Una vida plena. A María Jesús Santamaría (1942) se le ilumina el rostro cuando habla de su trayectoria laboral. No puede evitar reflejar las alegrías que le ha dado su trabajo. Gracias al inglés, ostentó un poder adquisitivo alto, una cuenta boyante que le ha permitido vivir sin preocupaciones. Esta gaditana de 82 años, afincada en Chiclana, cuenta que su estabilidad económica siempre se debió a los americanos. Primero, sus ingresos procedían de la Base Naval de Rota y, años más tarde, de la General Motors, la multinacional norteamericana dedicada a la fabricación de componentes de automoción.
Su hermana es la culpable de que esta vecina domine perfectamente el inglés desde muy joven sin tener familia angloparlante. Ambas estudiaban en la Escuela de Comercio de Cádiz cuando se enteró de que necesitaban personal en la base. “Un día un grupo de estudiantes cogió un autobús y se fue allí a pedir trabajo”, dice la gaditana comenzando su historia.
Como su hermana, tenía habilidad para el idioma, pasó la entrevista y logró un puesto en la Navy Fuel Depot, departamento encargado del almacenamiento y distribución de combustible para operaciones navales. Conoció a un militar americano, se casó y se fue a vivir con él a Estados Unidos. “Cuando vio el ambiente, le gustó y me dijo que aprendiese inglés. Lo hice, fui a la base, pedí trabajo, me hicieron una entrevista y me colocaron de secretaria en el colegio”, recuerda.
Así, se dedicó a preparar para los profesores los historiales de los niños y niñas de familias americanas que llegaban a Rota. Pero no estaba muy entusiasmada con esta tarea, así que, cuando vio en un cartel que buscaban personas para otro departamento, echó la solicitud. Pronto, se dedicó a la gestión del mobiliario de las familias americanas. “Venían con sus muebles. Yo preparaba la documentación para enviarlos o recibirlos en los barcos o en aviones”, dice María Jesús, que se pasaba las horas hablando en inglés.
Enviaba mesas, sillas o utensilios de cocina a Nueva Jersey, Texas y California. “Al año de empezar, compré un coche y una casa, hoy en día eso es impensable”, recuerda la gaditana, mencionando las dificultades que se encuentran los jóvenes actualmente para poder independizarse.
Cuando se casó y se quedó embarazada, su marido, que llegó a ser director de la Caja de Ahorros de Cádiz, le insistió en que dejara de trabajar. “Yo cogía un autobús todos los días desde Cádiz, donde vivíamos, hasta la base, sin puente, tenía que pasar por Puerto Real, y mi marido me decía que era una paliza muy grande”, comenta.
Casualmente, un golpe de suerte sonrió a María Jesús. Justo en esos días, se enteró de que se iba a quedar una plaza vacante en la primera planta del Edificio El Fénix de Cádiz, donde se instalaron las fuerzas aéreas y donde se realizaba la distribución de la comida para las familias americanas. Así, continuó trabajando en la capital, cerca de su casa. “Hoy, casi toda la comida la compran aquí, pero cuando llegaron, no se fiaban y en España no gastaban ni para huevos. Todo venía en el barco”, señala.

Aunque confiesa que este nuevo puesto era una categoría inferior y, pro tanto, su remuneración era inferior, no le importó ganar en calidad de vida. Así cambió la gestión de los muebles por la de los alimentos.
“Todo llamaba la atención. Era distinto, comidas superiores y buenísimas. Veíamos los jamones de York pasar. Pero se dieron cuenta de que traer comidas tan frescas no les era rentable, muchas llegaban en mal estado, y empezaron a comprar aquí”, explica. María Jesús disfrutaba del trabajo, sin embargo, cuando dio a luz, su marido le volvió a insistir que lo dejara, es ta vez, para que pudiera criar tranquilamente a su hijo.
La gaditana pensó que era un buen momento y en el año 1970 dejó la plaza libre. Tuvo otro hijo, ambos crecieron y en un santiamén habían pasado diez años. En su rutina no había sobresaltos, llevaba a los pequeños al colegio y luego al parque a pasear. Pero, en una de las salidas del colegio, tuvo una conversación con un conocido que le cambió la vida.

Le comentó que la General Motors, el gigante norteamericano, tenía previsto abrir una nueva fábrica en Puerto Real y que estaba buscando personal. “Yo no había pensado nunca en trabajar otra vez, pero lo echaba de menos. Mis hijos eran ya mayorcitos y eché la solicitud. En el mismo mes me colocaron”, dice.
Una nueva etapa en la General Motors
Ella fue la empleada número 16 y empezó en 1981, un año antes de la apertura oficial, en los bajos del Hotel Puerto Bahía de Valdelagrana que la multinacional tenía alquilados para oficinas. En aquella época, eso era un chollo. María Jesús volvió a desempeñar trabajos administrativos como secretaria en el departamento de ingeniería y, después, de compras.
Según cuenta, al principio solo eran dos mujeres, pero luego entraron más, y en total, la fábrica llegó a tener más de 2.000 trabajadores. “Los empleados estábamos contentísimos todos. Los americanos te pagaban muy bien, muy bien. Te pagaban horas extras y al final del mes, te hacían evaluaciones. Si habían cumplido los objetivos, te subían el salario entre un 5 y un 10 por ciento. Como casi siempre los cumplía, cada año aumentaba el sueldo”, explica.

Habla de unas estupendas condiciones laborales y de que un ingeniero entonces podía llegar a ganar el millón de pesetas. Además, cotizaba en la Seguridad Social al máximo, algo poco habitual en la actualidad, y, gracias a ello, hoy dispone de “la pensión más alta”.
No obstante, el sueño acabó 20 años después de su incorporación. “Me detectaron una artritis reumatoide progresiva, tenía unos dolores muy grandes en la mano, y me dieron la baja. Fue muy difícil, yo no quería dejarlo, ganaba tanto dinero y estaba tan contenta que quería aguantar, pero no pude”, comenta.
Sentada en el centro de mayores Santa Ana de Chiclana, donde participa en distintas actividades, muestra el carné de la General Motors. Lo guarda con cariño. Ella puede decir que su periodo en activo siempre ha sido “agradable”. Confiesa que, durante esta entrevista, le han venido buenos recuerdos imborrables.
“Qué alegría, qué buenos tiempos, quién volviera”, dice la gaditana, que nunca ha perdido su vínculo con el inglés. Son muchas las veces que ha viajado a Estados Unidos a visitar a su hermana y, no dudó en enviar a sus hijos al otro lado del charco para que también supieran inglés como ella. Este idioma le ha aportado mucha felicidad.
¿Qué futuro le espera a la base de Rota con Trump?
La Base Naval de Rota, situada en la costa de Cádiz, ha sido un pilar estratégico para Estados Unidos en Europa desde su establecimiento en 1953. Sin embargo, con el regreso de Donald Trump a la presidencia en 2025, surgen interrogantes sobre el futuro de esta instalación clave.
¿Por qué está en juego la base de Rota?
La base alberga a aproximadamente 2.800 militares estadounidenses y cinco destructores de misiles, formando parte esencial del escudo antimisiles de la OTAN. Su ubicación estratégica cerca del Estrecho de Gibraltar la convierte en un punto neurálgico para operaciones en el Mediterráneo, norte de África y Oriente Medio. Además, es responsable de las mayores reservas de armas y combustible del Pentágono en Europa.
Trump, en cambio, ha manifestado su intención de reducir la presencia militar estadounidense en Europa, trasladando recursos hacia el Indo-Pacífico. Esto podría incluir el cierre de hasta 39 bases en el continente, entre ellas la de Rota. Se especula con la posibilidad de reubicar parte de la flota estadounidense a Marruecos, país que ofrece ventajas estratégicas y políticas. La base representa el 60% de la actividad económica de Rota, generando miles de empleos directos e indirectos. Una reducción o cierre afectaría gravemente a la comunidad local, que depende en gran medida de la presencia militar estadounidense.
Aunque algunos funcionarios estadounidenses minimizan los rumores de cierre, la tensión política entre España y Estados Unidos podría influir en decisiones futuras. La relación bilateral, marcada por desacuerdos en temas como defensa y política exterior, añade complejidad a la situación.



