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José Manuel Moreno Periñán hizo historia al ser el primer ciclista español y el primer andaluz en subirse a lo más alto de un podio de unos Juegos Olímpicos. Hoy, rozando el medio siglo, entrena para competir en Tokio 2020.

Apenas habían pasado 72 horas desde que el arquero Antonio Rebollo encendiese, de manera espectacular, la llama olímpica en el pebetero del estadio de Montjuic. En Chiclana todo el pueblo se sentaba delante de la televisión para ver a uno de los suyos ganar la primera medalla olímpica del equipo español en Barcelona 92 y, además, de oro. José Manuel Moreno Periñán (Ámsterdam, Holanda, 1969) se convertía en el primer ciclista nacional y en el primer andaluz en colgarse una presea dorada en la prueba de ciclismo en pista. A las 22:18 se montaba en su bicicleta y empezaba a rodar en el velódromo de Horta. Poco más de un minuto después (1:03,342) paraba el cronómetro, marcando el mejor tiempo y batiendo el récord olímpico de la especialidad de un kilómetro contrarreloj. El Ratón, como se le conoce, hacía historia.

25 años después de su hazaña, Moreno reconoce que aún no tiene palabras para describir qué sintió cuando se subió al podio y escuchó el himno nacional de España. Atrás habían quedado meses y meses de durísima preparación con un exigente entrenador soviético de apellido casi impronunciable, Alexander Nietzigorostev, contratado por la federación española expresamente para la cita olímpica. A la vista está que su trabajo dio resultados, pero Ratón todavía recuerda aquellas palabras que les dijo en su primer día de entrenamientos: “Elegid un día para descansar este año, porque sólo tendréis ese”. Tal era su nivel de exigencia, que la primera noche a punto estuvo de expulsarlo del equipo. “A mi me cuesta mucho dormir y de madrugada me levanté a tomar un café. Él, que decía que a las 10 teníamos que estar ya en la cama, me vio y llamó al presidente de la federación por ese motivo. Al final le dijeron que estaba en otro país, con otros deportistas, y que se tenía que adaptar un poco a nosotros. Al final todo fue bien”.

La historia de José Manuel con la bicicleta empieza relativamente tarde. Hijo de emigrantes andaluces en Holanda, nacido en Ámsterdam, llega a Chiclana con nueve años, de donde realmente se siente hijo. A punto de acabar séptimo de la EGB su padre le promete que le compraría una bicicleta si aprueba el curso. Dicho y hecho, el joven adolescente aprueba y se marcha a la tienda de un amigo de su padre para llevarse una bicicleta: “Mi padre te la paga después, Alfonso”.Empieza a entrenar tres días a la semana. Con 16 años le ficha un equipo de Sevilla y gana 15 carreras. Su progresión es constante hasta que con 19 años sufre varias caídas compitiendo que le retiran por un tiempo de la bicicleta. Para nada se imaginaría lo que pasaría tiempo después, cuando el presidente de la comisión olímpica visitaba las instalaciones del velódromo de Chiclana —que hoy lleva su nombre— y viéndole entrenar, descubrió que cada vez que hacía una distancia, batía el récord de España. “Me dijo que si lo que estaba haciendo lo hacía en Mallorca, me darían una beca y podría ir a los juegos de Seúl. Les dije que dónde tenía que firmar”. Era junio. Tres meses después quedaría noveno en la cita olímpica en la prueba de velocidad.

Ratón reconoce que esos primeros juegos le cogieron de “novato”. Por eso, y sabiendo que los próximos serían en Barcelona, se prepara a conciencia para estar al máximo nivel. 20 meses durísimos pero en los que gracias a la preparación de Nietzigorostev gana la Copa del Mundo, el campeonato de Europa y los Juegos Mediterráneos. La medalla olímpica no fue más que el culmen de un gran trabajo.

Pero tras la alegría del oro llegan las primeras desilusiones. El contrato que firma con la Seat para ser su asesor en Barcelona queda en nada, como las promesas que le hicieron desde la federación española de ciclismo. José Manuel, no obstante, sigue compitiendo y preparándose para los juegos olímpicos de Atlanta 96, donde sólo compite en la prueba de velocidad, sin poder pasar de la repesca. Y aunque entrena para estar también en Sidney 2000 y sigue siendo de los mejores del mundo en su especialidad, rencillas con su entrenador le apartan de la cita olímpica. A principios del siglo XXI dejaría la alta competición, pero no se desliga totalmente del deporte, trabajando para empresas relacionadas con este sector y siendo embajador de una importante cadena de gimnasios.Sin embargo, ya rozando el medio siglo de vida, Ratón se ha marcado el bonito objetivo de pelear por competir en los que serían sus cuartos Juegos Olímpicos, los de Tokio 2020. Reconoce que en parte se lo debe a su hijo, otro enamorado de la bicicleta, quien le “picó” de nuevo para cogerla más a menudo. “Había engordado, la cogía una vez a la semana, y entre él y mi compañero de selección en Barcelona, Juan Escuredo, me puse de nuevo en forma. Fuimos a Aguascalientes (México) a competir y dijimos de entrenar a conciencia para Tokio. El ‘no’ ya lo tenemos, así que lo que seamos capaces de conseguir de aquí en adelante, bienvenido sea”.

Moreno reconoce que la empresa es difícil, pero es optimista. Actualmente afirma que ronda los 2.000 vatios en arrancada “que es casi lo que están moviendo los actuales chavales que compiten, así que no me veo muy alejado de donde están. Eso sí, no se si mi cuerpo, cuando empecemos a hacer arrancada tras arrancada, podrá aguantar tanto. Pero me veo fuerte. Paré con 30 años, no he tenido trabajos de machaque ninguno y físicamente me encuentro bien. Pero bueno, ¿qué puede pasar? ¿Que llegue y no de la talla? Ahora, si llego y el cuerpo la va dando, no veas la que se puede liar…”.

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Jorge Miró

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