Familias de acogida andaluzas llenas de cariño: "Mi niña no sabía dar abrazos"

Inmaculada Ocaña y Carlos Jiménez, desde Jerez, y Pilar Monguió, desde El Puerto, son personas voluntarias que ayudan a menores en situación de desamparo con vivencias difíciles a crecer en un hogar

Inmaculada Ocaña y Carlos Jiménez, una de las familias de cogida en Jerez.
Inmaculada Ocaña y Carlos Jiménez, una de las familias de cogida en Jerez. JUAN CARLOS TORO

“Sé que ellos van a estar ahí y no me va a pasar nada”. A vista de pájaro, en un salón de la decimocuarta planta de un edificio de Jerez, una adolescente, de 17 años, se siente “protegida”. Natural de Madrid, acaricia su gata mientras expresa cómo se encuentra con su familia de acogida. Inmaculada Ocaña, jerezana de 49 años, y Carlos Jiménez, de 53, venezolano afincado en España desde 2004, la conocieron cuando tenía 11 años.

Un acogimiento permanente especializado, lo habitual en niños y niñas más mayores. “Ella ha tenido la gran suerte de no haber pasado por un centro de menores, siempre ha estado con familias de acogida”, dice Inmaculada, mirándola de reojo. Esta profesora de Secundaria en el IES Pedro Muñoz Seca de El Puerto, siempre había deseado dar el paso de acoger a menores que se encuentran en situaciones de desamparo. Algo en ella se removió cuando colaboró con un centro de menores hace más de 20 años. “Estaba en una parroquia y llegaron niños en esta circunstancia, nos volcamos con ellos y los sacábamos para merendar. Ahí conocí la realidad de un centro, aquello me impactó”, comenta a lavozdelsur.es desde su casa.

Desde entonces, se planteó el acogimiento familiar. “En ese momento no podía, pero sabía que quería hacerlo más adelante”, dice. La aventura empezó en 2012. Por entonces, vivía en San Roque y decidió acoger a través del programa Vacaciones en Paz a Atalay, un niño saharaui. Cuatro años después, conoció a Carlos, técnico comercial de Digi, le contó su intención y juntos emprendieron este camino solidario cuyo fin principal es mejorar vidas.

Inmaculada y Carlos en el salón de su casa en Jerez.
Inmaculada y Carlos en el salón de su casa en Jerez.   JUAN CARLOS TORO

En 2016 empezaron el procedimiento, los cursos y las entrevistas requeridas y, en tres meses, les llamaron para conocer a la adolescente que permanece de pie junto al sofá. “Todo fue muy rápido, estaban buscando una familia para ella y dábamos el perfil”, comentan.

Desde su llegada, han tenido que trabajar para darle la mejor educación a una pequeña que procedía de un entorno difícil. “Tienes que enfrentarte a tu propio miedo, a tus propias inseguridades y también tienes que ganarte su confianza”, sostiene. Ahora, los esfuerzos de la pareja han dado sus frutos. Su vida ha cambiado, hay un orden, y tiene cubiertas sus necesidades. “Eso antes no podíamos decir que era así, y su familia biológica intentaba cuidarla lo mejor que sabía”, dice Inmaculada.

"Ellos también han cambiado sus vidas por mí"

La adolescente estudia primero de FP de Comercio y ya tiene en mente un grado medio y, después, “la carrera, si estoy capacitada”. Sonríe aunque en su interior, antes, guardaba una preocupación. “Cuando pasas por muchas familias, con ellos pensaba, ¿me vais a devolver o me voy a quedar aquí para siempre?”, comenta. En su caso, se quedará. El año que viene cumple 18 años y ha tomado la decisión de solicitar una adopción permanente con ellos.

“Pensaba que era una familia más y que me iba a tener que ir. Pero ellos han cambiado sus vidas por mí, podrían haber tenido un hijo suyo y han preferido acoger a un niño de otra persona, que trae muchos problemas, para poder sacarlo adelante. Eso es algo de aquí y de aquí”, expresa tocando su cabeza y su corazón.

La familia acogió a una niña cuando tenía 11 años.
La familia acogió a una niña cuando tenía 11 años.  JUAN CARLOS TORO

Los pequeños son conscientes de lo que las familias voluntarias hacen cada día por ellos. “Yo no sé qué hubiera sido de mí si Pilar no hubiera aparecido. La primera vez que yo dormí tranquila fue en su casa”. Es el testimonio de una de las pequeñas que vivieron durante un tiempo con Pilar Monguió Vecino. Ella misma se emocionaba al recordar estas palabras de una de sus acogidas. La sanluqueña afincada en El Puerto ha dado todo su cariño a más de una decena de menores en situación de desprotección, casi todo niñas de entre 2 y 11 años nacidas en la provincia de Cádiz.

"Los menores llegan a casa destrozados"

Pilar entra en el cuarto con dos camas que habilitó para los niños y niñas en su vivienda. Está vacío porque hace una semana se marchó la última, con 10 años. Al lado, hay una sala de estudio con una televisión que solo tiene sintonizados canales infantiles.

“Vienen de vivencias duras, de abandono, de malos tratos y de tener que asumir roles de adultos cuando son enanos. Llegan destrozados”, dice esta mujer con más de "siete décadas" y cuatro hijos, que se apuntó al programa de acogimiento familiar de la Junta de Andalucía hace 12 años, cuando se prejubiló.

Tenía “demasiado” tiempo, empezó a buscar actividades y descubrió este mundo que desconocía. “Me presenté, pero pensaba que con 64 años, viviendo sola y divorciada, no me iban a llamar”, confiesa desde el salón de su casa. Tras realizar las entrevistas, entregar toda la documentación necesaria y completar el curso de formación y el examen psicológico, hace 12 años, el teléfono sonó para cambiarle la vida. Era una niña de cinco años “preciosa”, un acogimiento de urgencia. Iba “con miedo”, no estaba segura de si iba a poder. Pero pudo, porque, desde entonces, su hogar siempre ha estado abierto para los menores que necesitaban ayuda.

Pilar Monguió durante la entrevista en su casa en El Puerto.
Pilar Monguió durante la entrevista en su casa en El Puerto.  MAURI BUHIGAS

Por su experiencia, “a estos niños tienes que darle todo el cariño del mundo. Vienen sin límites ninguno y al principio no quieren el contacto físico”. A su mente le llegan recuerdos de la convivencia con los pequeños en la que había una escena que se repetía. “¿Esta es mi cama? Esta es tu cama. ¿Para mí sola?”, dice con el vello de punta.

Durante más de una década, Pilar se ha entregado en cuerpo y alma con los pequeños. “Una de ellas no sabía masticar, otra lloraba en silencio por las noches y otra no sabía dar abrazos y no había tenido nunca un muñeco”. Sus ojos brillan en cada palabra.

La sanluqueña ha acompañado a los menores en sus comuniones, en bautizos e incluso en el confinamiento. Impidió que separaran a dos hermanos a los que acogió juntos y aún le queda mucha energía para seguir realizando esta labor. “Yo ya creía que me iban a dar las gracias por los servicios prestados”, bromea. Ahora espera con ganas a la próxima pequeña, que llegará en octubre.

Pilar en la habitación donde acoge a los menores.
Pilar en la habitación donde acoge a los menores.   MAURI BUHIGAS

“Entré sin saber si yo iba a ser capaz de hacer esto y ahora lo que no sé si soy capaz de dejarlo. Te da mucho trabajo, es duro, pero los niños te dan tanto”, reflexiona Pilar, que continuará acogiendo “mientras mis pies y mi cabeza aguanten”.

El acogimiento familiar está cargado de beneficios para estos menores. Desde su punto de vista, “les aporta estabilidad, les ayuda a darse cuenta de que existe otra vida, y a no tener que preocuparse de las cosas que los niños no tienen que preocuparse como si hay comida o si va a venir mi padre dando patadas a la puerta”.

Durante el periodo que pasan con las familias de acogida, la evolución “es alucinante”. Pilar cuenta que “llegan totalmente cerrados y que, poco a poco, se abren, empiezan a reír, a cantar, a recuperarse física y mentalmente, y empiezan a confiar en las personas. Son otros”.

Y cuando pasa eso, se van. Sus acogimientos son temporales y los niños están como máximo dos años con ella. Es la cara amarga que a ella no le importa afrontar cuando piensa en el bien que les hace.

Cuarto preparado en la casa de Pilar para la próxima acogida.
Cuarto preparado en la casa de Pilar para la próxima acogida.   MAURI BUHIGAS

La mayoría de ellos vuelven con sus familias biológicas, o con sus padres, o con sus tíos o abuelos. La Junta estudia cuál es la mejor opción para cada caso. “He seguido en contacto con todos y me llaman para contarme sus notas”, comenta.

Ambas familias, en El Puerto y en Jerez, cuentan con el apoyo de ACCAM, la Asociación Andaluza de Centros Católicos de Ayuda al Menor, que se encarga de coordinar los acogimientos y realiza un seguimiento tanto de las familias acogedoras como las biológicas. “Siempre están dispuestos a escucharnos, hacemos cursos de autoayuda, cada cierto tiempo llevamos a los niños a la sede para que se reúnan con sus familias”, sostienen.

Cuentan con una ayuda para la manutención según el tipo de acogimiento. Para el primer menor, la Junta, a través de la consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad otorga una ayuda de 376,14 euros mensuales; para los acogimientos temporales en familia ajena, 522,43 euros al mes y para los acogimientos de urgencia y especializados, 668,70 euros mensuales.

Pilar en el salón de su vivienda donde han vivido más de una decena de menores en 12 años.
Pilar en el salón de su vivienda donde han vivido más de una decena de menores en 12 años.   MAURI BUHIGAS

“En la provincia de Cádiz, desde primero de junio hasta la fecha, han sido 35 familias las que se han interesado en recibir información sobre el programa de acogimiento”, explican desde la Administración.

Inmaculada, Carlos y Pilar hacen hincapié en que hacen faltas familias de acogida, personas voluntarias que estén dispuestas a echar una mano. “No imaginamos la cantidad de niños y niñas vulnerables que hay en la provincia de Cádiz, que no tienen nada y que sus familias no los pueden atender”, comentan.

Meter a un niño de cuatro o cinco años en un centro de menores es una verdadera barbaridad. Están allí porque no se encuentran familias. Hay una necesidad importante de personas que se impliquen”, dice Inmaculada. La Junta también insiste en que “gracias a las familias acogedoras de urgencia se puede evitar su ingreso en centros de protección, dándoles a cambio un hogar y una familia que les cuidará y protegerá durante un tiempo".

Sobre el autor:

profile_picture

Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído