Dolores, la agricultora de las marismas del Guadalquivir: "¡Si los inmigrantes son los únicos que trabajan en el campo!"

Esta mujer de Lebrija es 'rara avis' en su tierra, ya que trabaja en el campo desde los 18 años y saca adelante su propia finca agraria

Dolores Tejero, una agricultura de Lebrija que contradice a Vox.
16 de agosto de 2025 a las 08:00h
Actualizado a 17 de agosto de 2025 a las 16:41h

La lebrijana Dolores Tejero Doblado es, a sus 57 años, una rara avis en este paisaje profundamente masculinizado en el que los terrones, las azadas, los tractores y los tubos de riego parecen solo cosa de ellos. También lo hubiera parecido en su casa, siendo ella la única niña en el centro de una familia más que numerosa, con dos hermanos mayores y otros dos menores, pero lo cierto es que, incluso gustándole los estudios como le gustaban, “como en aquella época se tenían hijos para trabajar en el campo, mi padre se alivió cuando, agobiado con el algodonal que teníamos y algunos de mis hermanos indispuestos, yo le dije que tiráramos para adelante”.

Dolores acababa de cumplir entonces 12 años, pero solamente ella intuía que ya no era una niña, sino alguien capaz de ejercer de listera sobre aquellas gigantescas sacas de algodón desde las que oteaba a un centenar de jornaleros. “Con 18 años puse mi primer invernadero, de flor cortada, que es lo que había entonces, y, como me fue tan bien, al año siguiente puse otros dos mil metros”. Y así empezó de veras la relación de tú a tú de esta lebrijana con el campo, o más bien con un tipo de campo, las marismas del Guadalquivir, que en los tiempos de sus abuelos no parecían tan destinadas a producir tanto porque aún no se habían puesto en regadío unas tierras que, aun teniendo el río tan cerca, conservaban el carácter salvaje de Doñana.

Dolores sostiene pimientos, del mismo color que sus uñas.  JUAN CARLOS TORO

Hoy, cuatro décadas después, Dolores Tejero tiene a su nombre 16.000 metros cuadrados de tierra en las que ha cultivado de todo, desde algodón a coliflores, pasando por las cebollas y los pimientos, que son los que cosechaba esta semana al recibir a la vozdelsur.es derrapando con su empolvado todoterreno (“Mi Pajero”) en la parcela donde había terminado con los tomates en la víspera. Otros 16.000 metros son de su hermano, “pero todo lo llevamos a medias”, dice. También su marido, cuando no está de baja como ahora, trabaja en el campo. “Es lo que entra en mi casa”, reconoce. Cuando se le pregunta si es la única mujer que lleva sus propias tierras en Lebrija, ella echa mano de humildad e ironía a partes iguales: “No, otras muchas que vienen a traerles el desayuno a los maridos”, y sonríe.

Mientras se agacha para recoger unos pimientos enormes, verdes y rojos a partes iguales, se queja de que hay algunos a los que ya les ha dado más sol de la cuenta, pero no del precio al que ya los tiene contratados con el comprador: “A 40 céntimos el kilo”, sentencia, y hace un gesto de resignación mientras se sube las gafas, sin perder una sonrisa que la rejuvenece por debajo del polvo, del sudor y del sombrero. “Es lo que hay”. Lo dice porque sabe, como todo el mundo, que el precio del pimiento en el supermercado ronda los tres euros. “Los que tengo en la otra parcela no sé a cómo me los pagarán, porque van a subasta, pero si me dan 50 céntimos les hago la ola”, dice, y Estos son de los que se asan”, explica mientras los frota contra su propia ropa descolorida y granulosa para ponerlos lustrosos. De las 14.000 hectáreas que conforman el Sector B-XII, 700 se dedican estos meses al pimiento, lo que supone, solo en recolección, 18.000 jornales. Eso sin contar puestos de trabajo como camioneros, tractoristas y la manufactura en fábrica.

Con sus uñas pintadas de rojo

Dolores sonríe cuando se le llama la atención por sus uñas pintadas de rojo, y las esconde pudorosa porque una de ellas parece accidentada y el esmalte de las demás, de cerca, ya está desconchado y ligeramente manchado de esta arena en la que ella mete las manos sin que se le caigan los anillos, porque no lleva. “Las tengo pintadas por la graduación de mi hijo el otro día”, cuenta orgullosa. Su chico pasa ahora al segundo curso de Bachillerato y hace sus cábalas con las notas que podrá sacar en la PAU. El mayor, de 22 años, acaba de graduarse en Física. Dolores hubiera sido en su época una buena estudiante. Tiene buena cabeza y sabe orientarse, incluso en esta llanura dividida por acequias en las que escasean los hitos de referencia más allá de las idénticas casillas de aperos y desde donde se intuye el río pero no se ve. “En aquellas dos hectáreas de allí tengo las calabazas”, dice señalando en la dirección del sol canicular, pero solo ella sabe exactamente dónde.

Dolores, en mitad de una larga jornada de trabajo.  JUAN CARLOS TORO

Acaban de irse sus jornaleros, casi todos inmigrantes (rumanos, ecuatorianos y marroquíes) contratados a través de una Empresa Temporal de Empleo (ETT). Para los pimientos precisa de casi una veintena, y todos dados de alta. “Cada uno se lleva cada día 60 euros, aunque a mí entre seguros sociales y demás me cuestan casi 90”, asegura, sin dudas, en la regulación de su situación porque “aquí llega el Seprona y sorprende a algún trabajador sin papeles y se tienen que llevar la parcela”.

“No se encuentran jornaleros”

“En Lebrija o en cualquier pueblo de por aquí hay un montón de parados, pero ponte a buscar a gente que quiera venir a coger pimientos, a ver si los encuentras”, dice retadora, y se acuerda, por ejemplo, de la última propuesta de Vox de expulsar de nuestro país a ocho millones de inmigrantes. “Pero, ¿cómo se les ocurre eso si son los únicos que quieren trabajar en el campo y los necesitamos?”, se pregunta. Y no solo lanza su interrogante al aire, sino que se lo espetó a la mismísima diputada de Vox en el Parlamento andaluz, Ana Ruiz Vázquez, cuando visitó el sector B-XII del Bajo Guadalquivir y la cooperativa Las Marismas de Lebrija la pasada primavera. “Se lo pregunté como te lo estoy preguntando a ti”, dice ella, poniéndose el índice y el pulgar en las cuencas de sus ojos, en un gesto de que no le entra en la cabeza el disparatado planteamiento.

Casi presidenta de su cooperativa

Dolores Tejero se ha llevado 17 años formando parte de la junta directiva de la cooperativa Las Marismas de Lebrija, en varios mandatos y siempre aportando “porque me duele mi cooperativa, mi pueblo y mi tierra”. De hecho, hace unos años se presentó como candidata a presidenta y “me quedé a solo 17 votos de conseguirlo”, cuenta ahora con la misma sonrisa irónica con que trata siempre ese contraste entre la oficialidad de las cosas y la pura realidad que ella conoce en primera persona. “Es que al final el machismo sigue existiendo, claro, y en las cosas del campo por supuesto”, corrobora el gerente de la Comunidad de Regantes del Bajo Guadalquivir, Diego Bellido, que conoce bien su valía y su trayectoria y que valora tan positivamente la necesidad creciente de mano de obra en el sur de la provincia de Sevilla.

Dolores, agachada, recogiendo pimientos.   JUAN CARLOS TORO
La agricultora observa su cosecha, en Lebrija.  JUAN CARLOS TORO
Retrato de Dolores Tejero, una agricultora de Lebrija muy peculiar. JUAN CARLOS TORO

Dolores no quiere meterse en política, “porque yo no soporto callarme las evidencias”, explica, “aunque yo sé que la política es todo”. “No quiero verme como los socialistas ahora mismo, por ejemplo, diciendo que está bien todo lo que hace o dice Pedro Sánchez. Yo no valdría. Y te lo digo por un color político o por otro, me da igual”. En efecto, lo dice una mujer a la que han invitado a ir en sus listas electorales todas las formaciones políticas de Lebrija en los últimos veinte años. “Todas menos Vox”, matiza ella. “Pero yo siempre me he negado porque no valgo para callarme”, añade, y recoge unos tubos de riego con la misma destreza con que lo harían tantos compañeros de oficio en este que ella ha mamado desde que nació.

Sobre el autor

Álvaro Romero

Ver biografía