¿Quién teme al 'Comando Mejillón' de la Bahía de Cádiz?

Las ocho trabajadoras de la planta de Airbus Puerto Real, en desmontaje, ponen rostro, lucha y cuidados frente a la involución industrial de una provincia condenada (o no) a los servicios y la precariedad

Carmen, una de las trabajadoras protagonistas del reportaje ganador del Beatriz Cienfuegos, con el megáfono, en la entrada de la planta de Airbus en Puerto Real.
Carmen, una de las trabajadoras protagonistas del reportaje ganador del Beatriz Cienfuegos, con el megáfono, en la entrada de la planta de Airbus en Puerto Real. GERMÁN MESA

Un grupo de ocho mujeres montadoras –las únicas entre 300 trabajadores directos en la planta de Puerto Real de la empresa aeronáutica Airbus– conforman, desde septiembre de 2016, Comando Mejillón, tras la mala experiencia de una de ellas durante su embarazo. “Nace de la unión para reivindicar y luchar por los derechos de las mujeres en un sector que no contaba con que podíamos quedarnos embarazadas”, apunta su primera afectada.

Hacerse hueco en un mundo considerado “de hombres” no es tarea fácil, máxime cuando implica demostrar el triple de valía para ser aceptadas. En plena vorágine de la clase trabajadora gaditana, concluida la huelga, retiradas las barricadas y con un acuerdo con vigencia hasta 2023, cuyo propósito responde al pan para hoy hambre para mañana, la incertidumbre se atisba –una vez más– en la industria del metal, que no sabe qué futuro le espera una vez llegados a la fecha.

También para las ocho protagonistas de esta historia, que cuentan, además, con las cargas propias del trabajo reproductivo, asumido culturalmente por la mujer. “El preacuerdo del cierre de la planta de Puerto Real ya está hecho y es progresivo”, relata una de sus trabajadoras, quien asegura que hace cinco años “ya se intuía que algo pasaba”. “Se estaban acabando los pedidos del A380, el avión más grande del mundo, que era el que sostenía nuestra planta. En un principio nos dijeron que había faena para mínimo 20 años, pero se fueron cancelando los pedidos”, lamenta.

Hace unos siete u ocho años se construyeron nuevas naves y se llevaron los cajones del A350. La nave 2, explica la montadora, estaba completa para este modelo de avión. Ahora, en cambio, el 60% de la superficie de Puerto Real está vacía. “Con el cambio de dirección se llevaron la estación de reparación, que era trabajo asegurado, se llevaron pintura, que también lo subcontrataron, y el A380 acabó”. En la actualidad se mantienen con los cajones del A350, el timón y los cajones laterales del A330 y el timón de altura del A320.

Las montadoras no entienden cómo se puede cerrar una planta que da beneficios en todos los sentidos. “Es una de las plantas con menor absentismo, que destaca por su excelencia y lo que se ha implantado aquí se ha aplicado al resto de plantas, por eso somos pioneros. Hemos sacado sobresaliente en todo y de buenas a primeras nos dicen que van a cerrar sin opción a nada”, explica Chari, la precursora de Comando Mejillón.

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Algunas integrantes del Comando Mejillón, de izquierda a derecha: Carmen, Lydia, Gloria, Patri y Chariqui.   GERMÁN MESA

Ocho mujeres y un objetivo

Las únicas mujeres montadoras de Airbus entraron a la empresa “muy jovencitas” y al principio no tenían mucho contacto; solo se veían en los vestuarios. Con el tiempo se fueron conociendo, hasta que Chari se quedó embarazada y fue el punto de inflexión. “Me hicieron la vida imposible”, inicia esta trabajadora, que lleva casi 11 años en la empresa.

El médico en aquel momento le negó la baja mientras le decía, según cuenta, que ya le buscarían otro sitio cuando no le llegaran los brazos al avión. Además, “el problema estaba en que trabajamos con productos feto-tóxicos que pueden producir cáncer, por eso los médicos me miraban todas las semanas, pero como era un problema laboral, la baja tenía que dármela la empresa, y esta se negaba”, continúa Chari, que tenía 36 años cuando todo esto ocurrió. Ahora relata con la distancia de los 42.

La empresa alegaba que no podía darle la baja porque acababan de poner la guardería en la misma planta y todavía no tenían protocolo para embarazadas. “Un día me metían en la oficina, otro me quedaba sentada en una silla, así hasta que cumplí los ocho meses de embarazo”, recuerda. No obstante, su médico de cabecera le echó una mano con algunas bajas por ciática.

Chari reconoce que no se quedó tranquila hasta que nació su hija. “Me decían que había problemas físicos que no se podían detectar en las ecografías”. Por suerte, nació sana con 2.400 gramos, aunque el embarazo que tuvo no se lo desea a nadie. Todo cambió cuando se incorporó. Septiembre de 2016 fue la fecha de unión entre estas trabajadoras.

“A partir de entonces dijimos que ninguna pasaría lo que yo había pasado”, rememora Chari, quien asegura que movieron “cielo y tierra”. “Nos peleamos con todo el mundo para que hicieran un protocolo para embarazadas que impidiese que entrásemos al taller”. En un primer momento, los sindicatos mayoritarios mantuvieron que lo que pedían ellas "eran privilegios".

Tras reunirse con dirección y recursos humanos, quienes llegaron a amenazar a Chari cuando estaba embarazada, consiguieron que se creara un protocolo específico para el embarazo. “Desde entonces se ha cumplido y ahora cada compañera que se queda embarazada se va para casa automáticamente”, informa Chari, con la satisfacción de la lucha ganada.

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Lydia y Patri cruzan los botes de humo.

"Nos hemos organizado la vida en relación a un trabajo que nos habían dicho que era para siempre" 

María del Rosario Castro Benítez lleva 17 años en la aeronáutica y casi 11 en Airbus. Vive en Chiclana con sus dos hijas de 2 y 5 años y su pareja, también trabajador de Airbus. Para ella, irse de la empresa con la actual situación es sinónimo de abandonar el barco. “No nos han regalado nada y lo que más impotencia me da es que hayan sido nuestros propios compañeros”, afirma sobre la situación actual en la empresa. Chariqui, como la conocen, asegura que detrás de cada posición –así lo llaman en la empresa– “hay un drama, una historia y una familia”. En el preacuerdo aparece que las cargas de trabajo se irán para el Centro Bahía de Cádiz (CBC) de El Puerto de Santa María, a partir de 2023, pero las propias trabajadoras advierten que tampoco garantizan la faena a largo plazo, ni creen que haya sitio suficiente.

La incertidumbre no la lleva del todo bien. “Me he dejado la vida aquí… Cuando esto iba bien hacía esfuerzos por ir en vacaciones, en fiestas, en navidades. Y durante el conflicto directamente me he dejado la piel y la salud”, reconoce. Chariqui teme el día en que puedan mandar a su marido a trabajar a Albacete y a ella a Getafe. “¿Qué hacemos? Si esto se hunde, nos hundimos los dos”, espeta.

Ella y su pareja tienen la vida montada entre Chiclana y Puerto Real. “Mis hijas van al colegio que hay al lado de la planta. Nos hemos organizado la vida en relación a un trabajo que nos habían dicho que era para siempre”, lamenta. Los padres de Chariqui son su mayor apoyo con las niñas y teme que en un futuro próximo tengan que separarse de ellos, aunque solo sea por trasladarse al CBC de El Puerto de Santa María.

“Si cierran nuestra planta mucha gente de las contratas se queda en la calle. Son miles de compañeros que nos vemos todos los días: los que nos arreglan los cuartos de baño, las máquinas, las limpiadoras, el que prepara los bocadillos, los que trabajan en los autobuses Rico...”, sopesa. Hace 20 años, la alternativa era irse a Delphi, a Ford, a Renault o a Opel. Hoy no resiste ninguna.

Son noches sin dormir, taquicardias y ansiedad. “El absentismo en esta planta ha sido siempre del 1%, la cifra más baja de todo Airbus, pero ahora habrá perfectamente un 20% de la plantilla de baja por depresión y ansiedad. A mí, de hecho, me han dado ataques de ansiedad en la puerta”, admite esta trabajadora, que insiste en que “no se puede mantener una sociedad entera poniendo tapas y copas”, por eso pide más inversión para la industria de la Bahía.

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Retrato de Gloria.   GERMÁN MESA
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Retrato de Chariqui.   GERMÁN MESA

"Se nos dio la oportunidad y tuvimos que esforzarnos el triple que nuestros compañeros" 

Patricia Angeriz Cantero fue de una de las tres primeras montadoras que entró en Airbus Puerto Real. Ya va para 17 años en la empresa. “Éramos unas niñas... Se nos dio la oportunidad y tuvimos que esforzarnos el triple que nuestros compañeros para llegar a un cuarto de lo que hacían ellos y demostrar que éramos iguales”, comienza.

Asegura que han pasado momentos de machismo y rechazo, pero que “poco a poco nos hemos ido ganando nuestro lugar”. El conflicto actual, además de ser el más largo, es el que más le ha dolido. “Después de todo lo que hemos luchado y sufrido, quedándonos a dormir en el camping con nuestros hijos, compañeras que han dejado sus casas para estar en la lucha para finalmente sentirnos traicionadas por los sindicatos mayoritarios”, se aqueja.

“Casi todas somos madres y la que no, está pensando en ello. Esto te echa mucho para atrás porque es el sustento. Yo tengo 41 años. ¿Dónde voy ya con esta edad?”, se pregunta Patricia, que tiene un hijo de tres años. De cara al nuevo convenio después de 2023, a su parecer, serán moneda de cambio cuando las envíen para el CBC.

“En el aspecto sentimental nos han destrozado a todas, ves cómo el trabajo que tanto te ha costado ganarte se va, te lo quitan, y no porque estén perdiendo beneficio, sino porque no quieren que esté en Cádiz”, asevera.

“El cierre me quita mi casa, mi familia, mis amistades, los planes de futuro con mi pareja, mi tierra... Mi bienestar”

Gloria lleva 11 años en Airbus de 21 dentro de la aeronáutica. Nunca vio el momento de ser madre, pero actualmente, con 39, lo estaba buscando. “Con toda la vorágine del cierre lo he tenido que frenar y ya no sé si podré serlo más adelante”, comenta. “A mí me quita mi casa, mi familia, mis amistades, los planes de futuro con mi pareja, mi tierra... Es decir, mi bienestar”, expresa esta mujer, que denuncia no tener futuro: “Ni el Gobierno, ni las federaciones sindicales miran para el sur”.

Lo único que pide es “dignidad”, que no le quiten su trabajo, que no le quiten, en definitiva, su “forma de vida”. Gloria afirma que la han matado. “Ahora, con 40 años, a ver dónde me destinan, porque solo nos garantizan el empleo hasta 2023”, comenta.

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Trabajadoras en la acampada que tienen montada en los aledaños de la planta de Puerto Real.   GERMÁN MESA

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Dos trabajadoras se abrazan ante la pancarta del comando.

"No pueden atacar siempre a la misma provincia y al más débil" 

Esta trabajadora prefiere no revelar su identidad. Se siente tan decepcionada, que apenas media palabra sin que aparezcan silencios y llanto. “Cuando te metes en este sector, sueñas con un máximo: entrar en la empresa. Cuando por fin entras y te dicen que aquí te jubilas y qué buen trabajo tienes, piensas que te ha tocado la lotería”, reconoce.

A ella no le queda otra que irse donde le mande la empresa. “Ya decidiré con el tiempo si volverme a mi tierra”– agrega– “que es por lo que siempre he luchado; por mi tierra”. Su objetivo era trabajar cerca de los suyos. Su marido también trabaja en Airbus y tienen dos hijos menores.

“Yo no me quiero ir”, insiste. Trabajar en la empresa fue un sueño cumplido y “es lo que he defendido con uñas y dientes cada día que he venido a trabajar”. Dibuja un escenario ideal en el que el tejido industrial no se perdiese en Cádiz. “No pueden atacar siempre a la misma provincia y al más débil. Puerto Real nunca debería cerrar. Y ojalá que pronto estemos en otra situación y podamos vivirlo desde otro punto”, sentencia.

"A veces preferiría no pensar porque me da mucha ansiedad tener que irme de aquí y no estar cerca de mis padres, que son quienes me ayudan" 

Vero Pastrana, de 45 años, divorciada y con dos hijos de 11 y 12 años, admite tener mucha rabia e impotencia al verse frenada por los mismos sindicatos y compañeros. “A veces preferiría no pensar, porque me da mucha ansiedad tener que irme de aquí y no estar cerca de mis padres, que son quienes me ayudan”, comenta.

Estuvo trabajando en una contrata “a ritmo latiguero y cobrando una miseria” hasta que en 2011 entró en Airbus. “Con la situación que tengo, divorciada y con la custodia de mis hijos, no podría vivir con 1000 euros, por eso no me puedo permitir salir de Airbus”, explica con cierta desesperación.

Vero asegura que si no tuviera más remedio se iría a Sevilla, a Getafe o a dónde la empresa la mandase. “El problema son los niños... Ellos mismos me dicen que si yo me voy, ellos se quedan con los abuelos. Me daría mucha pena tener que cambiarlos de ciudad con la edad que tienen”, reconoce.

Recuerda con perspectiva el trabajo que le costó entrar en la contrata, que finalmente consiguió a través de un amigo. “Al principio el jefe me dijo que no quería mujeres, pero me dieron la oportunidad. Costó. Y cuando entré en Airbus, respiré porque era lo que todo el mundo quería: entrar en la casa, en una empresa grande y estable. Yo pensaba que me iba a jubilar aquí y fíjate cómo ha cambiado todo”, revela esta mujer, que en el caso de tener que dejar su tierra, tendría que vender su casa para poder mantenerse fuera.

"Me gusta mi trabajo, lo he mamado desde chiquitita, pero mis jefes me mandaban a callar porque era la hija de fulanito de tal" 

Sonia Barros Peñalver empezó a trabajar en contratas a los 19 años, cuando no había ninguna mujer montadora en Andalucía, corría el año 1999. Lleva 17 años en Airbus y como el resto de sus compañeras, el conflicto lo está viviendo “con mucha ansiedad”. Tanto, que está de baja. “Nos prometieron un trabajo bonito y para toda la vida. Hoy es Puerto Real, mañana El Puerto Santa María, pero nos lo están quitando todo y las cargas de trabajo no nos la aseguran”, comenta.

Tras más de año y medio de “ambiente enrarecido y triste”, Sonia no pudo más y se retiró. “No sé si por un tiempo o para siempre, pero si me voy, quiero hacerlo bien”, cuenta esta trabajadora, que asegura no querer cerrarse puertas, aunque siente que ya “es suficiente en este mundo del metal”.

Sonia sabía que cuando comenzaron las conversaciones, Puerto Real ya estaba cerrado. Esta mujer fue la primera en quedarse embarazada en el taller. No supieron dónde colocarla y tuvo un aborto a los tres meses. “Nadie se preocupó por mí”, recuerda. “En aquel tiempo estaba afiliada a CCCO y lo único que me dijeron fue que mirarían un puesto para cambiarme. Todavía lo estoy esperando”, añade irónica.

Esta mujer ha tenido que soportar, tras separarse, cómo uno de sus jefes le decía que tenía echarse novio para que le ayudase con su hija “porque no podía estar toda la vida acogiéndome a la conciliación familiar”. Durante su embarazo aguantó pintadas en los baños que decían que “iba tener un perro”. Al hilo, arguye que su familia es bastante conocida en la aeronáutica. Ella es la tercera generación de Barros, y su padre tenía un cargo bastante alto en la logística, además de su empresa, de ahí el insulto.

Hoy su hija tiene 11 años y rememora que tuvo que darse de baja por embarazo de alto riesgo. “También me dieron ese embarazo, no bastó con dejarme tirada en una grada hasta que perdí al primero”, expresa. Sonia denuncia que “siempre me han callado la boca” cuando proponía cosas en el taller. “Me gusta mi trabajo, lo he mamado desde chiquitita, pero mis jefes me mandaban a callar porque yo era la hija de fulanito de tal”, relata. Esta mujer ya está cansada de demostrar más que el resto: por ser la primera mujer y venir de la familia de la que venía.

 

Sobre el autor:

Carmen Marchena

Carmen Marchena

Gaditana. Periodista feminista por vocación y compromiso. Empecé en las redacciones de Ideal Granada y Granada Hoy. He pasado por eldiario.es/Andalucía. Parte de El Salto Andalucía desde sus inicios. Tengo dos ídolas: mis abuelas Carmeluchi y Anita. Defensora de los Derechos Humanos y la Memoria. Sin más dilación, papas con choco o barbarie.

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