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Nikolás, intersexual de 31 años; la madre de una adolescente que se siente chico; y Hugo, transexual que no ha sufrido rechazo, cuentan a lavozdelsur.es su experiencia vital para tratar de poner cerco a la transfobia.

Ocho intentos de suicidio. Le llamaban mutante, sirenita; una vez le bajaron los pantalones en mitad del recreo delante de sus compañeros. No existe adjetivo que resuma el daño y el sufrimiento que ha padecido Nikolás en los diferentes centros educativos en los que ha estado. Y pese a ello admite, quizá con un poco de indiferencia fingida, que muchas de esas vejaciones le daban igual porque ya era bastante lo que tenía en casa. El joven de 31 años, nació intersexual -lo que antiguamente se conocía como hermafrodita-, con unos cromosomas diferentes. “Mis genitales externos no estaban 100 por 100 formados y me afeminaron, que es lo que se hacía siempre antes, ahora ya no. También poseo un ovario y un útero que no tienen función y con el tiempo desarrollé un poco de pecho”, explica sin tapujos. ¿Te criaste como niña? “Me criaron como a una niña y me hicieron la vida imposible”.

Sus padres se lo ocultaron a la mayoría de la familia y conocidos. Cuando Nikolás creció, se dio cuenta de su peculiaridades y al querer hablar de ello le decían que estaba loco. Todos pensaban que era una niña que quería ser niño. “Mi padre me maltrataba y me pegaba palizas cuando yo decía que tenía cositas y que lo iba a contar”, rememora. Con tan sólo nueve años quiso liberarse y para conseguirlo le decía a su madre que veía espíritus. Gracias a eso fue a una psicóloga a quien pudo contarle lo que le sucedía. “Mi médico de cabecera era muy amigo de mis padres, pero la psicóloga me ayudó. Amenazó con demandarlos si no me llevaban al médico y me derivó al endocrino”.

Entonces debió haberse realizado estudios para ver los órganos y cromosomas que tenía. No pudo ser. Su padre descubrió un documento del médico y “le pegó una paliza a mi madre y luego a mí”. En los momentos en los cuales madre e hijo estaban solos, ella le pedía que no se preocupara, que podría ponerse nombre de chico y la ropa que quisiera, porque era un niño disfrazado de niña. “Me obligaba a ponerme vestidos, era imposible que me cortara el pelo, sobre todo por lo que hablara la gente, eso le importaba más que su hijo”, relata.

“Mi padre me maltrataba y me pegaba palizas cuando yo decía que tenía cositas y que lo iba a contar”

Debido al trabajo de su padre, Nikolás ha estudiado en centros de diferentes ciudades. En Jerez el profesorado lo apoyaba, lo llamaban como a un niño, aunque en los documentos remitidos a los padres mantenían su nombre oficial para que no tuviese problemas. Sin embargo, antes de comenzar el instituto, vivió los primeros episodios graves de acoso. “Me acorralaban y me decían que me iban a violar y a quitarme las tonterías y cuando empecé el instituto en Madrid, eso ya fue lo que me mató”. Le mandaban cartas, le insultaban. En España más de la mitad de los menores gais, lesbianas, bisexuales y transexuales sufren acoso escolar, según la federación estatal LGTB. El 83 % de los menores transexuales piensa en el suicidio y el 41 % lo intenta, como Nikolás. “Me volví malo hasta el punto de que me trasladaron a un reformatorio de chicos; imagínate lo que intentaron conmigo. He intentado quitarme la vida varias veces, pero en realidad no quería porque yo era un niño con mucha energía”, afirma.

En la actualidad trabaja como albañil y en el ámbito laboral no han sido menos las trabas. Tras someterse al reconocimiento médico le han negado la posibilidad de trabajar en muchas empresas lo que le ha hecho sentirse “como una mierda”. Tiene pareja, está en tratamiento, a la espera de ser operado. Entonces será completamente feliz: “No me queda otra, he luchado muchos años, siendo un niño me tuve que enfrentar con mucha gente y me he ido haciendo mi caparazón”. De un tiempo a esta parte colabora con fundaciones de transexuales de Madrid y Barcelona; le hace sentirse muy bien, ya que puede "ayudar a personas que sufren bullying y han pasado lo mismo que yo”.


Nikolás forma parte del 0.018% de los bebés occidentales que nacen con intersexualidad, un 1% si tenemos en cuenta todos los tipos y subtipos que pueden existir. El caso de la hija de Ana (nombre ficticio) es bastante diferente. Con apenas tres años ya no quería vestidos, ni siquiera de gitana. Ahora es una adolescente que viste como un chico, se compra la ropa en la sección masculina y se peina como un chico, pero no expresa abiertamente su identidad de género. “Me dice: Máma, quiero pantalones, chándal y vaqueros. Ponerse el traje de la primera comunión fue otro show, quería hacerla con un chándal blanco”, recuerda. Su habitación está presidida por la bandera del Real Madrid y es un santuario dedicado a este equipo. Sus compañeros de colegio con quienes jugaba al fútbol lo saben. Antes se relacionaba con los niños. Una vez que comenzó el instituto se aisló. "No la marginan, ella no quiere relacionarse con nadie por miedo al rechazo", reconoce Ana que mantiene encuentros con la tutora, la orientadora y el director del centro.

"Relacionarse con unos o con otros no es cuestión de ser hombre o mujer, sino de este –señala al corazón-, de ser feliz”

El inconveniente que tiene la menor es que “está enamorada de su padre, él no lo acepta y ella no quiere decepcionarle”, opina su madre porque su hija se siente cómoda cuando se refieren a ella como un chico. Ana, en cambio, la apoya incondicionalmente. Para tener más información se dirigió a la asociación de gais, lesbianas y transexuales, Jerelesgay. “Yo no sabía si me equivocaba cuando le consentía los gustos, pero me dijeron que dejase que creciera y que fuese al médico cuando estuviese segura y se vea preparada”. Esta madre cuenta todo esto porque quiere acabar con los prejuicios en los asuntos de la identidad y de las relaciones entre personas. “Hay momentos en el que lo paso mal porque la veo angustiada, la veo llorar. Relacionarse con unos o con otros no es cuestión de ser hombre o mujer, sino de este –señala al corazón-, de ser feliz”, sentencia.

Con cuatro años, era una niña consciente de que “le pasaba algo”: jugaba con cosas de niño, no quería vestidos y se quería llamar Hugo. Disimulaba su pecho, aunque su voz le delataba. Su infancia fue muy feliz. A los 15 años le confesó a sus padres que le gustaban las mujeres lo que les costó un poco asumir. “Le chocó un poco más a mi madre cuando le conté que me quería poner el tratamiento. Temía, sobre todo, el hecho de que no pudiera encontrar trabajo y lo que la gente dijera”, narra Hugo que en la actualidad tiene 34 años, está casado y trabaja en la hostelería.

A juicio de este jerezano el entorno en que creces es fundamental, así como el carácter de cada uno. Él asegura que no ha sufrido rechazo y tampoco ha dado lugar a ello: “Siempre he sido muy selectivo con mis amistades, no al revés; me llevaba bien con todo el mundo pero pocos eran mis amigos”. Considera que la información y la naturalidad son la clave. Sus sobrinos conocen su proceso de cambio. “Ven las fotos en casa y se les ha explicado con normalidad”, dice con satisfacción. No en vano, cree necesario mucha más información en los colegios. En su opinión, los profesores deben estar al tanto de cómo abordar estos asuntos porque se trata de “educación sexual, los menores deben verlo tan normal que no pregunten por morbo”.

Prevenir, no adoctrinar

Susana Domínguez, presidenta de Jerelesgay, realiza programas de prevención de la homofobia en los centros educativos y apoya la tesis de Hugo en cuanto a la educación sexual en los mismos. “Muchas veces nos piden dar la charla cuando el daño está hecho; nunca nos han llamado de un colegio concertado aunque nos hemos ofrecido", y aclara, "intentamos prevenir, no adoctrinar”. Además, señala, que cualquier alumno que se sale de la norma es diana de acoso escolar, pero “si hay un chico negro en un colegio y sus compañeros le acosan por serlo, el centro se pone de parte del afectado y cuando es una persona homosexual hay colegios que sí y colegios que no”.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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