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A propósito del estreno del documental 'Requiem for the American Dream', Noam Chomsky habla sobre su país y nuestro mundo, que gira "a su pesar". “Avanzamos hacia a un nuevo precipicio: el de nuestra propia destrucción”.

Para Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) el mundo gira “a su pesar”. Tal es la magnitud de los problemas a los que nos enfrentamos para el lingüista e intelectual estadounidense. “Avanzamos hacia a un nuevo precipicio –pronostica–: el de nuestra propia destrucción”. Lleva Chomsky varias décadas advirtiendo sobre los peligros que nos acechan (políticos, ambientales, tecnológicos…) en sus artículos, ensayos y conferencias, a su paso por Kioto, Génova, Porto Alegre, Washington y Davos, en las aulas del Massachusetts Institute of Technology o a pie de calle con los manifestantes. Una de las voces más lúcidas, incisivas y contundentes del panorama sociopolítico, posiblemente el más crítico de los pensadores norteamericanos, con seguridad el más comprometido, señala a las oligarquías financieras de Estados Unidos como responsables de la crisis en Requiem for the American Dream, documental que se estrena estos días en el Festival de Tribeca de Nueva York.

Usted nació un año antes del crash de 1929. ¿Cuánto se parece la reciente crisis a la de entonces?

Lo que hemos vivido en los últimos años ha sido una verdadera tragedia, pero créame si le digo que la Gran Depresión fue mucho más profunda, especialmente en Estados Unidos. En esa época, el presidente Roosevelt puso en marcha el famoso New Deal, a fin de frenar los efectos más devastadores de la crisis. Los mecanismos de esa política intervencionista existen hoy en día, y hasta cierto punto han sido utilizados para frenar la recesión. Quiero decir que, de alguna forma, el crash del 29 nos ha dotado de recursos y herramientas para gestionar la crisis de 2008, lo que en la práctica se ha traducido en un mayor margen de maniobra. Así, por ejemplo, cuando el AIG [American International Group, líder mundial de seguros y servicios financieros] estuvo al borde de la quiebra, la Reserva Federal no dudó en nacionalizar la compañía para evitar un colapso financiero a escala mundial. Empleando los recursos legales de que nos dotó la Administración Roosevelt, evitamos consecuencias mucho peores de las que podemos incluso imaginar. Y todo, claro, a costa del contribuyente.

Durante el New Deal se llevaron a cabo muchas reformas, algunas de ellas muy eficaces, como el famoso programa de lucha contra el desempleo. ¿Por qué no se han aplicado ese tipo de medidas esta vez?

Por razones políticas. La WPA [Works Progress Administration] del New Deal resultó ser un gran estímulo para la economía y en poco tiempo dio empleo a millones de personas. Entre las que, por cierto, se contaban muchos miembros de mi propia familia. Evidentemente, esas mismas políticas, o parecidas, se podrían haber aplicado en los últimos años y, sin embargo, se ha optado por castigar a las clases trabajadoras en beneficio de las instituciones financieras. Le hablo de una estrategia diseñada por los políticos más extremistas del partido republicano, pero también por militantes demócratas, que han actuado en perversa colaboración para reducir a toda costa el déficit en lugar de dinamizar la economía. En los últimos años se han tomado decisiones de extrema crueldad en tanto que no eran, en rigor, necesarias, sino la opción que más favorecía a los bancos e instituciones financieras. Se ha cometido un atentado contra la tranquilidad, la salud, el bienestar y la felicidad de millones de trabajadores.

La Segunda Guerra Mundial salvó a Estados Unidos de la debacle financiera. ¿Cree que el efecto beneficioso de la guerra se ha grabado a fuego en la conciencia de los estadounidenses?

En efecto, Roosevelt terminó cediendo a los poderes financieros y depositó sus últimas esperanzas en una economía de guerra, que terminaría poniendo punto y final a la Depresión. La ingente cantidad de gasto público reactivó la economía y acabó con la lacra del desempleo. Hasta el punto de que la producción industrial casi llegó a cuadriplicarse durante aquellos años. Evidentemente, aquello nos dejó una inmensa deuda subsanada gracias al crecimiento de los siguientes años. No es ningún secreto a qué tipo de sectores beneficia hoy en día la intervención de las tropas norteamericanas fuera de nuestras fronteras. Pero si de lo que se trata es de sanear la economía y de que todo el mundo conserve su trabajo, se pueden aplicar políticas similares a la de la Segunda Guerra Mundial sin recurrir a las armas.   

Que la política baile al ritmo de la economía de mercado, ¿significa que luchamos contra un enemigo invisible?

En absoluto, y me atrevería a decir que parte del problema radica precisamente en esa presunción. Sólo hay una forma de controlar los mercados, y es desde la política. De la misma forma que ponemos cara a los políticos que nos representan podemos identificar a los que mueven los hilos de la economía. No estoy descubriendo la pólvora al decir que el Gobierno federal está en manos de un grupo muy reducido de personas. Tanto es así que la concentración de la riqueza en Estados Unidos es muy similar a la de los años 20. Hoy, más que nunca, el poder político es sinónimo de riqueza. Sabemos que el 95% de la riqueza de nuestro país está en manos del 1% de la población. Y es ese 1% el que toma, de manera muy poco transparente, las decisiones más importantes, ejerciendo su poder y dominio a través de los bancos, las grandes corporaciones, las grupos de inversión… que son los que, a fin de cuentas, financian las campañas de los políticos. Por lo tanto, los culpables, los responsables, los autores de la crisis tienen nombre y apellido. Basta con echar un vistazo al organigrama de las grandes multinacionales para señalar con el dedo a nuestro enemigo: un poderoso lobby de ceos, directivos y altos cargos.

"La crisis medioambiental es un asunto urgente que debemos atajar cuanto antes. Avanzamos hacia a un nuevo precipicio, el de nuestra propia destrucción"

Estados Unidos se jacta de ser la madre de todas las democracias. ¿Cómo se explica que en la práctica sus políticas no respondan a las necesidades de la mayoría?

El propio James Madison, cuarto presidente de los Estados Unidos y uno de los artífices de nuestra Constitución, llegaría a decir que la responsabilidad de un gobierno es proteger a la minoría opulenta frente a la mayoría. Así se entiende que para los estadounidenses el sistema económico sea inherentemente injusto. Al final, se han rendido a la evidencia de que el sistema político es un fraude que sólo sirve a los intereses particulares. De un tiempo a esta parte, se han venido publicando estudios muy serios sobre la cuestión que usted me plantea. Se habla de más de un 70% de la población que no ve satisfechas sus necesidades más básicas por la actividad de las instituciones públicas. Es decir, que tres de cada cuatro personas se sienten ignoradas por el Gobierno, y sin embargo pagan sus impuestos y acuden a las urnas cada cuatro años. Las decisiones importantes se toman por y para las clases más privilegiadas, que son las que acumulan mayor riqueza. La solución a este problema pasa por el activismo. A veces no basta con votar o tener argumentos para defender cierta postura. Hay que pasar a la acción. Por ejemplo, hace cuarenta años que se vienen haciendo encuestas en las que una abrumadora mayoría está favor de subir los impuestos a los ricos. Sin embargo, no importa el signo político de quien gobierne que esta demanda nunca ha sido atendida. Por eso es tan importante revitalizar, a través de los sindicatos, el movimiento de los trabajadores, que son los que mejor defienden la democracia y los derechos humanos. No deja de ser sospechoso que actualmente en Estados Unidos la afiliación a los sindicatos no alcance el 7%. Es fundamental que el activismo tome nuevas direcciones.

Dice usted que el activismo debe tomar nuevas direcciones. ¿Como cuáles?

Hay muchos frentes abiertos, pero la crisis medioambiental es un asunto urgente que debemos atajar cuanto antes. Avanzamos hacia a un nuevo precipicio, el de nuestra propia destrucción. Nuestra actividad en el mundo tendrá consecuencias catastróficas en las generaciones venideras. La superpoblación, la extinción de especies, la contaminación, el calentamiento global... Estamos hablando de cosas muy serias. Sin embargo, la Administración Obama parece empeñada en tomar acciones en el sentido equivocado.  

¿Le ha decepcionado Obama?

Que haya tenido las manos atadas por el Congreso, como sabemos, no significa que no pudiera y debiera haber hecho mucho más. Me refiero, por supuesto, al famoso Obamacare para la reforma de un sistema sanitario escandalosamente ineficaz e injusto. Tanto es así que en Estados Unidos la asistencia sanitaria cuesta el doble per cápita que en el resto de países de la OCDE. Y, aun así, contamos con un peor servicio médico y una esperanza de vida más baja. Era de suponer que las compañías farmacéuticas se abalanzaran sobre cualquiera que se atreviera a cambiar las reglas del juego hacia una sanidad pública universal. Pero no es menos cierto que Obama había incluido la promesa de la reforma en su programa electoral y que contaba con un apabullante 85% de apoyo popular. Su Ley de Cuidado de Salud Asequible contiene algunas mejoras, pero avanza sobre una trama de compañías privadas, que se siguen lucrando a costa de los tratamientos médicos. Las arcas públicas han de soportar un enorme déficit sanitario, y sin embargo el Gobierno no está autorizado a negociar el precio de los medicamentos, que se venden a precios de monopolio, muy superiores a los del resto de países industrializados. Entiendo que en Washington uno está sometido a muchas presiones, y que toda negociación implica una serie de concesiones, pero Obama ha dejado a mucha gente en la estacada.

"Hoy en día los pobres cada vez son más pobres y los ricos, cada vez más ricos. No estoy descubriendo la pólvora, pero que nadie se llame a engaño: la crisis no se acaba en 2015"

¿Qué tendría que haber hecho?

Salir a la calle y apelar a toda esa gente que le apoyaba. Así lo hizo Roosevelt para sacar adelante el New Deal y también Johnson cuando en los años 60 presentó el programa de la Great Society contra la pobreza y la discriminación racial. Obama no sólo no se ha hecho valer, sino que ha conseguido que el plato estrella de su menú resulte indigesto. Los demócratas han lanzado una potente campaña sobre los fallos delObamacare que probablemente le pasará factura a los republicanos en las próximas elecciones.

En el documental Requiem for the American Dream habla de la posible desaparición de la clase media estadounidense. ¿Es eso posible?

Desde luego no como clase en sí misma pero sí como modelo de prosperidad. Las políticas neoliberales que se han llevado a cabo desde la época de Reagan y Thatcher han condenado a la clase media a una existencia precaria. El grueso de la población estadounidense no tiene garantizadas sus necesidades más básicas. Reduciendo el nivel de bienestar han logrado que la gente se sienta afortunada por el simple hecho de poder mantener su empleo. En algunos sectores, los sueldos llevan congelados desde 1968 y en otros, se han reducido a niveles de hace 35 años. Y, sin embargo, durante todo este periodo se ha generado muchísima riqueza, que ha ido a parar al bolsillo de unos pocos. Lo que se ha venido a llamar el declive de la clase media es en realidad un castigo a la mayoría de la población como resultado de una concentración atroz de poder y riqueza, que no ha sido casual sino el resultado premeditado de una serie de políticas muy bien diseñadas. El propio Alan Greenspan [economista y presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006] reconoció que buena parte del éxito de la economía de Estados Unidos se debía a la creciente inseguridad de los trabajadores [growing worker insecurity] como factor determinante para controlar la inflación y promover las inversiones a largo plazo.

¿Qué ha pasado, pues, con el sueño americano?

Digamos que ha llegado a su fin. Tenga en cuenta que el american dream se define fundamentalmente por la promesa de la movilidad económica y social. O dicho con otras palabras: que alguien que nace pobre puede llegar a morir siendo rico. Sin embargo, hoy en día los pobres cada vez son más pobres y los ricos, cada vez más ricos. No estoy descubriendo la pólvora, pero que nadie se llame a engaño: la crisis no se acaba en 2015. Así y todo, me tengo por una persona optimista. Estoy seguro de que vendrán tiempos mejores si la gente consigue organizarse y se decide a luchar por salir de esta situación. Si algo nos ha enseñado la Historia es que cada época tiene su propia revolución.

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Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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