Hablamos con tres miembros de la Asociación de Personas Lectoras de Cádiz, que cumple una década dando voz a obras literarias para colectivos que no pueden leer por enfermedad o incapacidad.

Érase una vez una mujer, enfermera y vecina de El Puerto de Santa María, a la que le encantaba la lectura. Por sus manos habían pasado libros desde bien pequeña, de cualquier autor y género, que devoraba con placer. Una vez sintió que empezó a fallarle la vista. Doctores le diagnosticaron una enfermedad degenerativa incurable. Se quedaría ciega. Así se lo dijeron y así lo fue asimilando como pudo. Porque, ¿qué haría cuando ya no pudiera siquiera leer unas líneas de su libro favorito? ¿Qué sensación no tendría al saber que ya no podría disfrutar de la lectura mientras respira el olor a tinta de un libro? A los 42 años el mundo se le oscureció. Se desquicia. ¿A quién no le pasaría? Con media vida todavía por delante, tiene que volver a empezar. Afortunadamente, conoce que la ONCE dispone de un fondo bibliográfico de más de 70.000 ejemplares, locutados por actores al estilo de las radionovelas de las primeras décadas del siglo XX. Eso le ayudaría a quitarse el gusanillo de la lectura, aunque no fuera lo mismo. Pero todo cambiaría de verdad cuando, de visita en su librería de toda la vida, esa en la que siempre paraba, su librero le habló de un nuevo colectivo de reciente creación en la provincia, que se dedicaba a llevar la obra de los más grandes autores a todos aquellos incapacitados para poder leer un libro. Esta mujer, de nombre Paqui Ayllón, es hoy la presidenta de la Asociación de Personas Lectoras de Cádiz.

Paqui tiene unos preciosos ojos marrones. Hablando con ella, y por su manera de dirigirse a su interlocutor, nadie diría que es ciega si no fuera por el detalle de sus gafas de sol, en la mesa, y de su perra guía, Meadow (Pradera, en inglés) a sus pies. Estamos en la biblioteca municipal de El Puerto de Santa María, en pleno centro de la ciudad. Junto a Paqui, la secretaria de la asociación, María Luisa, y Manolo Morillo, uno de los lectores voluntarios que más años lleva en este colectivo fundado en 2007 en Cádiz, pero que actualmente tiene presencia, además de en El Puerto, en San Fernando y en Jerez, con más de 40 voluntarios.

Pero, ¿en qué consiste esta asociación? Como explica Manolo, no hablamos de un club de lectura, sino de “un grupo muy heterogéneo de amantes de los libros que dedicamos un poquito de nuestro tiempo libre a llevar las palabras que han escrito otros a personas que no tienen fácil acceso a las mismas”. Y añade que se consideran “personas-libros” cuyo público objetivo son los reclusos de las prisiones, personas con discapacidad visual o intelectual, ancianos, enfermos y hospitalizados.Manolo, María Luisa y Paqui entraron en la asociación unidos por su amor a los libros, pero sus motivaciones varían un poco. El primero, actor de teatro, sentía la necesidad de “devolverle a la sociedad parte de lo que ha compartido conmigo”. La segunda, abogada, buscaba una satisfacción extra que, además, la evadiera del sufrido turno de oficio. “Los clubes de lectura no me gustan, pero un día, buscando en internet, di con la asociación. Cuando la descubrí no me lo creía”. Paqui, como ya está contado, supo de la misma por su librero, que se la recomendó pensando en su ceguera. Y si bien comenzó de oyente y acompañante, otra miembro del colectivo, María Teresa Castro, le empujó a dar el paso para que fuera lectora. O más bien “me tendió una trampa”, bromea. “Me preguntó por cómo leía a través del audio libro, me llevó al centro de mayores San Juan y me obligó a leer en voz alta”.

Esa primera lectura la recuerda perfectamente, La verdadera historia de la Bella Durmiente, de Ana María Matute. “Les encantó, pero lo leí fatal”, se sincera. En el mismo lugar comenzó como lectora María Luisa, que en su caso debutó con una compilación de cuentos orientales, mientras que Manolo también lo recuerda perfectamente. Fue en Puerto II, ante un grupo de reclusos, un poema de Antonio Gala, que recitó de memoria:

A trabajos forzados me condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe,
y de acero reclamo mi cadena.

Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe,
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.

No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.

Que ningún juez declare mi inocencia,
porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.

“En la cárcel, el tema del amor, de las madres y de las novias triunfa. Además valoran mucho la relación con el exterior, y que haya personas que dediquen parte de su tiempo libre a pasarlo con ellos”, señala Manolo, que explica que la variedad de su público hace que en ocasiones “se dejen llevar por la inercia de lo que lleve cada día el lector o lectora de turno”, mientras que otros “tienen muy claro” lo que quieren que les leamos. “De eso te das cuenta según el lugar. En prisión hay algunos que son casi analfabetos, pero luego hay sitios donde encuentras a personas muy cultas. Me pasa con las residentes de una residencia de ancianos de Vistahermosa, que te pueden pedir a Becquer, o a Jorge Manrique”, añade María Luisa.

Sin embargo, son con los discapacitados intelectuales los que más satisfacciones les produce. “En el grupo de enfermos mentales nos piden a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa…”, señala Paqui. “Es de los mejores grupos que tenemos”, añade Manolo, que explica que es un público “muy agradecido” y con en el que suelen triunfar “las lecturas dramatizadas”. “Pero lo que más te llama la atención es el silencio que hay y lo pendientes que están de todo”, concluye María Luisa.
Otro público especial es el de los niños que reciben tratamiento oncológico en el Hospital de Jerez, grupo que suele tocarle a Paqui. “Es un reto, porque no sabes lo que te vas a encontrar, ya que pediatría abarca desde los dos a los 14 años, si bien el hospital nos facilita la noche antes las edades, sexo y número de niños para, en función de eso, distribuirnos”. Cuentos, poemas y adivinanzas —“les encantan”— es lo que más reclaman. Paqui, además, afirma que compite contra una consola y un ordenador, que hay a disposición de los chavales en el área de Oncología, si bien es la presencia de Meadow la que acaba de llevarlos a su territorio, con el añadido de que también les sirve de terapia.

De entre los muchos recuerdos que han ido aglutinando tras años como voluntarios, Manolo se queda con aquella vez que, tomándose un café en una terraza, se le acercó un antiguo presidiario que lo reconoció y le dio un gran abrazo que le hizo que se le cayeran dos lagrimones. María Luisa recuerda con cariño su paso por el CEIP Juventud, de la barriada jerezana de El Chicle, donde leyó varias poesías a alumnos de infantil. “Había una que mencionaba a un gato. Me fijé que una niña llevaba una camiseta con uno, y la acerqué conmigo. Cuando acabamos, se vino para mí y me agarró con fuerza porque no quería que me fuera”. Paqui, por su parte, no olvidará el emocionante aplauso que recibió de los ancianos en su debut como lectora. “Recibimos más de lo que damos. Para nosotros es un chute de energía”.

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Jorge Miró

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