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Estos días nos hemos visto acosados por varios tsunamis informativos que amenazan con inundar nuestras horas de una monumental estulticia.

Entre los gemelos que liderarán la izquierda antes de nacer, el máster que Cifuentes comenzó tarde y ausente, y la foto viral de la realeza que nunca se llegó a captar, una ya no sabe qué pensar. Está el mundo loco y el televisado más aún. ¿Depende de alguno de esos asuntos la vida de alguien? ¿O es que esos episodios se colocan por ahí precisamente para que no pensemos en aquellos otros que sí nos afectan? Estos días nos hemos visto acosados por varios tsunamis informativos que amenazan con inundar nuestras horas de una monumental estulticia. Estos maremotos mediáticos no destruyen nada, más allá de la posibilidad de dedicar tiempo y ganas a lo que realmente importa, por lo que el problema ciertamente no es muy grave.

Resulta que la pareja que lidera a sus señorías de la izquierda va a procrear. Nada más y nada menos que dos criaturas vienen en camino. Ellos o ellas se sentirán tan españoles como deseen, defenderán los servicios públicos y puede que hasta lleven el pelo largo recogido en una coleta. Verán dibujos animados cubanos, declararán la guerra al Phoskito y aprenderán a usar el diábolo y a tocar algún instrumento. Visitarán el Congreso antes de poder andar, leerán a Proust antes de dormir y llevarán mini camisetas de revolución antes de poder practicarla. O puede que no. Puede que nada de esto ocurra, puede que vean Bob Esponja y coman happy meals, puede que vayan mal en los estudios y hasta que se sientan patriotas. Ellos o ellas habrán de decidirlo. El caso es que, con toda sinceridad, a nadie más que a sus familiares y amigos creo que les importe lo más mínimo. Ni a los medios, ni a nosotros.

Y Cifuentes sigue ahí, con su sonrisa impertérrita y su ignorancia de borbona, llevando a gala sus propias palabras y haciéndose la rubia todo lo que puede. Por lo visto, llegó tres meses tarde a la Rey Juan Carlos —si es que al final lo borbón acaba por salir—, apareció poco y aun así no paró de sacar sobresalientes. Y ahora hay dos inspectores universitarios intentando averiguar quién hizo la vista gorda. Hasta ahí nada que no se salga de la indignación habitual del chanchulleo cañí. Vomitivo pero frecuente. Ahora toca debatir el tema hasta la extenuación, entrevistar a directores de máster, responsables académicos y muchos muchos políticos para que den su visión y censuren o defiendan según les toque el partido. Toca establecer una cabecera potente y poner a rodar la rueda mediática. Eso hasta que otro escándalo tape a este, como la mora a la mancha de mora u otro amante al anterior. Es la ley del medio.

Pelea de reinas sin necesidad de entrar en la cárcel o en un certamen de belleza. ¿Se puede pedir más? Si hay algo que al medio le encanta es poder contar con imágenes un buen enfrentamiento. Y comentarlo, comentarlo y comentarlo hasta que le salgan tantas ramificaciones que dé para un programa entero. Si a la reina nueva le da por hacer un feo a la antigua, el medio nos saca a la suegra y a la nuera que todos llevamos dentro. Y las pone a batallar ad infinitum porque, como ya se sabe, solo puede quedar una. Todo ello sin que tiemble el pulso y sin perder la escaleta. Pero por mucho que los políticos de nuevo cuño tengan prole, que la prole real empiece a soltar manotazos políticamente incorrectos, o que la incorrección llegue a tal extremo que infle y disfrace los currículums de los políticos, lo importante es que el medio estará ahí para contárnoslo. Lo importante es saber que el medio no sabe lo que es importante.

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Claudia González Romero

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