¿Dolor de cabeza? ¿Mal de ojo? ¿Dolor de barriga? ¿Dolor de pecho? ¿Problemas de vista? ¿Falta de apetito? ¿Falta de fuerza en el rabo del hombre? ¿Abundancia de sangre femenina en la fase de luna? ¿Hijos que no venían? ¿Constipados que no pasaban? ¿Estreñimiento? ¿Catarro? ¿Amores contrariados? ¿Traición por parte del hombre o la mujer? ¿Disputas familiares? ¿Jovencitas preñadas que no querían el hijo? ¿Dolor de muelas? ¿Mareos? ¿Hierbas necesarias para cualquier trastorno que hombre o mujer pudiera padecer? La oferta era amplia y muy eficiente en Jerez, Cádiz, Puerto de Santamaría, Puerto Real y Arcos de la Frontera.

Son muchas las religiones e Iglesias que cultivan la virginidad, y entre las curiosidades de esa tradición está el invento, por una reunión de sabios y supuestamente castos varones, la de que la madre de su Dios vivo era virgen, antes y después de parir. Y quienes se opongan al disparate terminan ardiendo en la hoguera.

Muy conocidas fueron las peleas entre franciscanos y dominicos sobre si la madre de Jesús, era virgen, inmaculada, quedó embarazada de un beso (no acto sexual) o de un oportuno arcángel, más que no murió, subió directamente a los cielos. Mientras Murillo pintaba en Sevilla, y a destajo, a la Inmaculada, los jesuitas machacaban todo este embrollo a los indios en América, que alucinaron y, precisamente no de peyote o de ayahuasca.

Por aquellos entonces, el máximo de los negocios, en cuanto rentabilidad, lo monopolizaba la «remiendavirgos», una mujer encargada de «devolver» la virginidad a las doncellas reconstruyendo sus hímenes, entre otras artes.

La integridad de la mujer, se valoraba exclusivamente por su virginidad, aunque la castidad no fuera un ejercicio muy extendido. El virgo, en ese sentido, era un bien muy escaso; y, por tanto, preciadísimo. Dado el contexto de la época, donde el fin último de las doncellas era el casamiento, haber perdido la honra sepultaba cualquier pretensión, por mínima que fuera, para las jóvenes de clase media. Aconsejadas y acompañadas algunas veces por sus propias madres, acudían las gaditanas a las consideradas brujas o curanderas, que también practicaban abortos e intermediaban en asuntos amorosos a través de artes ocultas.

Fernando Rojas, publicada en 1499, «Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad». Sea cual fuera su comienzo, lo cierto es que este trabajo de «remiendavirgos» ganó fuerza y clientela con el paso de los años hasta alcanzar su techo en los tiempos de Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Francisco de Quevedo.

Jerez, Cádiz, Arcos de la Frontera, eran poblaciones muy conocidas por sus múltiples conventos, en donde la virginidad, una refinada manía eclesiástica, tan burlada, fueron espacios muy útiles para obtener pingües beneficios.

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Eduardo Arboleda Ballén

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