Desde 1979, con la vuelta de la democracia municipal, no he conocido un “relato” de ciudad distinto a este tradicional y cañí que se enseñorea al compás de “Jerez lo mejor del mundo”.

Desde 1979, con la vuelta de la democracia municipal, no he conocido un “relato” de ciudad distinto a este tradicional y cañí que se enseñorea al compás de “Jerez lo mejor del mundo”. En esa creencia siguen instaladas mayoritariamente las tramas sociales jerezanas más representativas y de ese discurso, chauvinista y cateto, se nutren sectores  de clase media —ilustrados y no ilustrados—, y otras capas de población excluidas social y culturalmente.

Las ciudades, las comunidades, las organizaciones humanas, van conformando su propio relato a lo largo del tiempo, y en él fijan sus emociones colectivas, sus intereses, sus expectativas… Hoy los territorios se disputan protagonismo y liderazgo y de ello depende, en parte, su mayor o menor interlocución con los actores políticos y económicos para hacerse visibles. La naturaleza del discurso y los atributos del proyecto de ciudad otorgan valor a la “marca” y afectan al horizonte de prosperidad.

Pero la marca Jerez está ahora depreciada y cotiza a la baja. Basta con mirar los índices socioeconómicos y educativos para comprobarlo: fracaso escolar, altas tasas de desempleo, brecha digital, un 33% de la población en riesgo de pobreza y un progresivo derrumbe del centro histórico… En general, Jerez es una ciudad atrasada por su escasa vinculación a estéticas modernas y vanguardias culturales. Atrasada en cuanto a la baja calidad de su tejido empresarial y su pobre dinamismo comercial. Atrasada en su exclusiva asociación a iconos tradicionales que nos retrotraen a los  siglos XVIII y XIX. Y, lo peor, deprimida por su nulo horizonte de futuro, que se plasma en la diáspora de su población joven.

La marca Jerez está ahora depreciada y cotiza a la baja. Basta con mirar los índices socioeconómicos y educativos para comprobarlo

En el último cuarto del siglo XX, Jerez transformó radicalmente su fisonomía urbana, con un planeamiento envidiado en su momento y criticado después —a toro pasado, cuando explota la crisis del ladrillo— por la excesiva tutela de los promotores y operadores de suelo. Planeamiento, hay que recordar, aprobado con la práctica unanimidad de los grupos presentes en las distintas corporaciones municipales. Pero el caso de Jerez no fue especial. En el informe Ciudades, arquitectura y espacio urbano, coordinado por Horacio Capel en 2003, se constata esta circunstancia como un mal generalizado en casi todos los diseños urbanos de las grandes ciudades españolas. Y así se subraya que “la ciudad, más que responder a las necesidades de convivencia de los ciudadanos, organiza y administra su espacio (...) en función del mayor beneficio de los promotores y propietarios de suelo…”

Sin embargo en este período la reputación de la marca Jerez cotizaba en niveles muy aceptables. A ello contribuyó un tratamiento pulcro del espacio urbano (vivíamos en una ciudad envidiablemente limpia y verde), la apuesta por la dotación de servicios públicos de calidad muchas veces por encima del ámbito competencial municipal, un liderazgo territorial incuestionable y un Ayuntamiento estructurado que impulsaba iniciativas sociales y económicas que servían de modelo a otros territorios.

La proyección de la ciudad se vio reforzada por la consolidación del Circuito como nuevo atributo de la marca Jerez, al igual que la Feria del Caballo

La proyección de la ciudad se vio reforzada por la consolidación del Circuito como nuevo atributo de la marca Jerez, al igual que la Feria del Caballo, evento cumbre del ciclo festivo en un renovado González Hontoria. Además, la recuperación del Teatro Villamarta, el Campus Universitario (único en Andalucía costeado en muy buena parte por el municipio) y otras iniciativas como los parques empresariales, Ciudad del Transporte, etc., dibujaban un Jerez que parecía mirar al futuro con el respaldo mayoritario de la ciudadanía.

Ahora podemos constatar que esas políticas se sostenían sobre estructuras muy frágiles, pues detrás de ese legítimo afán municipal por tomar la iniciativa no había un tejido económico ni empresarial solido, ni el menor compromiso de esos jerezanísimos acaudalados que tanto presumen de su pueblo y que tan poco se han comprometido con su desarrollo. La cuestión es que Jerez, necesitado de buscar alternativas al crack del sector de la vid, fue creciendo a costa del impulso municipal, pero convirtiéndose en un gigante con pies de barro.

Mientras en esos años la ciudad edificada brillaba, la ciudad “vivida” languidecía sin renovar su discurso —su relato— y sin fraguar una alternativa política capaz de articular un nuevo proyecto. Los últimos doce años, los gobiernos municipales del PSOE y del PP siguieron la estela del modelo anterior, pero sin liderazgo e inviable ya en el nuevo contexto económico tras la crisis. Lejos de promoverse nuevas políticas y alianzas sociales, se siguió la misma inercia en la gestión y la misma   interlocución con el jerezanísimo, un sentimiento tan legítimo como improductivo en términos de impulso al desarrollo de Jerez desde la sociedad civil.

La brecha con otras ciudades, que sí actualizaron su relato, se ahonda con la vuelta del PP al gobierno. Su política de despilfarro vinculada en exclusiva a la propaganda hunde más la economía del Ayuntamiento, al tiempo que, en un intento de ideologizar la propia estructura municipal (el ERE fue un ejemplo) termina por destruirla. En su haber queda la privatización del agua, el abandono del espacio público, el cierre de servicios básicos y el intento de manipulación del tejido asociativo a base de la concesión de subvenciones y ayudas sin el menor control público. Los tics reaccionarios del gobierno de Pelayo alcanzaron el cénit con la colocación de un busto del filofascita Pemán en el Villamarta el mismo día de la Constitución, y con las reacciones posteriores de su corte de nostálgicos del franquismo cuando se acordó retirarlo. No olvidemos que si hay una derecha extrema dentro del PP nacional, a ella pertenecen sus concejales en Jerez, dignos herederos de aquellos que se designaban en la dictadura por el “tercio de entidades o corporativo” entre una lista que proponía el gobernador civil franquista del momento.

El empujón inicial al joven Ayuntamiento de abril de 1979, para pasar del franquismo a la democracia, vino del consenso entre todas las fuerzas de izquierda

Tras las últimas elecciones municipales, la alianza de la izquierda en el Ayuntamiento de Jerez representa una enorme oportunidad para, por fin, renovar nuestro relato. El empujón inicial al joven Ayuntamiento de abril de 1979, para pasar del franquismo a la democracia, vino del consenso entre todas las fuerzas de izquierda. Salvando las distancias, ahora es el momento de que la concertación de esas fuerzas de progreso, renovadas  al fragor de las nuevas alternativas emergentes en la izquierda y el centro, lidere también el cambio. No se trata de renunciar a los símbolos que nos referencian como ciudad, sino de estimular otros vectores de desarrollo. No se trata de romper la interlocución con esos sectores tradicionales, que tanto protagonismo han tenido en estos últimos años, sino de abrir el abanico a otros emergentes en la sociedad jerezana vinculados a la universidad, a la cultura y el arte, al medio ambiente, al emprendimiento, a las nuevas formas de la economía en red…

Escribir en lavozdelsur.es, medio que con tanto brío ha irrumpido en el sector de la información y en el activismo cultural de Jerez, es un síntoma de que nuestro relato de ciudad puede superar clichés decimonónicos y actualizarse. Es una inequívoca señal de que ya existen otros interlocutores en la sociedad jerezana. 

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Pedro Grimaldi

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