Las especias y legumbres de Cristóbal Bejarano, casi diez años sin el penúltimo tendero del centro de Jerez

El aroma a especias que inundaba la calle Unión se remontaba a 1917, un olor que emanaba desde Ultramarinos Bejarano. "Cuando paso por allí lo hago llorando", recuerda su último propietario, tras verse obligado a cerrar por la nueva ley de arrendamientos urbanos

Cristóbal Bejarano, a las puertas de su antiguo ultramarinos. El inmueble está hoy totalmente abandonado.
Cristóbal Bejarano, a las puertas de su antiguo ultramarinos. El inmueble está hoy totalmente abandonado. ESTEBAN
22 de abril de 2023 a las 08:46h

Gorra campera, luengas patillas, ya encanecidas, pañuelo de lunares atado al cuello, ramitas de romero en el bolsillo de la chaqueta, porte grande y un carácter afable. Sus forman coquetean con la elegancia al estilo de aquí y al mismo tiempo tirando hacia lo caló. No para de saludar a gente que pasan por su lado. Salta a la vista que es una persona popular y muy singular. No ha cambiado en casi la última década.

El recuerdo borroso ya es en su recondito negocio del centro de Jerez. Especias, legumbres, mimbre, cachivaches, olor a mercado persa... Hace ya casi diez años que un contrato de renta antigua venció y tuvo que echar el cerrojazo para siempre. El negocio tradicional se perdió y el inmueble sigue pasto de la abandono. Una puñalada al corazón del comercio de toda la vida en Jerez.

“Me conoce tanta gente... no por el negocio, es porque fui muy malo de pequeño, cuando chico me peleaba con todo el mundo y cambié mucho de colegio. Además hice la mili en La Parra, donde no había más que jerezanos”. Así explica su popularidad Cristóbal Bejarano a sus 66 años de edad —nació coincidiendo con la Feria—, que fue el último de la familia que estuvo al frente de la tienda de ultramarinos donde se ha llevado trabajando 48 años, establecimiento que muchos recordarán en su ubicación en la calle Unión. 

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Bejarano, ante la puerta del antiguo ultramarinos.   ESTEBAN

La negativa del arrendador a renovarle el contrato al propietario de la tienda, que esperaba encontrar otro local en el centro para poder seguir con el negocio, pero que finalmente no lo halló los altos costes, dieron al traste con una historia que empezó en 1917.

Era una tienda muy pequeñita pero grande en su contenido. Allí cabía de todo: legumbres selectas en sacos de 50 kilos, abiertos y colocados en la puerta (se vendían a granel), chacinas, avíos del puchero y sobre todo especias, además de otras cosas como escobas, canastos, búcaros, macetas, hielo… La mejor publicidad de Ultramarinos Bejarano era el olfato. Nada más entrar en la calle Unión, subiendo la escalerilla del Villamarta o entrando por Doña Blanca, el aroma de las especias invadía por completo la calle y rápidamente lo captaba la pituitaria.

"De pequeño fui muy malo. Me peleaba con todo el mundo"

En 1917, el abuelo de Cristóbal, que se llamaba igual que él, vino de Aragón, abrió este negocio y también un tabanco justo enfrente. La especialidad de la ‘casa’ era la misma y con la misma filosofía: todo de calidad, e incluso la madre hacía chicharrones y manteca. Se puede decir que era la versión antigua de lo que hoy está tan de moda, los establecimientos gourmet o delicatessen. En aquellos tiempos la clientela buscaba lo que no encontraba en cualquier otro negocio similar, pero sobre todo calidad.

“Cuando la guerra, estuvo cerrado tres años y después abrió como ultramarinos. Vendíamos fruta también. Me he tirado 48 años allí: desde los 18 con mi padre. Hice la mili y me metí allí. Y de ahí no salí para nada”, rememora Cristóbal acerca de unos tiempos en los que, pese a las estrecheces del local, estaban él, su padre y su madre: “Estaba allí con mi madre, que iba todos los días. Hacía chicharrones, manteca colorá, partía aceitunas, que las vendíamos aliñás, y los domingos abríamos en verano porque la gente venía de Sevilla por la calle Larga, que era la carretera general, tomaban café en la Vega y nos compraban un duro o dos pesetas de hielo para la neverita que llevaban a Valdelagrana”.

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Bejarano lo pasa mal viendo el candado de su antiguo ultramarinos.   ESTEBAN

El último día de 2014 cerró este histórico y popular establecimiento debido a la nueva ley de arrendamientos urbanos. El propietario le obligó a clausurarlo; pese a que pleiteó, no consiguió dar la vuelta a una realidad que dejaba morir a este negocio junto a otros también de toda la vida situados en la misma acera.

“A mí me da mucha pena. Cuando paso por allí lo hago llorando. Me he tirado toda la vida ahí metido”, confiesa Cristóbal, que aún conserva algo que tenía colgado en la pared del negocio: “Veo al Cristo de la Expiración, que lo tenía allí y lo puse en mi casa, y me recuerda a mi padre y a todo el mundo, a la gente, a la clientela.. abría por la mañana y por la tarde, hasta que convencí a mi padre para cerrar por las tardes”.

"Los domingos venía gente de Sevilla a comprarnos hielo porque paraban en la calle Larga, cuando era carretera general, camino de Valdelagrana"

Tiene claro que hubiera seguido, “era un buen negocio”, dice, pero llegó la nueva ley y le cerraron por un proyecto para abrir un restaurante que nunca vio la luz.“Tenía una clientela que venía de El Puerto, de Guadalcacín, de Estella del Marqués… de todas partes; muchos eran colonos, que mataban sus cochinos y venían por las especias: la ñora para hacer chorizo, morcilla, esto, lo otro…”. Les vendía hasta la tripa de ternera que la traía de tierras castellanas, “y la sal que la vendíamos suelta en sacos”.

En la diversificación de mercancías entraron más cosas en un espacio tan pequeño, tanto que había que ingeniárselas para que cupiera todo, “pero yo le buscaba sitio por todos lados. Yo ponía en la puerta los sacos abiertos y después ponía el colgao, las escobas que las traía un hombre de El Puerto, los canastos me los hacía una gitana que le llamaban Quinina, que era de Rota. También venía una, 'la manquita' , que era manca, y los hacía con una mano”.

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El tendero, con una copa de jerez en La Perla.   ESTEBAN

Un producto estrella que recuerda es “un queso de Villaluenga del Rosario, un queso de cabra de leche cruda sin purificar. Era peligroso porque podía contagiar la fiebre de Malta y no se podía vender”, pero buscó la alternativa para hacerlo bueno metiéndolo “en borra, lo último que queda en el molino tras la molturación de la aceituna, por lo que se curaba y se ponía picantito, la mar de bueno. Venía gente de afuera en Semana Santa y me decían Bejarano ponme un queso del picante, que me lo llevo para Madrid".

Cristóbal sigue contándonos sus historias, muchas, tantas que incluso se pierde en el tiempo y en ese medio siglo en el mostrador y bregando con los productos. “Mucha gente me confundía porque decían que era de Béjar, porque los de allí son bejaranos”.

En lo que no duda en afirmar es de la calidad que despachaban, "teníamos una legumbre muy buena, algunas venidas desde México; también alubias pinter para moros y cristianos, que es un plato que se come en Cuba mezclando el arroz y esos frijoles negros. Teníamos carilla (una rara variedad de alubia ‘ojo de perdiz’), que era de Extremadura; la habichuela de fabada asturiana; habichuela del Barco de Ávila; el garbanzo de Fuente de Saúco”, y aquí mete algo de su cosecha, un refrán: “El buen garbanzo y el buen ladrón, de Fuente de Saúco son, aludiendo al garbanzo castellano, el mejor y el más caro.

"Tuve como cliente a Ignacio Domecq, que venía en su motito con su perro para comprar lentejas y habichuelas"

Los aromas que desprendía la tienda era como si se entrara en un mercado oriental. Un delicioso perfume que envolvía al cliente desde muchos metros antes de llegar a la puerta, gracias a las especias que se vendían, “muy buenas. Eran de calidad. Traía la canela vapor cero a 40 euros un kilo. Ya no se vende canela de verdad, hay mucha cáscara de almendra molida”

Recuerda con mucho cariño a Ignacio Domecq de la Riva , el gran catador y enólogo al que apodaban ‘la nariz’ por su grandes dotes: “Llegaba con su motito y con su perro detrás. Me pedía lenteja y habichuela. Garbanzo no porque empezó a cultivarlo en unas tierras que tenía en donde hoy está la cárcel Puerto 3”.

Reportaje de lavozdelsur.es en 2014, antes de cerrar el ultramarinos de la calle Unión.

La gente entonces tenía que ir a la Plaza sí o sí, “no había ni Mercadona ni Carrefour, antes nada más que estaba Simago. La gente iba a comprar a la plaza y después venían a comprar las lentejas de La Armuña, una zona de Salamanca que son las mejores de España. Mi madre vendía muy bien, tanto que al final se llevaban el pimentón de la Vera de Extremadura y de paso les metía por la vista un choricito  de Grazalema”.

Así podríamos estar hasta Nochevieja de 2024, cuando se cumpla una década sin el almacén de la calle Unión, charlando de un pasado que Cristóbal lo tiene muy presente. Son muchos recuerdos del penúltimo tendero de toda la vida que aún sigue llevando a gala su pasado tras aquel inolvidable pequeño mostrador.

Sobre el autor

KIKO ABUIN 1

Kiko Abuín

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