Cristina Heeren: "El talento viene de arriba, llámalo dios o un espíritu"

Cristina conoció el flamenco con 12 años cuando vio en Nueva York a Antonio 'El Bailarín', una imagen que le impactó. Desde hace 20 años gestiona una fundación en Sevilla de vocación internacional y lucha incansable para mejorar la formación reglada del flamenco

Cristina Heeren: "El talento viene de arriba, llámalo dios o un espíritu".

Cristina Heeren (Nueva York, 1943) resulta una mujer sorprendente. Emana un aura especial, el de las personas que nacen en grandes ciudades y viajan por medio mundo mientras conocen a personajes ilustres del arte y la literatura. Una bohemia, una mecenas, una mujer trabajadora y luchadora. Resulta aún más asombroso que detrás de esta apariencia se esconde una persona llana, amante de la naturaleza y de la vida de barrio.

La neoyorkina amante de lo jondo creó en 1993 una fundación de arte flamenco en la que se forman estudiantes de todo el mundo y que se ha convertido en referencia internacional. El año pasado ingresó en la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla. Nos recibe en la sede de su fundación, en la calle Pureza, el Teatro Flamenco de Triana. Está a punto de coger un vuelo a su Nueva York natal para pasar las navidades en Montana con su hija y sus nietas, un lugar que le parece que tiene “la vida de otro siglo”. 

¿Aficionada extrema o mecenas?

En Estados Unidos, si tienes una afición, tienes la obligación de contribuir a esta afición, es una cosa totalmente natural. Desgraciadamente no ocurre lo mismo en Europa. Soy aficionada porque mi padre me lo inculcó desde pequeña y cuando vine a vivir a España en el 78 tuve la oportunidad de verlo de cerca, gracias a los maestros con los que he trabajado produciendo discos, como Calixto Sánchez y José de la Tomasa.

¿Cuál es su primer recuerdo del flamenco?

"La técnica se aprende, lo que no se aprende es a ser artista"

Con Antonio ‘El Bailarín’. Me impresionó mucho y además ¡lo encontré tan guapo! Tenía 12 años y no recuerdo mucho más, pero sé que me impresionó. Mi padre me llevaba a todo, a un tablao horroroso que había en Nueva York. El techo era tan bajo que los bailaores no podían levantar bien los brazos porque se chocaban. También vi a Pilar López, Carmen Amaya o José Greco. Se me formó el oído.

Cristina Heeren desde el 'Teatro Flamenco de Triana'.   MAURI BUHIGAS

El arte, ¿cuánto tiene de talento y cuánto de trabajo?

Cualquier tipo de arte requiere técnica, y esta se puede aprender. Lo que no se aprende es a ser artista. Hay mucha gente que sale de aquí y no necesariamente es artista, pero puede crear su propia escuela o expresar su conocimiento.

¿Y el talento es innato?

Yo tengo otra filosofía: creo que el talento viene de arriba. De alguna fuerza que está arriba, llámalo dios o un espíritu. Esto se lo dan a una persona. Por eso hay mucha discrepancia entre el artista y la persona.

"Siempre hay que volver a lo que uno es, volver a la raíz"

Hay gente que tiene la suerte de ser artista y además ser buena persona, hay otros que son muy malas personas. 

Entonces, ¿es mejor no conocer a la persona que hay detrás del artista?

Yo creo que sí, que hay que conocerlos. Hay gente que tiene un talento especial para decir algo en un escenario. 

¿Cómo crees que afecta el ego al desarrollo de un artista?

Yo creo que es cuando el artista confunde el personaje con la persona. Lo de ser famoso te crea un personaje, y si empiezas a creértelo puede ser un problema. Siempre hay que volver a lo que uno es, volver a la raíz y saber quién eres. 

¿Y cómo vuelve Cristina Heeren a sus raíces?

Hay cosas externas que me ayudan, como el contacto con la naturaleza. Yo vivo con dificultad en una ciudad.

"Hay gente que tiene la suerte de ser artista y además ser buena persona"

Necesito estar en el campo, cuando vuelvo al campo y me rodeo de la belleza de la naturaleza y de los árboles, sé quién soy yo.

¿Y qué le enseñan los animales?

Como soy hija única mis padres siempre quisieron que yo tuviera perros, no imagino la vida sin ellos. Me interesa mucho la etología. 

¿Cómo recuerda Triana cuando usted llegó?

La gente cambió la mentalidad con la Expo 92. De repente todo querían forrarse en seis meses y había mucha gente que luego ha vivido del cuento. Aun así, Triana sigue siendo bastante auténtica. Es como un pueblo, por eso me gusta. A veces estoy meses sin cruzar el puente. 

¿Qué personajes del barrio le han marcado más?

Que me haya dado conciencia de que Triana era un barrio emblemático, Naranjito de Triana. Yo lo admiraba mucho como artista y luego vino como profesor. Tenía una autoridad natural asombrosa, los chicos se ponían de pie cuando entraba. Él quizás haya sido la persona que más me ha enseñado. 

¿En qué camino está la información reglada del flamenco?

El flamenco es una formación profesional y esta idea no me la quita nadie. No se puede ser elitista en la formación. Un chico que no tiene estudios pero que tiene facultades e interés, al final debería salir de aquí o de cualquier escuela parecida con un diploma de formación profesional, como se puede salir de la hostelería, la fontanería o la peluquería. 

¿Considera entonces que podrían acceder aunque no tengan estudios previos?

Sí, claro. Hay gente que no tiene pensado seguir estudiando pero tienen mucho interés en desarrollar un talento específico. Es crear empleo, por eso me sorprende tanto la resistencia que hemos encontrado, desde la Junta al Ministerio. En el fondo, le viene bien a todo el mundo.

¿La fundación es parte de su vida?

Sí, hay que estar muy encima, hay que comerse el coco mucho para que el curso no sea monótono e introducir profesores que tengan una visión diferente.

¿Qué supone para usted el flamenco?

Un arte muy complejo y profundo. Por eso me gusta llevar a la gente a clases, para que entiendan un poco más lo que sucede luego en un escenario.

¿Vive el flamenco una buena época?

No está mal. Hay gente joven que está saliendo a la luz y mucha gente estudiosa que le sigue aportando la seriedad que se merece.

¿Cómo es su vida fuera de la fundación?

Tengo mi vida familiar, una hija y dos nietas que viven en Montana. Es una vida de otro siglo y tengo que cambiar el chip cuando voy. No me gusta marcharme mucho tiempo porque con la edad me cuesta más, tengo que coger vacaciones cortitas. 

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