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#ENTREVISTA. El Bo, en realidad se llama Manuel Soto Barea. Se le ha escuchado de fondo en discos de casi todos los artistas del siglo veinte y del siglo veintiuno.

El Bo Sordera pertenece al cuarto alma de la fiesta que reclamaban los hermanos Machado, esa que casi se les olvidaba: los que dicen olé y tocan las palmas. Los que están escondidos, fuera del foco principal. Son la conciencia del cante y el toque y el baile y, si desaparecieran, el flamenco dejaría de merecer su nombre. El Bo es palmero, gitano y Sordera de pura cepa. Es uno de esos flamencos a los que siempre se les está moviendo la ropa como si le viniera ancha, de los que tienen la camisa llena de aire de Jerez, que es un aire como de trote de caballo que nunca pierde el compás.

El Bo, en realidad se llama Manuel Soto Barea y nació en la calle Nueva del barrio de Santiago, en Jerez, en 1957. Su soniquete tiene cimiento. Forma parte de una dinastía ancestral, con nombres como Paco La Luz o María Dolores La Serrana. El padre del Bo, Manuel Soto Sordera, hizo cantes de los que crean escuela. En su familia se mezclan distintos puntos cardinales. Su hermano Vicente Soto es un cantaor ortodoxo y a otro de sus hermanos, José Soto Sorderita, fundador de Ketama, se le considera un vanguardista del flamenco, un renovador. 

Nadie da palmas ni jalea como El Bo. Hace requiebros con denominación de origen. Se le ha escuchado de fondo en discos de casi todos los artistas del siglo veinte y del siglo veintiuno. Ha grabado con Paco de Lucía, Vicente Amigo, Miguel Poveda y José Mercé, la Tana. El Bo ha asistido a todo el flamenco. El aprecio que se le tiene es tal que, ahora, cuando la falta de oxígeno y la fatiga le impiden seguir trabajando, se le ha organizado un homenaje. Será el 27 de septiembre en el Teatro Apolo de Madrid. Figuras como Estrella Morente o Diego Carrasco rendirán tributo a una vida que merece la pena conocer. Responde a la entrevista por teléfono, extrañado: “Voy a poner el altavoz, picha, que no me entero de nada”. Está en un lugar público, hay voces de fondo.

Cuando le digo que la charla durará una media hora, se asusta un poquito: “Pero no me preguntes muchas cosas, que es que yo no sé hablar mucho, Esteban de mi alma”. Y se ríe. Es un hombre parco en palabras, pero habla como si nos conociera desde siempre. Su simpatía es tan natural como un fandango. Al final de cada respuesta hay un amago de risa.

Antes de nada, ¿de dónde viene lo de El Bo?

Me lo puso Fernando Terremoto. Como tengo la boca pequeña, empezó a decirme el boca, el boca, el bo… y yo me llamo Manuel, igual que mi padre, y él me quitó el nombre de mi padre y me quedé como El Bo para los restos, y aquí estoy.

Se fue a Madrid muy pequeño, pero ¿qué recuerdos tiene de antes, del barrio de Santiago?

Sí, me fui a Madrid con seis o siete años. De Santiago me acuerdo del colegio que había, por ahí, por la peña de Luis de la Pica. Nos hacían cantar el Cara al sol. Yo no tenía ni idea de lo que era, había que cantarlo y ya está.

Su casa de Madrid era una juerga continua.

Hombre, ahí había flamenco a todas horas. Rara era la noche en que no se colara mi padre o mi hermano con otros artistas. A mi casa venía a comer todo el mundo. En Madrid le decían la casa de los Martínez porque siempre estaba llena de gente. Aparte de todos los que éramos, que somos siete hermanos, siempre había acompañantes. No veas qué fiestones. Iban la Paquera, la Perla, Farruco. Aparecían en casa al amanecer y allí se quedaban, a comer y todo, y a nosotros nos despertaban para que cantáramos antes de ir al colegio. Mis dos hermanas pequeñas cantaban muy bien. Me acuerdo de que la Paquera decía: “Sordo, Sordera, dile a la Lela (Rafaela, su madre) que haga una berza”, una berza que son garbanzos y habichuelas, y no veas las hinchadas que se pegaban a comer.

Cómo cantaba la Paquera.

¡La Paquera era el sol embotellado de Andalucía! Cuando salía la Paca a cantar, todos los grandes, mi padre, Porrinas, Fernanda (de Utrera), se quedaban embobados, con esa alegría que tenía. Los dejaba a todos impresionados, ponía a todo el mundo en pie. Era genial, cuando ella salía olía a vino, olía a gloria. Era espectacular, y le gustaba comer también, el pescado: se comía un océano.

¿A los flamencos les gusta comer con contundencia?

Mucho, y más en aquella época. Venían de no haber comido mucho, ¡y cuando terminaban su currelo! Y mi padre igual, le encantaban los peces como digo yo. Gastaba cinco o seis cucharas al año [ríe].

Y con esas allí montadas, ¿con qué ganas se iba al colegio?

Pues no veas, me iba con la cara al revés. Luego, ya de más mayor, cuando yo estaba en Torres Bermejas, pues ahí se colaban mi hermano Vicente, José Mercé, Camarón. Unos fiestones gordísimos.

¿El colegio no le gustaba?

Estuve yendo hasta los 14 años o por ahí, no me gustaba nada. Me salí y me metí de almacenero, repartía los recados de una tienda de ultramarinos. A mí me gustaba el flamenco. Mi padre nos crio de su cante en Madrid y yo es lo que he mamado: cante y baile y guitarra.

“El ritmo es muy difícil, eso es más difícil que comer caliente con dos flemones”

¿Cómo era Manuel SotoSordera?

Un hombre maravilloso, con una humildad grandísima y muy responsable. Nos quería mucho a nosotros y a mi madre. Y se tiró un montón de años sin venir a dormir por la noche, trabajando. Aparecía todos los días por la mañana porque después de Los Canasteros se iba a la venta a buscarse la vida. Era un hombre de respeto y tiene fama de eso. Y ahí está lo que hizo con el cante, y no se pudo preocupar más porque como tenía tantos hijos y tenía que darnos de comer pues, ¿sabes lo que te digo?, sólo estaba preocupado de ganar dinero para nosotros.

Y su madre, Rafaela Barea, ¿también era artista?

Bailaba muy requetebién, venía de la familia de los Pompi y del Gloria, pero no fue artista, ella se dedicó plenamente a nosotros, a lavar, a planchar, a hacer de comer. Era muy buena mujer, analfabeta, de aquella época; no vivía más que para nosotros. Para ella estaba todo bien. Mis primas, por ejemplo, no fumaban delante de ninguna de mis tías, sólo delante de mi madre, y eso que era la mayor. Pero para ella estaba todo bien.

Todos los hijos salieron flamencos, dispuestos a continuar la saga Sordera…

Mi hermano Vicente empezó tocando la guitarra, luego la dejó y se dedicó a cantar. Mi hermano Enrique, también cantaor. Y mi hermano Joselito Sorderita fundó el grupo (Ketama), pero antes de eso estuvo trabajando en los cuadros, por los tablaos de Madrid tocando la guitarra, tocando para baile.

¿Recuerda cómo aprendió a tocar las palmas?

No, eso no lo aprendí, yo eso ya lo llevaba, yo lo tenía…

¿Y cuándo empezó a dedicarse profesionalmente al flamenco?

Con 16 o 17 años. Empecé en Torres Bermejas. Allí estaban Camarón, la Perla, Mario Maya, la Tati. Entonces los tablaos funcionaban muy bien en Madrid. Había mucha más afición. Hoy ya no queda apenas nada de aquello, pero en aquella época en todos los tablaos, en Los Canasteros también… En todos los tablaos había gente buena.

¿Cómo era Camarón en las distancias cortas?

Tuvimos la suerte de convivir en muchas ocasiones. Era un genio que revolucionó el flamenco y lo puso ahí arriba, donde está hoy en caché, él lo subió. Cantaba estupendísimo. Y como persona todavía mejor, de chapó, muy tímido. Hablaba poco, lo único que le gustaba era reírse y escuchar. Era muy humilde como Paco…

¿Como Paco?

Paco era un genio igual, estaba a años luz de todo lo que había en la Tierra, y era un tío muy sencillo y humilde, nada más que quería reírse. Venía a mi casa también alguna vez y he tenido la suerte de trabajar con él, de meter palmas y jaleos en algún disco.

¿Cómo era la vida nocturna de entonces, la vida bohemia?

La vida bohemia por la noche… Los artistas salían a la venta a buscarse la vida. En Madrid estaba todo abierto por la noche y los jóvenes nos encontrábamos por allí, montábamos fiestas. Mis hermanos, José Mercé, Diego Carrasco… Nos daba la mañana cantando y bailando. O nos encontrábamos con Farina o con Valderrama. En fin, lo de aquella época. Hasta el amanecer.

Entonces vivía Moraíto en su casa, ¿no?

Él, cuando se vino a Madrid, se quedó en mi casa un montón de años. Era mi colega de litera. Mi primo José Mercé vivió allí hasta que se casó. Allí hemos vivido cosas muy bonitas, fue la época más feliz de mi vida.

De Moraíto dijo que era gitano a la hora que se levantara. ¿Qué significa para usted ser gitano, sentirse gitano?

Significa nobleza, levantarte gitano es ser honrado y artista. El Moraiío era lo máximo, no se podía tener más categoría ni ser más sencillo. Tenía ese caché. Y cómo bailaba Moraíto. Era gitano en todas sus cosas.

¿Dónde está la clave para ser un buen palmero y dar buenos jaleos?

Lo principal es el ritmo, el compás, pero en todo, también en el cante, el toque, el baile. El único que no canta en mi casa soy yo, yo lo único que tengo es el ritmo, el compás.

Dicen que no puede ponerse delante de una mesa sin empezar a marcar el compás.

Sí, es verdad… Eso lo llevo dentro. Yo estoy sentado en la calle o en casa, o hasta cuando estoy malo, y siempre estoy con el compás [se oye al fondo de la línea cómo empieza a hacer percusión: tra, ta, tá] haciendo ritmos [ta, taca, tá] ¿sabes? [tra, tra], eso va en los genes.

¿Qué tiene el soniquete jerezano de especial?

Es distinto, no mejor ni peor, pero uno de Jerez tiene un soniquete…

“Si estoy aquí sentado y me sale cualquier cosa, la hago, pero para un escenario no estoy”

¿Si oye a alguien de Jerez, lo identifica en cualquier parte del mundo?

Claro, se ve en el momento. Las palmas son distintas, tienen unfeeling muy bueno. La gente que viene aquí ve que todo el mundo toca las palmas, todo el mundo baila, todos tienen lo que hay que tener, porque el ritmo es muy difícil, eso es más difícil que comer caliente con dos flemones [ríe]. Haciendo el disco de La Tana de Sevilla, que Paco era el productor, estuvimos ensayando y al cabo de tres o cuatro horas me dice él: “Bo, qué difícil es el soniquete que tienen ustedes en Jerez”. Paco de Lucía, que era el genio que era, me dijo esa palabra. El ritmo de esta tierra es igual que el vino, igual que la uva. Aquí hay chiquillos que están ensayando y te quedas flipado. Y no son gitanos, ¿sabes? En este pueblo, además, tenemos una cosa: no hay racismo, aquí todo el mundo es igual.

¿Cómo ve el flamenco que surge en los últimos años? ¿Le inspiran las figuras jóvenes?

Yo lo veo bonito. Los tiempos han cambiado y hay que ir con los tiempos. A mí me gusta también la música moderna, pero, bueno, me quedo con lo de atrás. Lo que había antes no va a volver, aunque hay gente, jovencicos, a los que les gusta mucho el flamenco y se preocupan.

¿Cómo surgió la idea del homenaje del 27 de septiembre?

Hace unos meses me llamó mi sobrina Estrella Morente, porque yo he trabajado mucho con su padre y con ella. Me dijo que si no me importaba que me lo hicieran, que ella me quería mucho, que se había enterado de que no podía currar y quería hacerme eso, y yo le dije, pues hazme lo que quieras, cariño. No puedo trabajar ni coger aviones ni nada, tengo un montón de aparatos, carritos de oxígeno. En fin. Ya no puedo, como mucho me meto en algún estudio, doy algún jaleo, o si estoy aquí sentado y me sale cualquier cosa, la hago, pero para un escenario no estoy, ya no estoy para eso, picha.  

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Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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