El mar, a pesar de su belleza, esconde bajo su aparente calma una serie de riesgos que no siempre se ven a simple vista. Lo que desde la orilla parece un paraíso refrescante puede convertirse en un entorno hostil si no se conocen sus normas, ni su carácter. Como en cualquier otro espacio natural, antes de adentrarse en él hay que saber dónde se pisa, entender sus particularidades y, sobre todo, respetarlo.
El pasado mes de junio, tres personas perdieron la vida en las playas gaditanas de Santa María del Mar y la Victoria. Una de las hipótesis más firmes en torno a estas tragedias apunta precisamente a que el motivo fueron las corrientes marinas, es decir, a la dificultad para salir del agua cuando las resacas, esas corrientes invisibles que se forman cerca de los espigones, arrastran con fuerza hacia mar adentro.
Los espigones, esas estructuras que parecen romper el mar en dos, están diseñados para proteger la costa y evitar la pérdida de arena. Al mismo tiempo, alteran el comportamiento natural del agua, creando fuertes corrientes de retorno.
Sentados sobre las rocas del espigón más cercano al Pirulí de Santa María del Mar, con las cañas lanzadas al agua y la suerte de haber sacado ya un par de piezas, concretamente jurelas, hablamos con Manuel Alberto Molina Torres, 'Lolo', y David Sánchez Muñoz. Ambos conocen estas aguas como la palma de su mano. Son pescadores habituales y, en el caso de David, también surfista. Lo que para muchos es una zona de baño tranquila, para ellos es un escenario que exige respeto y atención constante.
"Con las corrientes marinas hay que tener cuidado", arranca Lolo, sin dejar de vigilar la punta de la caña. "La gente cuando se baña cerca de los espigones no sabe que ahí se forman corrientes muy fuertes, sobre todo en Santa María del Mar, que tiene dos. El agua entra, choca con los arenales, con piedras sueltas que están pegadas al espigón, y de ahí salen esas resacas. Todo depende de las mareas. Incluso en medio de la playa, con los cambios del fondo marino tras los temporales, se generan corrientes que pueden arrastrarte sin que te des cuenta".
Y añade: "Hay que saber dónde uno se mete. Hay que observar, mirar la secuencia de las olas, saber cuándo vienen grandes o pequeñas, y estudiar el terreno antes de poner un pie en el agua. Lo que parece un sitio tranquilo puede darte un revolcón en cualquier momento".
“Querer hacerse una foto bonita en el espigón es peligroso”
Para Lolo, el espigón no es solo un lugar donde lanzar la caña, sino también un punto donde conviven la calma del mar con el peligro más inesperado. "Yo invito a la gente a que venga a echar el ratito, claro que sí", comenta, “pero no solo a los que vienen a pescar. Aquí viene mucha gente simplemente a hacerse una foto bonita, sin saber el sitio donde se están metiendo”.
Recuerda una escena reciente con total claridad. "Vinieron unos turistas, una pareja. Les advertí que ese sitio ya era peligroso. Yo sé por qué piedra puedo ir, cómo se comportan las olas. Hay que estudiar la secuencia: si entre ola y ola pasan diez segundos, puede parecer tranquilo, pero si la pausa es mayor, la siguiente ola viene grande, te revolea y no te da tiempo ni a reaccionar".
No le hicieron caso. Incluso, dice, se molestaron por la advertencia. "Yo ya estaba en peligro, ellos siguieron adelante. En cuanto vino la primera ola grande los lanzó hacia el mar. A él le destrozó la cara. Entre la novia y yo pudimos sacarlos como pudimos. Ya vino la ambulancia… Un numerito. Es algo que ocurre en muchas ocasiones”.
"Más de 50 veces se sacan personas del agua cada año"
Tanto David como Lolo han vivido rescates reales. En uno de ellos, acontecido el pasado mes de junio, la víctima fue arrastrada por la corriente y no logró salir. "El chaval al final se dejó llevar, y el cuerpo salió solo unos metros más allá, pero ya era tarde. Yo lo atrapé desde la última piedra del espigón, David se tiró al agua y lo enganchó como pudo. Le hicimos la reanimación, pero no hubo nada que hacer", cuenta con la voz quebrada.
David recuerda con frustración la impotencia de aquellos segundos. "Ese día ya no había socorristas. Cruz Roja se había ido, ya que había terminado su turno. La playa estaba todavía con bastante gente y si no estamos nosotros, el chaval no sale. O al menos, no lo hubieran encontrado tan rápido".
Mientras el mar sigue lanzando su vaivén pausado, David no oculta el cansancio ni la rabia contenida. Lo que muchos ignoran —o prefieren no mirar— es que los rescates no son algo puntual. Son una constante.
"Cincuenta veces o más se sacan personas del agua cada año. Solo en un día del pasado abril llegamos a sacar a quince", recuerda. "Y lo más fuerte es que en esa temporada no hay socorristas. Los únicos que estamos somos nosotros, los surfistas y claro, eso es un problema".
David relata los hechos con la firmeza de quien ha vivido esas escenas en carne propia. "Nos jugamos la vida. Pongo en riesgo la mía y la de ellos. Pero lo hacemos porque conocemos el mar, entendemos las mareas. Sabemos por dónde entrar, cómo calmar a la persona y qué hacer. Pero no es fácil. Tú estás tranquilo con tu tabla, pero el que se está ahogando entra en pánico, se quiere agarrar a ti y puede hundirte”.
El protocolo es claro entre ellos: lo primero es ofrecer la tabla o el bodyboard, que flote, que respire, que se calme. A partir de ahí, con la ayuda de otros compañeros, van sacándolo poco a poco. "Nunca vamos solos. Imagínate un hombre de 100 kilos. No lo puedes sacar tú solo. A mí me costó una barbaridad sacar a un chaval de unos 50 kilos”.
David no está solo en esto. “Mis amigos y yo hemos sacado a decenas de personas. Y si no estamos nosotros, el mar se las lleva. Así de simple”. Lo dice sin dramatismo, pero con una verdad cruda.
Ausencia de señales que adviertan del peligro
El problema, coinciden ambos, no es solo el desconocimiento del mar. Es también la falta de advertencias claras. La falta de prevención. "El cartel que hay está a tomar por saco. No está ni cerca del espigón, ni tampoco traducido al inglés. Aquí vienen muchos turistas y no saben a lo que se enfrentan. En el País Vasco o en Portugal, hay carteles que te explican cómo rompe la ola, por dónde entra la corriente. Aquí, nada. Un cartel chiquitito que nadie ve en pleno verano", lamenta David.
"Si el Ayuntamiento hubiera lanzado un aviso, aunque sea por redes sociales, avisando del peligro en Santa María del Mar, quizá no estaríamos hablando de esto. Pero no se hizo nada. Salieron notas en prensa, sí, pero desde el Ayuntamiento, nada".
El mar sigue ahí, aparentemente inocente, pero ellos saben que en la punta del espigón, donde el agua se remansa y juega al despiste, una simple ola puede cambiarlo todo. Mientras tanto, los surfistas y pescadores siguen haciendo de socorristas improvisados. Ellos ponen el cuerpo y la experiencia. Las instituciones, de momento, siguen sin aparecer.
“Aquí lo que hace falta no es prohibir subir al espigón. Los que llevamos años sabemos movernos. Pero sí hace falta señalizar bien, avisar del peligro. No es tanto. Pero puede salvar vidas”, concluye. La intención de Lolo y David no es más que concienciar a bañistas de los peligros que esconden estas zonas donde se forman corrientes marinas, pues son situaciones que pueden, tal y como se ha demostrado, derivar en la muerte de personas.
Tras los últimos sucesos, el Ayuntamiento de Cádiz ha informado de que actualmente existe un cartel cerca del espigón con advertencias en español e inglés, acompañado de infografías que explican el peligro de las corrientes marinas. Asimismo, el consistorio ha confirmado a lavozdelsur.es que reforzará la señalización en la playa de Santa María del Mar, instalando tres nuevos carteles —también en ambos idiomas— en cada uno de los accesos principales, con el objetivo de advertir a los bañistas del riesgo que supone acercarse a esta zona del litoral.
Precisamente, a día de la publicación de este reportaje, este lunes 21 de julio, en la playa Santa María del Mar ocurría, de nuevo, un suceso que no ha terminado en tragedia, pero sí en un susto importante. Un adulto casi se ahogaba, pues se encontraba bañándose cerca de la zona del espigón, siendo atendido por los servicios médicos allí presentes y, minutos después, otro adulto más necesitó asistencia médica urgente. Detrás de cada rescate hay una historia que podría haber terminado peor. Concienciar es salvar vidas y si sus testimonios logran que alguien piense dos veces antes de meterse en el agua cerca de un espigón, entonces todo esto habrá valido la pena.
