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En el Día Internacional del Trabajo, lavozdelsur.es quiere dar a conocer la realidad de las personas, de las familias jerezanas, que un día tras otro, desde hace años, se enfrentan al desafío de afrontar cada amanecer sin la oportunidad de ejercer su legítimo derecho y deber de trabajar.

Primero de mayo, Día Internacional del Trabajo. La festividad por antonomasia del movimiento obrero, de los trabajadores y trabajadoras, se torna aciago. Un uno año más –y ya son muchos-  en el que el empleo no es que sea precario, es que es inexistente para familias completas. En Andalucía, el 20,5%, de los hogares cuenta con todos sus miembros en situación de desempleo, según datos que se desprenden de la Encuesta de Población Activa (EPA) difundida por el Instituto Nacional de Estadística (INE). La delegación jerezana del Banco de Alimentos de Jerez atiende ya a 10.000 familias en Jerez y pedanías, donde se eleva a 34.299  el número de jerezanos en paro.

En un día tan significativo como el de hoy, lavozdelsur.es da a conocer la realidad de las personas, de las familias, que un día tras otro, desde hace meses e incluso años, se enfrentan al desafío de afrontar cada amanecer sin la oportunidad de ejercer su legítimo derecho y deber de trabajar.

El ocaso del ladrillo

“El Día del Trabajo lo celebraba antes a diario, cuando me levantaba a las seis de la mañana y llegaba a mi casa a las nueve de la noche, sin pesarme”. Esta frase brota de los labios de José, un jerezano de 61 años, casi todos ellos, salvo los cuatro últimos, como él afirma, dedicados a la construcción y a los movimientos de tierra. Toda una vida luchando. “He tenido hasta 17 personas empleadas, algunos han estado hasta 20 años conmigo asegurados. Hoy sé de ellos que se están buscando la vida, parados igual que yo”. Padre de tres hijos, aunque en un lapsus, dice que tiene cuatro porque a su nieta, de 6 años, la está criando como a una hija más.

En la actualidad José, su mujer, su nieta y el padre de ésta se mantienen con 426 euros. Muy a su pesar, intentó jubilarse para percibir mayores ingresos, pero se lo denegaron. “La solicité  para ayudar a la familia, pero no quiero limosnas, lo que yo quiero es trabajar. Un antiguo refrán decía yo estoy como El Platanito, esperando una oportunidad. Platanito era un novillero que estaba en la plaza esperando que le dieran una oportunidad, pues yo igual. Lo que yo sé, eso, no se me ha olvidado”. Ana, su mujer, cuenta que José no ha conocido a su médico hasta los 59 años. “Fue a la consulta porque se le empezó a caer el pelo y a escamar la piel, el médico dijo que era de los nervios”.

El menor de los tres hijos del matrimonio, Jesús, tiene 28 años y es padre de una niña. Abandonó los estudios para trabajar con su padre. Hace cuatro años la empresa que administraban quebró. “Nos dejaron colgados más de treinta millones de pesetas y lo perdimos todo”. Para más inri, la familia se trasladó a una vivienda de alquiler subvencionada por la Junta de Andalucía, subvención que, asegura Jesús,  “no la llegamos a recibir, nos dijeron que no había dinero, ya la damos por perdida”. Hace seis meses que viven en una casa de alquiler en la barriada Puente de la Guareña, porque la renta es más baja. El joven reconoce que la mayoría de los mañanas no tiene ganas de levantarse porque nada le motiva. “El otro día cuando fui al INEM la persona que me atendió me dijo que ya quisieran otros con 28 años tener mi vida laboral. Sí, pero ahora no tengo futuro. A veces no tengo gasolina para recoger a mi hija del colegio. Este año no le han traído nada los reyes y la feria no la va a pisar. Puede parecer una frivolidad, pero es la vida de mi niña”.

"No sabemos lo que es dormir más de tres horas seguidas"

Ana, la matriarca de la familia, sufrió un ictus que le enclaustró en una cama. Sin embargo, el hecho de ver a su familia hundida le ha impulsado a levantarse para tirar de ellos. “En esta casa no sabemos lo que es dormir más de tres horas seguidas, estamos todos a base de tranquilizantes”, relata.

Ajustando el presupuesto

Tres años sin ingresar una nómina en el banco. La familia de Milagros, cuyos integrantes han estado todos en paro durante ese tiempo, saben lo que se siente en tal circunstacia. Justo ahora, parece que la vida les concede un pequeño respiro porque acaban de dar un par de meses de trabajo a su marido, alicatador de 57 años, y su hijo cubre bajas en un centro escolar. Ellos pueden hablar de lo que es pasar de vivir acomodados, siempre trabajando, a no percibir más que la ayuda de 426 euros. “Había que pagar el recibo de la luz y no tenía, pues vendía un anillo; otra factura que pagar, vendía unos pendientes... hasta que se me acabaron las alhajas”, confiesa Milagros quien trabajaba esporádicamente en Correos.

Desprenderse de todo cuanto tenía valor no ha sido suficiente. Tuvieron que recurrir a la ampliación de la hipoteca, y prescindir de los seguros de hogar, médicos y de vida. “De una vez cosí más de 300 delantales que vendí a tres euros y los vendí a las vecinas”, rememora soslayando una sonrisa entre tímida y orgullosa. “No comemos pescado ni fruta desde hace tres años. Lo mínimo. Lo hemos pasado tan mal que lo de los brotes verdes no me lo creo”, apostilla. Su hija estudia fuera y Milagros asegura que “ha pasado hambre”, aunque no se lo haya dicho, “le dan la beca, pero mientras llega y no ha habido veces que no hemos podido darle nada”.

"Creo que nos equivocamos conformándonos con tener algo de comer”

Su hijo mayor, de 28 años, es padre de un niño. Primero realizó el ciclo superior de Salud Ambiental y al no encontrar trabajo se matriculó en el ciclo superior de Integración Social. Lleva unas semanas trabajando de monitor de educación especial, su primer empleo. Aunque se muestra cauto, no lanza las campanas al vuelo porque es consciente de que es algo temporal, y tampoco le permite independizarse. “¿Tenemos alcaldesa? Creo que nos equivocamos conformándonos con tener algo de comer”, espeta indignado el joven.

Jóvenes sobradamente pre-parados 

Arturo y Ana. La carrera de Sociología les unió. Sin embargo, en el ecuador de la treintena, no les ha dado nunca de comer, jamás han ejercido. A pesar de poseer varias titulaciones y conocimiento de idiomas, el trabajo más ‘estable’ que han tenido ha sido como teleoperadores. “Esclavos de una ETT (empresa de trabajo temporal) y del teléfono”, afirma Ana, en ocasiones compaginado con otros trabajos. Desde el pasado noviembre ninguno de los dos trabaja. Admiten que al principio te lo tomas como unas mrecidadas vacaciones pero cuando la situación de desempleo se prolonga llegan a perder la autoestima. “El peor martirio que hay es que tú sabes que estás preparado, pero llegas a creer que no sirves para nada”, explica Arturo.

Actualmente, viven con la hija de ambos de 16 meses en un miniapartamento de un familiar porque no pueden permitirse un alquiler. “Decidimos tener a la pequeña ya o ya, sobre todo por mi edad", cuenta Ana, "pensamos que donde comen dos, comen tres". Pero se lamentan de que sólo la pueden sacar a pasear. Ese es el único lujo que se permiten.

Los planes de futuro de esta joven familia están claros. Después del verano se marcharán a otro país, donde empezarán de cero. “Sabemos que comenzaremos por trabajos no cualificados, pero al menos esperamos ofrecerle algo mejor a nuestra hija”.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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