Juan Ramírez, la escritura como refugio tras perder a un hijo: "Hay que aprender a vivir de nuevo"

El padre de Juanma, fallecido de forma repentina en 2017, es uno de los muchos progenitores que afrontan el duelo más difícil. La asociación Alma y vida ayuda a familias durante este proceso, en este caso en Cádiz, pero también en toda Andalucía

Juan Ramírez perdió a su hijo hace seis años.
Juan Ramírez perdió a su hijo hace seis años. MANU GARCÍA

A Juan Ramírez Domínguez le cambió la vida en un segundo el día que le comunicaron, en abril de 2017, que su hijo Juanma, de 29 años, había fallecido. El dolor fue mayor porque el joven vivía en el extranjero, a muchos kilómetros de su familia. Aunque el duelo no empezó en ese momento, sino a los dos meses, cuando fue siendo consciente de la pérdida. 

“Al principio es todo tan impresionante que no asimilas nada, hay mucho estrés, tienes que arreglar papeles… cuando te das cuenta de lo que ha pasado han pasado meses”, dice Ramírez, uno de los muchos padres que han tenido que afrontar la muerte de un hijo, una situación antinatural que está invisibilizada. Escondida. 

Para definir a los padres y madres que han perdido a un hijo no hay una palabra en el diccionario. A pesar de que la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer (Fepnc) impulsó una campaña hace unos años para pedir que fuera húerfilo, con la misma composición que huérfano, pero adaptado a la marcha de un hijo, la RAE no la ha incluido como válida, tan solo en su observatorio de palabras.

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Ramírez, en la playa, cerca de la que vive.   MANU GARCÍA

“La pérdida de un hijo cambia la existencia de los padres, que tienen que aprender a vivir de nuevo y a estar en un mundo en el que las propias palabras han cambiado de sentido”, abunda Juan, que sostiene que el entorno, en estos casos, “quizás por protegerse y no contaminarse del sufrimiento, crea excusas”. 

¿Cuándo acaba el duelo en estos casos? “Depende de cada persona, claro”, responde el padre de Juanma, que ha pasado por varias fases. “El entorno presiona cuando pasan unos años, te invita a fiestas, pero yo sigo sin poder ir a reuniones familiares”, dice. 

Primero optó por salir a la calle, “porque tenía como la esperanza de que me iba a encontrar a mi hijo en cualquier esquina”. Su mujer era al contrario, no quería salir —“veía a gente joven y le dolía mucho”—. Después, intercambiaron los papeles. Él optó por recluirse en casa y refugiarse en la escritura. De hecho, Juan ha publicado seis libros en cinco años. Y ya va por el séptimo. 

¡Ay primavera de abril! 
que me dejaste helada el alma,
que me dejaste frías las sienes,
que me dejaste escarchadas las lágrimas

¡Ay primavera de abril!
que me incendiaste el pensamiento,
que me dejaste perdidos los pasos,
que me dejaste perdida la mirada. 

Con este poema comienza el primero de ellos, ¡Ay mi niño!, autoeditado por él mismo, porque necesitaba expresar sus sentimientos tras la marcha de su hijo. Escribiendo “en carne viva”, expresando lo que no podía con palabras, en la que ha sido su mejor terapia. 

“Empecé a escribir para no olvidarlo. Y también para tener una guía de todo lo que viví con mi hijo, porque en algún momento me fallará la memoria”, relata Ramírez, que relee sus propios libros a menudo, para rememorar los buenos momentos vividos a su lado. “Siempre he sido buen lector, pero hasta ahora no estoy volviendo a leer algo que no sea mío, no podía leer otra cosa”, dice.

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Juan Ramírez, posando para lavozdelsur.es.   MANU GARCÍA

El duelo permanece, pero va mutando. El dolor durará toda su vida. Ahora confiesa que está más cerca de llegar a la última fase. “Los psicólogos hablan de que el duelo acaba cuando eres capaz de agradecer el tiempo que estuviste con tu hijo, y dejas de lamentarte porque se fue”, dice Juan. “Todavía no soy capaz de hacer eso”, agrega. “Me hablan de aceptación, pero eso lo rebato siempre. Yo diría más bien que es adaptación a tu nueva vida, pero no voy a aceptarlo”. 

El duelo comienza con dos sentimientos: el sufrimiento y el dolor. “El sufrimiento es algo ligado a la mente. Yo al principio no lo entendía, creía que era lo mismo, pero después me di cuenta. Si iba por la calle y me encontraba a un amigo, me echaba a llorar, pero si iba al supermercado, hablaba con la cajera tan normal. El sufrimiento se vive y llega un momento en el que te queda el dolor, que va seguido de una tristeza descarnada y profunda”, explica.

En ese proceso, se sufre también por la interacción con conocidos. “Mucha gente no está acostumbrada a estas situaciones y dice cosas que en el lenguaje coloquial son normales, pero que hacen daño”, incide Juan, que es natural de Ubrique. En su pueblo, hay una forma de dar el pésame que considera respetuosa, e indolora: “¡Ay qué dolor!”. Una expresión que se repite varias veces si, como es el caso, la muerte le llega a alguien joven, o de forma traumática. 

Y luego está quien quiere sonsacar detalles del fallecimiento. “Hay una morbosidad en ciertas personas que hace mucho daño”, dice. “Yo entiendo que no quieren hacértelo, pero lo hacen”, abunda Juan, que tuvo que enfrentarse con quien quiso “tirarme de la lengua”. O quien quiere demostrar que está pasando por algo igual o más doloroso que su pérdida. 

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Retrato de Juan Ramírez.  MANU GARCÍA

Por eso es tan importante la labor que realiza la asociación Alma y vida. A través de su hija, Juan y su mujer comenzaron a ir a reuniones de la entidad, que atiende a madres y padres que han perdido a hijos, y que nació en Sevilla en 2004, pero ya está presente en Córdoba, Granada, Almería, Jaén, y en Cádiz en Chiclana y Algeciras. 

Juan Ramírez ahora ejerce como padre de apoyo en las reuniones que Alma y vida organiza en Chiclana. La asociación cuenta con voluntarios de distintas ramas profesionales, desde psicólogos a psiquiatras o trabajadores sociales, para tejer “una red de apoyo” para “acompañar y ayudar en el proceso de elaboración del duelo”. El padre de Juanma, con su aportación, pretende “devolver todo lo que me dieron”. 

La asociación comienza realizando terapias individuales con los afectados, para luego pasar a la terapia de grupo, donde madres y padres cuentan sus experiencias, sin tapujos, sin miedo al qué dirán, entre iguales. “Todos usamos el mismo lenguaje, podemos llorar cuando queramos, nadie te va a mirar mal ni te va a juzgar”, explica Juan, para el que los voluntarios son “ídolos”.

Juan Ramírez ya no le tiene miedo a la muerte. “Cuando tenga que irme, me iré”, dice. Cuando ese momento llegue, espera volver a ver a su hijo. Y lee una cita del escritor argentino Juan Ardini, incluida en su primer libro: “Me gusta pensar que voy a verte. No sé en qué lugar, ni en qué estación o circunstancia. No sé si hoy, mañana, en unos años o en alguna otra vida. No sé si siendo niños, jóvenes o ancianos; en forma de personas, de agua y piedra, flor y tierra o lluvia y cielo. Solo pensar que voy a verte de algún modo; en algún tiempo en que nuestros destinos coincidan nuevamente. Solo pienso en eso”.

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El primer libro de los seis que ha escrito Ramírez tras la pérdida de su hijo.  MANU GARCÍA

Ese sentimiento le invade ahora. Cuando conoció el fallecimiento de su hijo, también quería morirse. “Era a modo de huida, pero quería morirme”, incide, atravesado por el dolor que no le dejaba vivir. “Te levantas y es lo primero que se te viene, te despiertas de madrugada, un día y otro, y otro…”, rememora Juan, que considera que “la ayuda es fundamental”. Él la tuvo, e intenta devolver lo que recibió, acudiendo a los grupos de Alma y vida, y escribiendo libros dirigidos a quienes pasen por esta situación.

"Escribo poemas, relatos y reflexiones", dice. "Yo defino a los poemas como las lágrimas del alma. Cuando el alma llora, sale poesía. El relato es la búsqueda incansable y desesperada de la persona y la reflexión. La reflexión es la búsqueda de las respuestas. Más o menos hablo de eso, pero en cada libro voy cambiando y mi escritura va evolucionando a la vez que yo", cuenta Juan Ramírez, que dedica poemas a su hijo el día de su cumpleaños, o el día que perdió la vida, y se los lee. "La escritura va variando, ahora es más distendida, más relajada". 

"La vida es un gran escenario donde todos tenemos una careta. Cuando pasa esto, esta careta se cae y te quedas totalmente indefenso. Los sentimientos están visibles para todos y eres muy vulnerable hasta que no eres capaz de coger otra vez la careta", reflexiona Juan, que aprendió a "llorar para adentro". Seis años después de la marcha repentina de su hijo, ha avanzado en el proceso de duelo. Aún no puede ir a fiestas, pero ha vuelto a sonreír —estuvo tres años sin hacerlo—, a ir asimilando poco a poco su nueva vida. Una vida sin su Juanma. Una vida peor.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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