Una de las pocas esparteras de Andalucía es de Sanlúcar: "Hay quien no valora tanto esfuerzo"

Caridad Sumariva regenta desde 2006, junto a su marido José Luis Aldón, una de las pocas tiendas que quedan dedicadas en exclusiva a la fabricación con esparto. Un oficio que le enseñó su abuelo y que ya conoce su hija

Caridad Sumariva, de Sanlúcar, una de las pocas esparteras de Andalucía, cosiendo una persiana frente a su tienda.

Con una paciencia infinita, Caridad va insertando la aguja, trenzando y cosiendo con mimo una persiana de esparto que le han encargado. Ella se pone guantes, y una manta encima de las piernas para evitar posibles pinchazos durante la armoniosa tarea, en la que se afana sentada en una silla baja, también de esparto, en la puerta de la tienda que tiene en Sanlúcar de Barrameda.

En el pequeño negocio de la calle Junco de la localidad de la Costa Noroeste, Caridad Sumariva pasa las horas y los días. Lo lleva haciendo desde que en 2006 inauguró la tienda, en un primer momento enfocada a la artesanía en general, aunque unos años después en exclusiva a los productos fabricados por ella misma con esparto.

Caridad es una de las pocas mujeres que se dedican profesionalmente a la fabricación con esparto en Andalucía. Que ella sepa, solo hay otra en la provincia de Jaén. En su tienda, no es raro encontrarse a su hija Almudena, y también a su marido, José Luis Aldón, un patrón de barco reconvertido a espartero.

Entrar en la espartería de Caridad y José Luis evoca a épocas pasadas. Parece mentira que un negocio dedicado (casi) en exclusiva a la fabricación y venta de productos con esparto resista en estos tiempos. Pero lo hace. No sin horas y horas de trabajo y dedicación. En la pequeña estancia hay canastos de todos los tamaños y formas, lámparas, pero también jaulas, y en la puerta muestran un buen catálogo de sillas y persianas. Hasta 700 artículos distintos han fabricado desde sus inicios.

Caridad, confeccionando una persiana de esparto.  JUAN CARLOS TORO

El abuelo de Caridad, nacido en una de las chozas que había en pleno coto de Doñana, en el seno de una familia de carboneros, fue quien le enseñó a manejar el esparto. “El no lo tenía como un trabajo”, dice ella, quien recuerda cómo ayudaba a su abuelo a recoger esparto para luego convertirlo en utensilios para la casa.

De esas tardes viendo fabricar con esparto a su abuelo, le nació a Caridad su amor por una forma de artesanía que nunca pensó que fuera a convertirse en su medio de vida. Después de haber trabajado en hostelería, en una pescadería, en tiendas de ropa o en el campo, abrió su propia tienda. “Siempre me ha gustado mucho la artesanía”, asegura. Y de ahí, la tienda derivó a espartería.

“Este oficio me gusta, pero es muy trabajoso”, dice Caridad Sumariva, una de las pocas esparteras profesionales de Andalucía. “Esto lo que tiene es que el joven no lo ha conocido y el mayor no lo valora porque lo ha visto siempre en su casa. Y realmente no se paga por las horas de elaboración que tiene cada producto”, cuenta. El esfuerzo que realizan no se traduce en beneficio económico precisamente.

José Luis Aldón y Caridad Sumariva, en la espartería.  JUAN CARLOS TORO

“Esta lámpara, por ejemplo, tiene un mes de trabajo”, cuenta Caridad, señalando una enorme, que cuelga casi sobre su cabeza, acaparando buena parte de la tienda. Una persiana, el producto más vendido durante todo el año, se lleva, al menos, un par de días de trabajo. “Hay quien no valora el esfuerzo que conlleva, aunque pueda pagarlo”, dice la espartera, quien asegura que “desde que entra por la puerta, ya sabemos quién va a comprar y quién no”.

Durante muchos fines de semana, en los más de 15 años que lleva abierta la tienda, Caridad y José Luis cargaban el coche de esparto y se recorrían pueblos de Huelva y de la vecina Portugal para intentar encontrar clientes. Eso cuando no buscaban a personas mayores que le enseñaran a perfeccionar la técnica. De lunes a lunes viviendo para la tienda. Hasta que llegó la pandemia. Ahí entendieron que debían bajar el ritmo. Desde entonces abren el negocio solo por las mañanas, y las tardes las dedican a fabricar o a tener tiempo libre.

“Hemos estado abiertos hasta los domingos durante muchos años. Nos hemos dado cuenta de que eso no es vivir”, relata Caridad. Cuando se levantó el confinamiento, “no quería abrir”, confiesa, y reajustaron sus horarios. “La gente se adapta, ahora compra por la mañana y si acaso viene a recoger algo por la tarde, pero no estamos ahí todo el día”, dice ella. Además, empezaron a utilizar redes sociales, y sus ventas se dispararon por estos canales.

La espartera, trabajando en su tienda de Sanlúcar.  JUAN CARLOS TORO

Para ser espartera, dice Caridad Sumariva, hay que tener “paciencia” —mucha, de hecho— y “te debe gustar”, de lo contrario es difícil resistir, trabajando tantas horas, para obtener poco rendimiento económico en muchas ocasiones. “De media ganamos unos tres o cuatro euros por hora”, calcula, “porque ponemos precio a los productos, pero luego no miramos el tiempo que tardamos en terminar”. Todo para que quede lo mejor posible.

La profesión, vaticina tristemente Caridad, “se acabará perdiendo con el tiempo”, porque hay poco relevo generacional. “Aunque quien se quiera dedicar a esto, si aprende, no le va a faltar trabajo”, agrega su marido, José Luis Aldón, que está entretenido cosiendo un cinturón para una hermandad.

José Luis fue patrón de barco, aunque dejó el oficio coincidiendo en el tiempo con el inicio de su relación con Caridad, y ahora también es espartero. Y vende las bondades de este material. “Una vez llegó una señora a la que le daba el sol en una cristalera todo el día. Le vendimos una persiana de esparto, y tenía fresco en verano, calor en invierno, le ayudó a bajar cinco grados la temperatura en la casa”, comenta.

Caridad Sumariva, una de las pocas esparteras de Andalucía.  JUAN CARLOS TORO

Las persianas que fabrican Caridad y José Luis pueden durar, en exterior, hasta cerca de 20 años —“en interior, de por vida”, matiza él—, no acumulan ácaros y ayuda a espantar moscas y mosquitos. Unos beneficios que desconocen quienes se alarman por los precios que pueden tener algunos productos, en comparación con otros procedentes de Marruecos, habituales en muchos negocios de la región, y más económicos.

A la espartería sanluqueña llega la materia prima desde Almería, y luego ellos la preparan para convertirla en cestas, esteras o sillas. Unos productos que, además de venderse en localidades cercanas como El Puerto, Rota o Jerez, acaban en ciudades como Madrid o Barcelona, pero también en Alemania, Inglaterra, Suiza, Francia o Estados Unidos.

“El esparto nos mantiene, algo que nunca imaginé que podía pasar”, dice Caridad, quien tiene en su hija Almudena a la tercera generación de esparteros de su familia. “A ella le gusta más el trato personal y se le da bien vender, no tiene tanta paciencia, aunque lo que hace lo hace muy bien”, agrega la dueña de un negocio en vías de extinción. O no.