora Ana Gil. JUAN CARLOS TORO

Ana Gil, la “chispa” que a sus padres les costó ver

Ana Gil tuvo su primer caballete con seis años. “No medía ni un metro”, recalca. Una tía suya, amante de la pintura, le regalaba materiales, acrílicos y óleos, y ella se encargaba de llenarlo todo de dibujos.

Cuando empezó bachillerato, escogió el de Arte, y ahí conoció a un profesor que la animó a llegar donde está hoy. “Le gustaba lo que hacía y apostó por mí. Me enseñó mucho y ahí vi que quería dedicarme al arte”, dice Ana. Sus padres tenían más dudas. “Me decían que me iba a ver pintando en la calle”.

El profesor en cuestión habló con ellos y los convenció de que ella había nacido “con la chispa”, que tenía que aprovecharla. Cuando les contó que quería ser tatuadora, el pronóstico fue aún peor. “Son mayores y relacionaban los tatuajes con la cárcel, con personas conflictivas, piratas, marineros…”, dice entre risas. Eso fue antes de empezar. Ahora hasta quieren que ella los tatúe.

“El tattoo siempre me ha gustado, pero es verdad que me frenaron un poco”. Aún así, con 22 años se lanzó. “Viendo que insistía tanto, me dejaron”, dice. Al probar en el mundillo, se encontró “rechazo” de otros tatuadores. “Me veían como competencia, eso de no te enseño porque me quitas trabajo, en lugar de ser una comunidad. Me frustré, pero nunca abandoné”, recuerda.

Como sus compañeras, empezó en su casa, tatuando a primos, hermanos y amigos. “Ahora están orgullosos porque tienen mis primeros tattoos”. Luego llegó al estudio. “Intento estar atenta, coger un poco de cada uno”, señala. Ana Gil no tiene un “estilo definido”, porque le gusta “probar” y retarse, hablar con los clientes y conseguir un diseño que vaya con su forma de ser.

“Es un reto eso de crear algo que va a durar toda la vida”, apunta Ana, quien asegura que “el arte es algo muy emocional, conlleva una responsabilidad”. Ella siempre ha trabajado en Jerez, aunque en un futuro no descarta hacerlo en otras ciudades. “Por cada sitio que paso aprendo de la gente”.

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Almu, la tatuadora más joven. JUAN CARLOS TORO

Almu, la oportunidad “en bandeja”

Almudena, Almu Tattoo en el mundillo, confiesa que ha tenido “mucha suerte”. De las cinco, es la que menos tiempo lleva tatuando, pero le dieron la opción y no la desaprovechó. “Me ha gustado el rollo tatuaje toda la vida, pero no me veía tatuando”, señala. “Yo conocía el realismo, el japonés y para de contar”.

Hasta que Pol Tattoo le comentó que le gustaba cómo dibujaba. “Si pruebas y se te da bien te enseño”, le dijo. Así fue. “Nunca creía que iba a tener el nivel suficiente para tatuar, pero poco a poco vas creciendo y conociendo estilos”, señala Almu.

“A mí me han ayudado muchísimo y lo que sé es por mis compañeros, y por lo que me voy fijando. Hoy en día esa oportunidad no la tiene casi nadie”, agrega. “Con la oportunidad que me han dado no lo puedo dejar. Me han enseñado una profesión”, señala Almu, que estudió diseño e ilustración.

Al principio, dice que “dudaba”, pero ha ido ganando confianza. "Te armas de valor y dices esto es así, y así se hace”. En su familia, cuando contó que quería ser Tatuadora, sus hermanos pensaron: “Tattoos gratis”. “Y llevan razón”, aporta. Hasta ha conseguido tatuar a sus padres, de 70 años.

Por vuestra experiencia, ¿hay machismo en el mundo del tatuaje?

Trix contesta: “Tradicionalmente ha sido un mundo de hombres, pero eso está cambiando. Yo no he sufrido machismo, pero porque tengo dos cojones”, dice entre risas. “El tatuaje es una profesión que ha evolucionado más lenta que otras, pero nunca he sufrido trato machista”, aclara. “Cuando se mete dinero en la caja, se acaba el machismo”. Xaro, a quien animó su pareja, tampoco ha vivido episodios machistas.

Lady Shenone, sí. “He sufrido comentarios que intentaban hacerme daño”, dice, “pero porque esa persona era muy machista en todos los aspectos, no era por el hecho de tatuar”. “La gente se va a tatuar contigo porque estás buena”, le llegaron a decir. Ante eso, “o agachas la cabeza o sales con mas fuerza”. Ella optó por la segunda opción. Ana Gil optó por “alejarse” de ese entorno. “Al final las dos salimos más fuertes”, rematan.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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